El crimen fue en La Habana
Un grupo de familiares y amigos de tres lugares de La Habana, distantes entre sí, Guanabacoa, El Cerro y El Cotorro, desesperados por el hambre y el terror, la falta de electricidad, transporte y medicinas, en una situación sin esperanza ni salida, deciden escapar de la isla, que es el anhelo de la mayoría dé los cubanos. Durante un mes preparan la fuga y en la madrugada del 13 de julio, las 71 personas, incluidos mujeres y más de veinte niños, toman el viejo remolcador Trece de Marzo, atraviesan la bahía de La Habana, dejan atrás el Morro y La Cabaña y navegan con rumbo norte, alejándose de la ciudad. A unas siete millas de las costas cubanas son abordados por embarcaciones castristas, que los atacan con poderosos chorros de agua. Asustados, llevan a cubierta a los niños, gritan que se rendirán, que regresarán a La Habana; los asaltantes, vestidos de civiles en un país militarizado, aumentan los ataques.
Como los chorros de agua pueden tirar al agua a los niños, sus familiares los bajan a la bodega. Una de la naves asaltantes embiste al remolcador y lo parte en dos, hundiéndolo. Los que estaban en la bodega son sepultados en el mar, gran parte de los otros se ahoga en el remolino que el hundimiento produce. Perecen 41 de los 71, entre ellos mujeres y más de veinte niños. Los restantes, unos treinta, son apresados por unidades militares y llevados a Villa Marista, donde los hombres quedan detenidos y las mujeres son puestas en libertad horas después.
La señora María Victoria García, una de las sobrevivientes, llamó por teléfono a Miami y contó cómo perdió a su hijo de 10 años, a su esposo, tres tíos y dos primos, todos de Guanabacoa, y narró el ataque y la tragedia. El primer parte oficial del que se hicieron eco corresponsales y agencias de prensa dijo que el naufragio fue causado por la irresponsabilidad, de los que huían, alentados desde el extranjero, pero la mentira fue desmentida por la denuncia de la desgraciada madre y de otros sobrevivientes. Es evidente que las naves castristas iban siguiendo al remolcador, de no ser así, cómo lo iban a detectar de noche y a 11 kilómetros de la costa. Hace un año, aproximadamente, un grupo de familias se dio cita en la playa de Cojímar, próxima a La Habana, de donde intentaban huir. Sorprendidas, fueron ametralladas por los perseguidores oficiales, que dejaron sobre la arena tirados a muertos y heridos. El pueblo de Cojímar, indignado, recogió a los heridos, que llevó a centros de socorro, y tomó las calles en una protesta popular que apedreó a la policía y que fue reprimida por fuerzas motorizadas.
Este cronista, de paso por Madrid la noche del drama, recibió una dramática llamada de la familia Jamis, varios de cuyos miembros fueron gravemente heridos, en que se me pedía informara al mundo de la verdad de lo ocurrido. Desde entonces, el pueblo de Cojímar pone flores en el lugar del ametrallamiento. La policía las quita y la gente vuelve a ponerlas. Otra de las grandes protestas ocurridas en Cuba fue la de Regla, originada en un intento de fuga en que la policía ametralló a varios jóvenes que huían en camiones, que motivó que el pueblo se tirara a las calles y tomara la ciudad.
A partir de esas experiencias, la seguridad castrista dio instrucciones de no disparar sobre los que se fugan a vista del pueblo. De seguir las, embarcaciones, abordarlas y tirotearlas en alta mar, sin testigos. Numerosos heridos en esas persecuciones, llegados a Miami, han sido curados en sus hospitales.
Y eso fue lo que hicieron contra los 71 del remolcador. Un crimen con nocturnidad y alevosía. En el que tienen responsabilidad agencias de noticias y corresponsales que transmiten partes oficiales sin investigarlos, sin informar de las detenciones y pateaduras, de la crisis y de las protestas populares. Los periodistas que cumplen con su deber son expulsados de Cuba: como ocurrió a los corresponsales de EL PAÍS, La Vanguardia, El Mundo, Izvestia, Le Monde, la agencia polaca y otros muchos periodistas honestos.
Desde la época del último congreso del Partido Comunista de Cuba hay una discusión en el aparato de poder: los que sostienen que no se puede disparar contra el pueblo y piensan que así se provocaría la reacción popular, y los fanáticos que creen que un poder en minoría -Castro habló de un 30% de apoyo, en una reunión de hace unos meses-, en una situación tan difícil, se mantiene sólo con el terror contra la mayoría.
Ante esa situación, Castro creó las Brigadas de Acción Rápidas, que actúan por la libre, golpean y disparan.
En las fugas por mar ha ocurrido que unos disparan y otros hacen el simulacro.
En ocasiones, más de un centenar de personas han salido de una ciudad a vista de todos.
Éste del remolcador hundido y sus 41 muertos es el primer ataque de las Brigadas de Acción Marítimas que, vestidas de civil y sin bandera oficial, en la tradición de los piratas del Caribe, atacan a los que huyen de Cuba. La impunidad al crimen la otorgan aquellos gobernantes que se fotografían abrazados y sonrientes con Fidel Castro, como los jefes de Gobierno de España, México, Colombia y otros países, y los capitalistas y aventureros internacionales cómplices de Castro, que con él comparten negocios a la mitad sin importarles el apartheid turístico y económico, ni la persecución a los que intentan hacer actividades privadas en Cuba.
En 1958, cuando luchábamos contra otra dictadura, advertimos a la Shell, a los Gobiernos de Inglaterra e Israel, que no vendieran armas y aviones cuando ya Estados Unidos había decretado el embargo a la venta de armas. No hicieron caso. Pero recuerdan el "Shell con sangre" los cómplices de Castro. La vida de un pueblo aún esclavizado va más allá de sus verdugos. Puede que en un futuro no lejano haya para los cubanos libres muchos Benetton con sangre, Pierre Cardin con sangre, Meliá con sangre. Gobiernos y presidentes a quienes la historia no va a lavar las manos manchadas de sangre.
es escritor cubano.
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