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Aquiles y la tortuga

Fernando Vallespín

Una vez despejadas las dudas sobre el aplazamiento de las elecciones generales hasta, al menos, después de las próximas municipales, bien puede decirse que ha comenzado el tramo final de la gran carrera hacia la Moncloa. La cuestión consiste en saber si el PSOE está o no en condiciones de restar la ventaja que le lleva el PP tras su veloz ascenso en las elecciones europeas y en la intención de voto reseñada en ulteriores encuestas. Esta es la pregunta central que afectará a nuestra vida política en los próximos meses, y los contendientes se aprestan ya a buscar estrategias para, en el caso de los socia listas, recuperar los votos perdidos, o, en el de los populares, asentar y aumentar los suyos. A la vista de los últimos pronunciamientos de la opinión pública, el PP parece asumir aquí el papel dinámico de Aquiles, y el PSOE el de la tortuga. Pero, según la conocida paradoja lógica que planteaba Zenón de Elea, si se da suficiente ventaja a la tortuga, ésta nunca logrará ser alcanzada por su contrincante. ¿Constituye el plazo que se ha otorgado González hasta el final de la legislatura -salvo descalabro en las municipales- una ventaja suficiente para no verse desbordado por Aznar Piesligeros?La respuesta del PSOE juega con variables "lógicas", tales como el impacto electoral favorable de la salida a la crisis económica, la no aparición de nuevos casos de corrupción y la "redención" judicial de los anteriores, la vuelta a políticas más cercanas a los ciudadanos, etcétera. Juega, en suma, con la "racionalidad" de los votantes perdidos. El PP, por su parte, prefiere dejarse llevar por la inercia que le empuja hacia la meta. Tan lleno de vigor se siente, que se puede permitir incluso torpes maniobras que le pueden enajenar de sus casi seguros aliados potenciales.

En los enfrentamientos entre quienes se ven desiguales, el débil siempre tiende a poner en marcha la astucia, mientras que el fuerte confía -desmedidamente, quizá- en sus propias dotes naturales. En este caso, su fuerza reside ante todo en el hecho evidente de que estamos ante un "cambio de tendencia", que tras las elecciones europeas ha obtenido ya su confirmación simbólica. Y la apelación a una "retirada ordenada" detro del mismo comité federal del PSOE no hace sino confirmarlo. Esta difusa disposición al cambio se va a sentando poco a poco en el espíritu colectivo y es relativamente inmune a estrategias de argumentación racional. En particular, si se asienta sobre el descrédito y la descalificación global de los actuales gobernantes, que un importante sector de los medios de comunicación se encarga de mantener siempre viva.

Sin embargo, con los datos de las elecciones europeas en la mano, llevan razón los analistas del PSOE cuando afirman que el electorado perdido en la abstención responde sociológicamente a aquél sector de la ciudadanía más propenso a emitir un voto meditado y crítico -sin que ello presuponga, desde luego, que los otros votos no estén fundados en razones. De ser así, su táctica es la adecuada, y el aplazamiento de las elecciones generales les da un respiro para poder justificar con los hechos lo que desde hace unos meses vienen afirmando de palabras. La ventaja de la tortuga, si sabe aprovecharla, no es desdeñable. Pero ello coloca a los populares ante un dilema táctico que no tiene una solución fácil: de una parte, tienen que seguir alimentando el síndrome de cambio de tendencia con la retórica de la descalificación global y la demostración retórica de fracasos, de otra y para compensar las posibles ganancias de los socialistas en el otro terreno, deben compaginar ese discurso con un programa argumentado y la presentación de alternativas imaginativas, creíbles y sugerentes. Esta circunstancia feliz nos debería deparar una carrera apasionante, y por primera vez en muchos años una discusión política auténticamente racional, debatida, y alejada de consignas que bien poco tienen que ver con, la solución a los problemas, del Estado. Puede que sea un optimista, pero lo que sí que tengo claro es que no me atrevo a apostar por ninguno de los contrincantes.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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