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El hermano mayor

Cuando ocurrió todavía no sabíamos encerrar el estupor en palabras y nos dejaba mudos. ¿Por qué hace cosa de tres décadas cayó aquí una losa de silencio sobre Albert Camus? Era un silencio que venía ordenado -cuando la voz de la verdad jamás dice órdenes- y tenía algo que ver con indescifrables rencillas entre obispos de la izquierda francesa respecto de la guerra de independencia de Argelia Camus, que era francés y argelino, no se enroló en la lucha de la colonia, soñó una candorosa hermandad federal entre sus dos patrias, se quedó -y era de los que soportaban mal el aislamiento- solo; y los vigilantes de la compostura política desterraron a quien era el apostol de la lealtad al vertedero de los traidores.Por entonces comenzaron a instalarse aquí, cobijados en el franquismo, franceses exiliados de Argelia. Algunos eran belicosos fascistas pies negros, lo que sonaba a tribu india de western y no era el, caso. Antes de que los comandos Gal de De Gaulle comenzaran, a borrar del mapa a estos sujetos, algunos fundaron tugurios y en uno de ellos -era magnífico y se llamaba Bourbon Street- aprendimos a oir jazz. Una noche, en un muro de ladrillo del garito, apareció enmarcada una fotografía -con un cigarrillo en la boca- de- Camus. A quien fue portero del Racing de Oran, tenía mirada húmeda de compañero de copas, le hacían llorar las baladas sentimentales de. Charles Trenet, bailaba pasodobles y era hijo de una campesina española, nos era imposible sentirle padre. ¿Qué hacía allí la imagen del hermano mayor de los muchachos del Madrid huérfano? ¿Cómo era posible que el gran sublevado, que iluminaba un rincón del tunel en que caminábamos a ciegas, ocupara ahora el agujero de un adorno del déspota?

Llegó el silencio y duró mucho. El aislamiento derrama las duraciones y un tiempo interminable y sin calidades se adueña de la deriva de las cosas hacia el olvido. A Camus se lo tragó el sumidero. Sus libros quedaron varados en las estanterías y de vez en cuando su nombre se colaba como un intruso en las carteleras teatrales. Pero era víctima de nuestra destreza en el arte, del abandono y sus palabras no nos recorrían ya la sangre: se habían convertido de pronto en cultura aprendida y, por lo tanto, olvidable. Y fue olvidada. Le dieron el premio Nobel, y no nos alegramos con él; murió malamente, y no le lloramos. Su elevación y su caída se convirtieron en grandes noticias, pero habían dejado de ser pequeños sucesos íntimos.

Pasó mucho tiempo y una noche de hace dos años, en Venecia, vi una película sobre La peste. Ahora está aquí y volví a verla: está mal hecha. Pero dos años antes, esa noche veneciana, no me pareció sólo eso, sino que me sublevó y precipito un reportaje furioso propio, más que de un viejo cronista, de un muchacho ofendido por la agresión que acababa de ver contra su hermano mayor profanado. Sin apercibirme de ello, como si las décadas no hubieran pasado, recuperé -en un golpe de memoria y fiebre- el calor del hermano muerto y esto era indicio, que algo dormía, y ahora despertaba, dentro: Camus no es mezquina y efímera cultura aprendida. Para quienes éramos muchachos cuando calló, es y será parte de la osamenta de la España desatada y, por ello, imposible, irreal, soñada.

Ahora se suceden canonizaciones de Camus. Le Nouvel Observateur le dedicó casi la mitad de uno de sus últimos números y las ventas de sus libros alcanzan cifras enormes, lo que tampoco dice nada. Pero imágenes fugaces vuelven a hablar, hablando de él, la lengua de lo imperecedero: un muchacho de no más de 20 años, absorto -volcado como un animal hambriento sobre su presa- en un libro viejo, sentado en un vagón del metro de París, lee con ojos encendidos. Tan dentro del libro está, que se le escapa su estación de destino, Bourse. Se yergue y deja ver las alas abiertas del pájaro que devora: es un libro del hermano mayor y está abierto en un ensayo titulado Retorno a Tipasa. Camus evoca en él un viaje a su luz argelina natal y moldea en uñas decenas de páginas un instante sagrado del poema mediterráneo de este y todos los siglos.

Intentaron callarlo, pero ¿cómo se silencia la luz?

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