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Spadolone

Juan Arias

A Giovanni Spadolini, periodista y hombre de vasta cultura mucho antes de desembarcar en la política, sus amigos lo llamaban cariñosamente Spadolone, no sólo por su volumen físico, sino por su carácter, siempre dispuesto a mediar y a construir, más que a polemizar. Se decía de él que se había casado con su biblioteca, de más de 40.000 volúmenes, ya que, solterón empedernido, no se le conoció más amor que el de los libros, algo que explotaron con gusto los viñetistas como Forattini. Su primera obra la publicó a los 24 años: El papado socialista. Le siguieron un río de publicaciones, pues tenía una pluma fácil, que maravillaba a los redactores del Corriere della Sera, cuando él era su director, ya que escribía un editorial de un tirón, en pocos minutos, sin que hubiera que tocarle una coma. Como buen florentino, dominaba maravillosamente la lengua, de Dante, de lo que se jactaba.Spadolini, más aun que de la política, estuvo siempre enamorado de la cultura y defendió siempre que la primera sin la segunda acababa inevitablemente en prostitución. Su orgullo mayor era el de ser catedrático de, Historia de la Universidad de Florencia. Recuerdo que cuando obtuvo el Premio Castiglione di Sicilia, en su biografía un periodista siciliano puso ex catedrático. Se enfadó tanto que obligó al director del periódico a hacer una rectificacion de dos folios en los que demostraba que ser profesor "imprimía carácter como el sacerdocio".

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En la política, su obsesión fue la moralidad. De hecho, ha muerto como uno de los poquísimos políticos de la vieja guardia a los que no rozó siquiera la sospecha de la corrupción. Fue él quien acabó con la logia masonica P-2 de Licio Gelli y quien cambió a toda la cúpula de los servicios secretos cuando apareció involucrada en dicha organización. Siempre defendió, como un profeta, que en política la "cuestión moral" debía estar en primer plano. "Todo lo que nos aleje de ella hay que, cortarlo sin compasión", afirmaba.

Fue un defensor empedernido de la separación entre la Iglesia y el Estado, un verdadero laico como se dice en Italia. Durante una comida en la sede de la agencia Efe en Roma le preguntó a Luis María Ansón, entonces presidente de la agencia, cómo se explicaba que en España no hubiera cuajado un partido católico. Uno de los comensales se adelantó a responder: "Porque en España quedan ya pocos católicos". Spadolini, levantando sus grandes manos al cielo exclamó: "¡Pero qué gran país!".

Lo mismo que defendía la separación entre la Iglesia y el Estado, era un defensor de la separación y autonomía de todos los poderes institucionales. Su sueño hubiera sido llegar a Quirinal, a la jefatura del Estado. Se quedó en el segundo escalón, como presidente del Senado. Quien lo conocía de cerca dirá que se ha ido de este mundo desengañado y amargado ante los últimos acontecimientos al ver a su partido, el Republicano, emblema de la seriedad política heredada de Ugo la Malfa, abandonado por el electorado y salpicado, como los demás, por el lodo de la corrupción, al mismo tiempo que se le dejaba a él en la cuneta a la hora de elegir el nuevo presidente del Senado por la nueva legión de los recién llegados del centro-derecha berlusconiano.

Historiador y gran experto del Risorgimento, Spadolini fue siempre un liberal cercano a los socialistas, aunque fue proverbial la profunda antipatía, rayana en el desprecio, que por él sentía Bettino Craxi, que lo acusaba de "vanidoso incurable". Pero su orgullo mayor lo constituía un elogio que de él había hecho el diario La Repubblica en uno de los momentos de mayor impopularidad de los políticos y cuando éstos empezaban a caer bajo los tiros de los jueces de Milán. "Spadolini es un político", escribió el diario de Scalfari, "inmune a todo desorden financiero". Nadie le conoció amores excesivos. por el dinero, como tampoco por el amor. Si acaso -eso si- por la buena mesa. La comida fue siempre para Spadolone un bien de absoluta primacía. Quizá por ello se le consideraba como un niño grande, imposible de odiar y que hacía esfuerzos enormes por hacerse querer.

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