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Lagarto, lagarto

Francisco Peregil

Madrid huele a pueblo, muchos de sus pueblos huelen a pueblo, salvajes, cazurros a más no poder, el parque de Atracciones huele a pueblo, todos los veranos huele a pueblo, y eso es lo mejor que se puede decir de algo, que huele a pueblo. Y lo peor también. Lo mejor porque supone, entre otras muchas ventajas, una cura de humildad constante saber que siempre hay un tipo más listo muy cerca de ti. El menda de la tómbola, por ejemplo, qué alegría, qué alboroto, que se queda siempre con el perrito piloto, el de las escopetas de plomo, pruebe su puntería caballero, con cañones torcidos, o el que coloca dos paquetes de Winston en el suelo para ver si eres capaz de tirarlos con una pelota de plástico.Te ríes, te gastas unos duros y tu hijo sigue creyendo en los papas porque al final se lleva la chochona a casa aunque haya costado 10.000 pesetas en papeletas. Para cuando tu hijo se da cuenta de que toda la feria era un camelo y de que la chochona no valía más de 500 pesetas, ya lleva él a tu nieto enganchado al brazo dispuesto a hacerle disfrutar de nuevo con los tirapichones. Entrañable.

Pero después viene la parte fea. Reírse de¡ manco porque es manco y del tonto porque lo es, del que cae al suelo, del que se levanta con las palmas desolladas y la camisa rota.

La atracción más arriesgada del parque este año es montar en las minimotos. Te dan un peto, el casco, las rodilleras, unas coderas, pagas lo propio y a correr o a caerse, que lo mismo da. La gente ríe hasta que ve sangre. En ese momento se compadece, y es casi peor, pero si no, alegría, alegría, a morder el polvo.

En la montaña rusa el hormigueo te recorre todo el cuerpo. Tú gritas, ay, ay, qué miedo, qué horror, te agarras donde puedes pero nunca pasa nada, o si pasa es que al acabar el viaje has ligado. En las barcas indias que cruzan riachuelos artificiales, lo mismo, gritos por aquí, gritos por allá y al final lo único que ocurre es que los macarrillas aprovechan para quitarse la camisa empapada y marcar pecho.

Pero con las amotillos parece que vas encima de un perro bulidog con los testículos quemados. Cuando te llevas el castañazo tienes que sonreír como diciendo joer, qué porratillo más salao me he pegado, reíros, si yo también reiría si no fuera por el dolor. Así que con más miedo que vergüenza, te vuelves a sentar en el bichejo. Y si caes de nuevo, siempre habrá quien recuerde lo bien empleado que te está por hacerte el valiente.

Amador Ruiz, alias El matador, de 52 años, y su hijo Miguel, de 24, se han dado cuenta este año de lo que puede significar vivir en un pueblo, del sentido solidario que gastan muchos amiguetes de tasca y plaza de abastos. Amador y su hijo, vecinos de Pozuelo, se convirtieron este verano en la atracción de la feria cuando dieron caza y captura a un lagarto verdiblanco para zampárselo con cebollas. El matador había hecho lo propio desde siempre, lagarto que veía, peñascazo que le metía. Y después, a la cazuela. Por algo se crió en un país donde a las furcias se les llama lagartas o lagarteranas.

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Pero esta vez la Guardia Civil, también verdinegros ellos, los trincó y les puso en aviso de que el lacerte viridis, por muy feo que fuere, está protegido por la Comunidad de Madrid. Así que de pronto se vieron con un millón de pesetas de multa cada uno. Y empezó la función.

Con una pensión mensual que no llega a las 60.000 pesetas la cosa se planteaba fea. ¿Y qué hizo el matador? Acudir al cura del pueblo. ¿Y qué se le ocurrió al cura? Que recolectaran dinero. La Iglesia en eso se ve que tiene experiencia, pero el matador no. Por eso repartió alcancías y fotocopias de la multa por los bares. ¿Qué consiguió? Lo peor: la burla de los demás. Qué alegría, qué alboroto, que le han caído al matador dos millones de pesetas. ¿Cómo vamos a ayudarle? ¿Qué pretende, recoger dos millones en estas huchas? Al final, Joaquín Leguina le perdonó la multa. Alabado sea. Lo peor es que ahora que se- sabe que están prohibidos, se pueden poner de moda: las barbacoas de lagarto a media tarde, lo mismo que los petardos.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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