Mecánica popular
Capítulo 5
Relato de Yo creo que le extrañó que no se le hubiera ocurrido a él la posibilidad de salir de allí, pero en seguida hizo suya la propuesta.
-Venga, vámonos ahora mismo -dijo, tomándome del brazo.
-¿Me enseñarás Madrid? -pregunté con tono seductor- No lo conozco.
-¿Y por qué no me enseñas tú Buenos Aires?
-Como..estamos tan convencionales y tú eres el hombre... -añadí apoyando mi cabeza en su hombro mientras nos dirigíamos hacia la salida. - Lo que quieras, pero salgamos pronto, antes de que aparezca por la puerta otra convención, o quizá otra prótesis.
En esto, me acordé de la gata y le pregunté que qué hacíamos con ella.
-Déjala -dijo- A lo mejor vive bajo la convención de que las paredes de esta sala forman parte de su cuerpo y se asusta al salir.
-Muy gracioso, pero el animal no se queda aquí. Imagínate que es sábado y que no aparece nadie hasta el lunes. No va a estar la pobre sin comer todo el fin de semana.
-¿Y quién se la queda, tú o yo? No sabemos si es argentina o española.
-La sorteamos
-decidí.
-Deja, me la llevo yo, que estoy víendo que no nos vamos por culpa del bicho.
Se la puso con dificultad debajo del brazo, porque era grande y muy pesada, y salimos al pasillo, que parecía un laberinto. Después de un par de vueltas, dimos al fin con lo que creíamos que era la puerta de salida, pero al abrirla nos encontramos otra vez en el interior de la sala de espera.
-¡Pero bueno! -exclamó Francisco, arrojando al animal contra el suelo-, si esto parece un circuito cerrado. Estamos en el mismo sitió del que venimos. ¡Qué agonía!
Se dejó caer, pálido,-en el sofá.
-Venga, hombre -le animé-, vamos a intentarlo otra vez. Seguro que nos hemos equivocado de pasillo.
-Espera, espera un poco -dijo con el rostro bañado en ese sudor disolutivo característico de los estados de ansiedad-. Es que a mí estas situaciones circulares me enloquecen. Hace tiempo, empecé a estudiar filosofía, pero lo tuve que dejar cuando llegamos al eterno retorno, porque en lugar de una lección parecía mi biografía. Lo malo es que la angustia me da hambre y si no como algo en seguida me desmayo. ¿No habrá por ahí nada de comer? Se había puesto tan pálido que tuve miedo de que se desmayara de verdad, así que le indiqué que colocara la cabeza entre las piernas, porque lo había visto en una película.
-Quédate un rato así, con los ojos cerrados y verás cómo se te pasa.
Mientras intentaba tomar una determinación, porque ya me había dado cuenta de que con aquel hombre no podía contar para ningún asunto que no estuviera relacionado con el sexo, vi sobre la mesa un papel de publicidad de una de esas empresas que sirven pizzas a domicilio. -¿Te gusta la pizza? -pregunté
Respondió que sí con un movimiento de cabeza, porque ya no podía ni hablar de lo mal que estaba.
-¿Y te pondrías mejor si te dijera que dentro de un ratito te vas a tomar una buena pizza? -insistí.
Levantó la cabeza con incredulidad, en busca de una confirmación a lo que acababa de oír.
-Mira -dije-, aquí lo pone. Pizza Veloz, Servicio a Domicilio. Voy a llamar por teléfono y en diez minutos la tenemos aquí. La pediré de anchoas y atún, por la gata.
Francisco se incorporó con gesto de satisfacción, como si la promesa de comer contuviera en sí misma efectos terapéuticos.
Mientras telefoneaba desde el gabinete de la doctora, o de la peluquera, le veía pasear de un lado a otro acariciándose el estómago. De súbito, se había puesto de buen humor. Cuando colgué el teléfono y regresé a la sala de espera, me pareció que me miraba con malicia, como si se esforzara por contener las ganas de reír. Preguntó:
-¿Y cómo has dicho que se llamaba ese servicio al que has telefoneado?
-Pizza Veloz -respondí. Francisco soltó una carcajada. Así son, los hombres.
-¿Se puede saber de qué te ríes? -No de nada -contestó ahogándose.
-Pues que te aproveche; cómete lo que sea tú solito y que te aproveche. Cuando llegue la pizza, nos la repartiremos entre la gata y yo. -No te enfades, Beatriz. Es que me, hace gracia lo de PizzaVeloz. ¿No comprendes?: Suena a Picha Veloz.
-Pero qué previsibles sois los hombres -dije yo con gesto de paciencia- Además, por si no lo sabes, te diré que te ríes de ti mismo, porque tú sí que eres un picha veloz; lo que me has hecho ahí dentro, en el aseo, ha sido lo más parecido a una eyaculación prematura.
Debí de golpearle en el lugar adecuado, porque se le cortó la risa y preguntó con gesto de espanto si no me lo había hecho bien.
-Me lo has hecho rápido, pero tampoco te angusties así: es normal cuando se carece de práctica.
-Anda -suplicó-, enséñame cómo se hace, que tú has sido hombre mucho tiempo.
-¿Aquí? ¿Delante de la gata?
-¡Joder con la gata! -rugió- Olvídate de ella de una vez.
-Mira -le expliqué-, los hombres, por lo general, están obsesionados por la penetración, por eso muchos. eyaculan antes de tiempo. Al menos a mí me pasaba cuando era hombre, pero ahora que soy mujer veo que lo que en realidad nos gusta a las mujeres es que nos toquen aquí y allá, y que nos digan cosas excitantes. La picha es una cosa imaginaria. Yo, la, verdad, no la hecho nada de menos. Por cierto, en confianza, ¿cómo te referías tú a tu coño cuando tenías coño? Es que esa palabra no me gusta.
-Lo llamaba pikuki, con k de kilo.
Yo, la verdad, estaba roja de vergüenza, pero me moría de las ganas de preguntar más cosas sobre el cuerpo. Al fin y al cabo, acababa de estrenar uno con más rincones que la memoria.
-Dime otra cosa -añadí arrepintiéndome en seguida-.
Bueno, no, déjalo.
-Pregunta, pregunta, mujer. Estamos los dos en la misma situación de incompetencia; sabemos más del otro cuerpo que del nuestro, de manera que es razonable que intercambiemos información.
-Está bien, verás, es que yo siempre he creído que a las mujeres les salía el pis por la vagína, hasta que un día escuché a mi esposa criticar a una amiga que se creía que para orinar había que quitarse el tampax. Digo yo que si no hay que quitarse el tampax es que sale por otro sitio, ¿no?
Él sonrió con suficiencia, qué hombre, y adoptó un gesto profesoral que no soporto ya ni en mí. Dijo:
-Mujer, el pis sale por un agujerito que está entre el clítoris y la entrada de la vagina. Se llama meato urinario.
-Qué redundancia -añadí para disimular mi turbación-; ya se entiende que si es un meato es porque sirve para orinar.
-Es que el cuerpo de las mujeres es muy redundante -respondió insinuándose- Por eso me gusta a mí tanto el cuerpo de las mujeres, por la redundancia. Ana Bolena, sin ir más lejos, tenía tres pechos.
-Me estás tomando el pelo -dije yo.
-No, de verdad, es un error de la naturaleza bastante común, lo que pasa es que la mayoría de las mujeres no se enteran porque el tercer pecho no tiene las dimensiones de los otros dos y lo confunden con un accidente de la piel. Por lo general, el tercer pecho no es más que un pezón que lo mismo aparece en la axila que en la ingle. Lo curioso es que puede segregar leche, como los otros. Por cierto, ¿sabes lo que es la atelia?
-No -acerté a articular con asombro.
-Pues la ausencia de pezón, o sea, lo contrario de la politelia, que es la aparición de muchos. El pezón está lleno de posibilidades. Yo, cuando era mujer, tenía uno retráctil, es decir, metido para adentro, como el ombligo. A les hombres les excitaba mucho, porque los hombres nos volvemos locos con las deformidades. Fíjate, no he hecho nada más que decírtelo y ya estoy excitado. Por cierto que es estupendo esto de tener entre las ingles una convención que se pone dura. Vamos a tener que hacer algo.
-Calla -dije yo fingiendo un pudor que en realidad no sentía- Debe de estar a punto de llegar el de las pizzas.
-¿Y para qué quieres al de las pichas si ya tienes aquí una picha rápida?
-Anda, cuéntame más cosas del cuerpo. A las mujeres nos gusta que nos digan cosas del cuerpo, aunque sean monstruosidades.
-¿Tú crees de verdad que el cuerpo es una prótesis? -preguntó retóricamente mientras metía sus manos por el escote del abrigo.
-Todo lo que no es prótesis es plagio -respondí dejándole hacer. Me volvía loca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.