El drama
Gala dice que no hay público en Cataluña para el teatro castellano. El público sobra, en la medida en que puede sobrar el público del teatro. Gala dice que en Cataluña gusta el teatro polaco. Bien: no es una tradición despreciable, desde Grotowski a Puigserver. Y Kantor, sobre todo el de La clase muerta dejó aquí un recuerdo para siempre. Las estadísticas demuestran que hay público -yo creo que también para el teatro de Gala- y hay un aprecio naturalísimo por el teatro bueno. Como en otros ámbitos de la cultura, en Cataluña se ha ejercido, últimamente, una discriminación positiva para el teatro en catalán. Eso quiere decir que las compañías han recibido subvenciones para decir Shakespeare o Strindberg en lengua catalana. Y eso quiere decir, también, que es más fácil, en esa lengua, cubrir los déficit. ¿Consecuencias? Una: es dificil hacerse en Cataluña con un Shakespeare en castellano. Dos: es dificil asegurar un buen balance empresarial programando convencionalmente en lengua castellana. Todas esas consecuencias, que habría que matizar, pueden ser, objeto de debate. Ahora bien, lo que importa es la tercera consecuencia de la discriminación positiva: la innegable dificultad de ver teatro castellano en Cataluña. Malo y bueno, que son dos cualidades íntimamente vinculadas en, la expresión de cualquier cultura, incluida la catalana. Atender a, Shakespeare sólo en catalán me deja casi siempre indiferente. Lo lamentable es comprobar cómo Lope, Valle, Salinas, Lorca, Jardiel, tantos otros, van desapareciendo del imaginario colectivo de los catalanes. Evidentemente, la barbaridad de traducirlos sólo se le ocurrió al Lliure: tradujo el Joaquín Murrieta de Neruda, hace ya muchos años. Y sin traducción no hay subvención, porque en Cataluña la subvención es lingüística y no cultural.O sea, que el público es inocente. Y el drama, otro.
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