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Agola: un abismo de muerte y odio

500.000 personas, la mayoría civiles, han muerto en 19 años de guerra

Antonio dos Anjos, de Angola, es una víctima de guerra de quince meses de edad. Tiene los ojos hundidos, las extremidades raquíticas y padece cólera. No morirá gracias a los extranjeros: su médico es nigeriano; su enfermera, de Minnesota y el responsable del campo de refugiados en el que se halla, australiano. Todos forman parte de un dispositivo de ayuda internacional que ha impedido que Angola fuese otra de las catástrofes humanitarias de la década, como Somalia, Ruanda o Bosnia. Pero los extranjeros no siempre han llevado la paz a Angola: Durante años, la ex colonia portuguesa fue un punto caliente de la guerra fría entre las superpotencias. Ahora es escenario de una contienda civil que dura ya dos décadas y que raramente ha estado en primer plano de la actualidad mundial. La guerra se ha llevado la vida de 500.000 angoleños, la mayoría civiles. Hay 100.000 personas con algún miembro amputado y 10 millones de minas sin estallar hacen del territorio una trampa mortal.La solidaridad internacional no ha podido rescatar a Angola de sí misma. En los últimos 20 años, Angola ha sido colonia portuguesa, satélite soviético, campo de batalla de las superpotencias, objeto fallido de las iniciativas democráticas del Nuevo Orden Mundial y hambriento receptor de la ayuda humanitaria del Primer Mundo.

Angola es una síntesis de la tragedia poscolonial de África. Mientras en el resto del mundo se generalizan la democracia y el mercado libre, esta nación está atascada en un ciclo infernal, con una economía dirigida que no funciona y una guerra civil alimentada por la codicia de poder.

Es irrelevante buscar culpables, porque los hay de sobra. Desde los colonizadores portugueses que nunca prepararon a los angoleños para la independencia hasta las superpotencias, que utilizaron el país como un juguete, pasando por los contendientes angoleños, faltos de coraje o de voluntad para la paz. Y la guerra puede ser aún más mortífera. El mes pasado, cuando las conversaciones de paz patrocinadas por Naciones Unidas ofrecían un atisbo de esperanza, la lucha se intensificó.

El Gobierno ex marxista del presidente José Eduardo dos Santos lanzó una ofensiva contra las zonas rebeldes, en la cordillera centra y la zona norte. Los rebeldes de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), que dirige Jonás Savimbi, bombardearon las ciudades controladas por el Gobierno, incluso algunas como Cuito, cuya población les apoya.

El peor problema angoleño es que los dos bandos se reparten los riquísimos recursos naturales del país mientras la mayoría de sus habitantes vive en la miseria. El subsuelo de Angola encierra riquezas minerales suficientes para alimentar la máquina de guerra de ambos bandos por tiempo indefinido.

El Gobierno extrae sus ingresos de pozos petrolíferos costeros que producen 550.000 barriles diarios. UNITA obtiene más de 12.000 millones de pesetas dólares al año de los diamantes que se extraen en las minas del nordeste del país. Los representantes de Savimbi llevan los diamantes al Zaire y allí los venden a De Beers, la compañía diamantífera surafricana.

En los años setenta y ochenta, Rusia, EE UU y otros países que ahora envían ayuda y tratan de mediar por la paz inundaron Angola de armas y ejércitos y convirtieron el país en un peón de la guerra fría. Washington armó y apoyó a Savimbi, que recibió también la ayuda de una fuerza expedicionaria enviada por el Gobierno blanco de Sudáfrica. Moscú apoyó al Gobierno marxista y gestionó el envío de tropas cubanas para sostenerlo. La primera fase de la guerra civil duró de 1975 hasta 1990 y ocasionó 350.000 muertos.

Los contendientes firmaron un armisticio presionados por Portugal, Estados Unidos y la extinta URSS, pero la lucha se reanudó en 1992, cuando Savimbi denunció, como fraude las elecciones, patrocinadas por Naciones Unidas en las que UNITA aparecía como perdedor. Desde entonces, han muerto casi 200.000 personas más.

La situación no tiende hacia la paz, sino hacia la continuación de las hostilidades, según coinciden los diplomáticos en Luanda. El Gobierno de Dos Santos lleva ventaja en las operaciones y sus generales están determinados a debilitar a Savimbi antes de aceptar un alto el fuego. En teoría, las Naciones Unidas -que aportan casi 150 millones de dólares al año en ayuda humanitana- deberían tener alguna influencia sobre los contendientes para obligarles a negociar. En la práctica, ambos bandos usan la ayuda como arma por el medio de bloquear los convoyes y vuelos de socorro.

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