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Entrevista:

"Mi secreto es que me he divertido mucho"

A sus 73 jacarandosos años Giuseppe di Stefario fuma sin parar feroces cigarros toscanos después de una vida dándole duramente al cigarrillo. Pero ahí esta su voz, aún magnífica, que ha sido de las más ilustres y ha figurado en el olimpo de los más grandes, en tiempos en que los nombres que apasionaban al público eran Mario del Monaco Tito Gobbi, Renata Tebaldi y la incomparable María Callas, con quien este tenor cantó en numerosas ocasiones.Sobrecoge pensar que Giuseppe di Stefano fue dirigido por gente como Toscanini o Serafin que, a su vez, habían conocido a los maestros Verdi y Puccini Pero queda poco espacio para la reverencia ante su simpática campechanía siciliana.

Pregunta. Supongo que le afectó el incendio que ha destruido el Liceo de Barcelona.

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Respuesta. Sentí mucha pena El Liceo fue mi primer gran teatro en el extranjero. En la tempo rada 1946-1947, me llamaron para cantar La sonámbula, con Mariví del Pozo. Y también Manon, que fue el debú de Victoria de los Ángeles.

P. Parece que, en estos tiempos, hay grandes diferencias en la forma de preparar a los cantantes, en comparación con su época.

R. Sí. Antes, los directores artísticos, cuando encontraban un cantante de talento, escogían para él las óperas adecuadas Hoy en día, es al contrario. Los empresarios eligen las obras en función de sus intereses, y después buscan al cantante.

Hay muchas cosas que han cambiado. Por ejemplo, los empresarios viajaban por provincias, descubrían jóvenes talentos y los ayudaban, de forma que, cuando llegaban a un gran teatro ya tenían una experiencia. Actualmente, debutan en la Scala o en el Metropolitan, y cantan de todo.

P. Como sucede con los discos.

R. Exacto. En los años cincuenta existían María Callas, Renata Tebaldi, Mario del Monaco, Giuseppe di Stefano, luego Corelli; estoy hablando de Italia. Ahora se publica todo lo que hay, sin una selección. Se ha acabado el gusto, hay una confusión. Es un poco la culpa de los norteamericanos.

P. ¿Demasiado dinero?

R. Es por la publicidad. Según ellos, todos son los mejores del mundo. Recuerdo que, cuando llegué a Filadelfia para Un bailo in maschere, cinco minutos antes de empezar la función me llegó a las manos un programa que ya había sido repartido entre el público, con la foto de otro tenor y la frase "el más grande tenor del mundo". Me largué. La gente me siguió por la calle, pidiéndome que cantara, se armó un lío, y sólo accedí a volver a cambio de que recogieran todos los programas y los metieran en mi camerino.

P. ¿Cómo se las ha arreglado para conservar la voz? ¿Cuidando el repertorio?

R. Yo nunca he cuidado mi voz, lo que pasa es que me he divertido siempre. Porque, cuando cantas, tienes que divertir al mundo, conmoverle. Y ahí no tiene nada que ver la vida privada. Eres el duque de Mantua.

P. Después de interpretar papeles tan fascinantes como ésos, ¿cómo sienta vestirse de civil y salir a la calle?

R. Para eso está el cerebro. Te pones el traje y te vas al casino, que es lo que hacía yo y hace también mi querido José Carreras.

P. ¿Qué opina de los macroconciertos tipo Mundial de Futbol o Juegos Olímpicos?

R. No creo que sirvan mucho para la ópera. Muy simpático, muy divertido, pero la ópera es otra cosa.

P. ¿Qué es la ópera?

R. Una cosa romántica. Tiene un libreto. Un poeta. Un buen cantante es como un escritor, que describe un personaje con su interpretación. Eso lo cuento en el libro que he hecho para Rusconi, El arte de cantar. Unas cincuenta páginas hablando de eso y, el resto, de mi vida, hasta que triunfé. Saco en él a mi madre hablando en siciliano (pone voz cavernosa) de mi nacimiento: "Pesaba cuatro kilos y medio", dice. Nunca lo olvidó, con aquella cabeza que tenía, criatura.

P. ¿Sigue ejerciendo aún de siciliano?

R. Sí. Si hubiera nacido en otra parte, me habría hecho siciliano o napolitano. Somos otra cosa. Aunque vivo en el norte, en el campo, cerca de Milán, ya apenas visito esta ciudad: ha cambiado, está triste, seria. Ha cambiado el mundo.

P. Usted realizó una gira de conciertos con María Callas, en los últimos años de su vida, y parece que la animó mucho. ¿Qué recuerda de ella?

R. Es cierto que nos divertimos. Y nos peleamos, cómo no, como me peleo con mi mujer ahora. María... Pobrecilla. Su problema era que pensaba que la gente la admiraba, pero que no la quería. Diez años después de su muerte, lo escribí para un periódico: "Lo que me entristece es que María nunca sabrá cuánto se la ha llegado a amar, cuánto se la amaba ya entonces". María Callas vivió su canto con un sentido crítico tan profundo que siempre pensaba que no había cantado bien.

P. Es curioso, pero no parece usted un tenor. Y el homenaje del Festival Internacional de Santander se lo tributan cuatro barítonos, lo que no deja de tener su gracia.

R. Es que mi voz es de tenor especial, profundo. Y cuando empecé a cantar, mis maestros fueron barítonos, entre ellos Mariano Stabile, el mejor Fastalff de Toscanini. "Yo canto y tú me imitas", me dijo la primera tarde, porque no teníamos ni piano. Porque cantar es imitar bien, no tiene otro secreto... En aquella tarde aprendí todo lo que sé, y gracias a él no me mataron. Quince días después tenía que ir a la guerra, al frente de Rusia, pero el médico militar me oyó cantar e, hizo que no me mandaran. Él sí fue, y murió.

P. Así que no es usted un tenor...

R. Yo soy un cantante. He cantado en Sanremo el año que ganó Modugno con Dio come ti amo.. Y canto napolitanas, y bellísimas canciones sicilianas clásicas que deberían despertar cada día a los italianos, pero no se escuchan porque la RAI y la clase media lo impiden, patrocinando todo lo que es mediocre. Por otra parte, respecto a los tenores, ya sabe el chiste que cuentan los franceses: "Tengo dos hermanos. Uno es inteligente, y el otro es tenor".

P. Ese tabaco que fuma parece no haberle perjudicado en absoluto.

R. Para nada. En tiempos, Beniamino Gigli estaba empeñado en que dejara de fumar. "Vas a perder los agudos", me advirtió. Le dije que cantaría más bajo. En otra ocasión, me aseguró que él lo había dejado porque su madre, en su lecho de muerte, se lo había hecho prometer. Yo me limité a responderle que la mía aún estaba viva.

P. ¿Fue el más grande, Beniamino Gigli?

R. Tenía una bella voz, pero muy de la época del cine de los teléfonos blancos. Caruso es eterno, insuperable, napolitano.

P. Ha vuelto a Santander después de 47 años, ¿qué es lo que más le ha gustado de esta ciudad?

R. Todo. Pero especialmente lo que me dijo el aduanero al examinar mi pasaporte: "Que se divierta, Giuseppe". Ah, los españoles.

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