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Un proyecto contra el fuego simula incendios para mejorar la prevención en los bosques

Una investigación de la CE estudia en España la resistencia de los árboles a las llamas

Los incendios forestales se combaten también desde los laboratorios científicos. Un grupo de 18 investigadores, distribuido en seis centros de España, Francia y Portugal, han iniciado este verano un experimento para determinar el grado de resistencia que oponen al fuego las distintas especies arbóreas. Subvencionado por el programa comunitario Environment (Medio Ambiente), con 80 millones de pesetas, el proyecto Efectos del fuego en el arbolado pretende medir la resistencia de los árboles a los incendios forestales.

En tres de los centros se realizan los trabajos de campo simulando incendios en el bosque, mientras en los otros tres se analizan, en los laboratorios, las transmisiones del calor dentro del tronco, cómo transmite el fuego el calor hacia la copa o cómo se forman los remolinos de calor alrededor del tronco. Uno de los centros que está trabajando en el proyecto es el de Investigación Forestal que la Xunta de Galicia tiene en Lourizán (Pontevedra) que "colabora aportando tecnología nueva sobre el chequeo de los árboles", un proyecto de Salvador Bará, asegura el coordinador de los trabajos, José Antonio Vega, ingeniero de Montes. "Es preciso saber cómo el arbolado se ve afectado por el fuego y nosotros aportamos una tecnología nueva de prospección y seguimiento, a través del estudio de los troncos de los árboles, para el conocimiento de sus eféctos". En Lourizán se trabaja tanto en el laboratorio como en el campo.

Vegetación mediterránea

Aunque los resultados de la investigación no se conocerán hasta dentro de dos años, en la actualidad se sabe que la mayor parte de la vegetación mediterránea es extremadamente inflamable. El suelo pedregoso la climatología dura son factores que contribuyen a aumentar el riesgo de incendios. Por el contrario, los bosques boreales gallegos, en reductos donde hay humedad, ofrecen especies menos inflamables, como el castaño o carballo.

En Madrid, el laboratorio de incendios forestales del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA), lleva más de diez años profundizando en el fenómeno del fuego: cómo le afecta la meteorología, las características del terreno o la estructura del bosque a la hora de propagarse o no poder crecer. Carmen Hernando, ingeniera forestal, es la responsable del departamento: "Lo nuestro es investigar la gestión de la prevención y la lucha contra este desastre corresponde a las comunidades autónomas". El laboratorio se creó en 1983, alentado por el ICONA, y desde entonces estudia la dinámica del fuego.

En él llama la atención un túnel de 8 metros, ocupado por vagonetas que parecen pensadas para extraer carbón, pero cuyo verdadero uso es servir para introducir todo tipo de hojarasca y matorrales y analizar como reaccionan ante el fuego. Situado en un pinar, pero suficientemente aislado, el túnel reproduce las condiciones en las que un fuego se inicia y se propaga. Consta de un ventilador, un recinto térmico y un sistema electrónico de captación de datos.

Pese a su corta longitud, un experimento permite determinar el tiempo de paso del fuego, las características de las llamas -su longitud, inclinación y abundancia- y el tiempo de extinción. Los datos recogidos hasta ahora han permitido, atendiendo a la inflamabilidad -facilidad que tiene un vegetal para inflamarse- y el poder calorífico -cantidad de calor que el vegetal libera en la combustión- de las distintas especies. El brezo, la brecina, la pinocha del pino carrasco y los matorrales de encina son las especies más inflamables.

Los rastrojos como vacuna

Los investigadores manejan datos a primera vista sorprendentes para el profano: el fuego puede ser utilizado para prevenir los propios incendios fórestales. Así se desprende del estudio realizado en Lourizán, denominado Fuego Prescrito, que demuestra que las quemas controladas de rastrojos y matorrales en invierno pueden evitar incendios forestales en verano."El proyecto pretendía determinar qué días del año, con qué humedad y temperatura del aire, viento, y humedad de los combustibles del suelo, de la hojarasca, con qué tipo de arbolado, con qué condiciones, en definitiva, puede ser usado ese fuego, llamémosle preventivo, que puede ser utilizado como una vacuna, para que durante un tiempo proteja los bosques del incendio de verano explica José Antonio Vega.

Las quemas controladas son utilizadas desde hace tiempo en Estados Unidos y, Canadá como vacuna para evitar incendios de verano. "Se trata de utilizar el fuego en una dosis muy pequeña", continúa José Antonio Vega, "de manera que el sistema (en este caso el arbolado, el ecosistema) lo pueda tolerar y al mismo tiempo le sirva para reducir una parte de la vegetación que le sobra y que constituye el combustible más importante en un incendio, el que alimenta el fuego en el verano".

Las quemas forestales y agrícolas, que los labradores realizan para renovar la vegetación y producir nuevos pastos, no son la panacea de los incendios, pero sí constituyen una herramienta óptima para prevenirlos. Al contrario, cuando éstas se producen sin la periodicidad adecuada y con excesiva frecuencia, provocan la erosión del suelo.

Al margen de los agentes externos que provocan los incendios forestales, hay factores propios del monte que facilitan la aparición del fuego. La vegetación en verano es altamente combustible al estar muy seca y poseer enormes dosis de aceites esenciales y resinas.

En primavera, coincidiendo con la floración, la vegetación tiene sus máximas reservas de agua. Alllegar el verano y fructificar y desarrollar su ciclo vital, entra en periodo de latencia hasta el otoño. A principios de invierno, la vegetación alcanza el nivel mínimo crítico de agua.

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