Berlusconi cede
SUELE RESULTAR peligroso para un gobernante autoritario verse obligado a dar marcha atrás y a renunciar a una decisión que ha defendido con ardor ante la opinión pública. Exactamente eso ha tenido que hacer el jefe del Gobierno italiano con el decreto con el que pretendía impedir la prisión provisional de políticos y empresarios perseguidos por corrupción. Berlusconi es un empresario, no un político tradicional, y carece de una fuerza política asentada en el país. Su partido es una creación apresurada montada por su empresa de publicidad. Ganó las elecciones gracias sobre todo a la televisión y a una coyuntura muy especial en que los italianos, asqueados de la corrupción incrustada en su sistema político, buscaban algo nuevo con obsesión casi enfermiza.Ahora Berlusconi ha demostrado haber cometido un error de cálculo grave. No midió sus fuerzas, no se dio cuenta de que iba a atacar la causa que ha obtenido en Italia el máximo consenso: la lucha contra la corrupción. Era un viraje demasiado brusco en relación con lo que había sido su campaña electoral. Si en ésta se había presentado como el adalid de la pureza, era demasiado fuerte aparecer de pronto como el abogado. defensor de cuantos han sido encarcelados bajo acusaciones muy serias de culpabilidad en las tramas de la corrupción política. Ello explica que, al lado de la protesta descontada de las fuerzas de izquierda y centro, estallase también una oposición inmediata en su propia mayoría y entre sus propios ministros. Bossi y su Liga Norte han aprovechado la ocasión: exigieron la retirada del decreto y rechazaron las posibles fórmulas intermedias. Y han obligado a Berlusconi a ceder.
Éste hizo antes toda clase de esfuerzos para imponer su decreto, incluida la promesa de que podría ser enmendado -algo a lo que se había negado en -un principio-. Pero se encontró totalmente solo, lo cual reforzó la sospecha, de que Berlusconi quería con ese decreto salvar empresas suyas que estaban a punto de ser acusadas por los jueces de Manos Limpias. El efecto práctico del decreto era tirar por tierra toda la labor puesta en marcha por los magistrados para acabar con la corrupción.
En la comisión del Parlamento que debía reconocer la urgencia del decreto, Berlusconi fue derrotado por 29 votos contra 2 y 7 abstenciones. Fue la prueba definitiva: ya no había mayoría de gobierno. Sólo quedaba retirar el decreto o afrontar nuevas elecciones. Berlusconi, aunque en varias ocasiones había chantajeado con esta hipótesis, dio marcha atrás.
Es difícil medir las consecuencias concretas que va a tener la retirada del decreto: está el caso de los numerosos inculpados (incluidos varios ex ministros) que ya han. sido puestos en libertad en virtud de una norma ahora anulada. Por lógica, debieran regresar a sus celdas. Además, el Gobierno ha quedado seriamente dañado. Muchos de sus miembros se distancian de la fracasada operación de Berlusconi y lo tachan de único culpable. También ha quedado en grave entredicho el presidente de la República, rodeado hasta' ahora de un, prestigio excepcional de hombre justo y bueno. Al firmar el decreto de Berlusconi se ha comprometido seriamente. Con su débil autodefensa de que no podía hacer otra cosa más que firmar no ha conseguido sino dar nuevos vuelos a las sospechas articuladas por algunas voces en Italia de que tiene un interés personal en que no se complete la investigación sobre corrupción en el Ministerio del Interior, del que fue titular en su día.
Por otra parte, el líder de la Liga Norte, Bossi, ha sometido a Berlusconi a un duro pulso y le ha vencido. Además ha abierto la posibilidad de que la Liga, si se harta de cooperar con el actual Gobierno, prepare otra coalición, por ejemplo con el Partido Democrático de la Izquierda y con los restos centristas de la Democracia Cristiana. Si la Liga abandonase a Berlusconi éste se quedaría sin mayoría suficiente. La combinación de la Liga con la izquierda y el centro sería matemáticamente viable. Eventualidad hoy sólo especulativa, pero que revela la profundidad de los efectos que podrían derivarse del error de Berlusconi. La osadía y la arrogancia del, empresario pueden inducir a comportamientos autocráticos. Pero también ofuscar todo su instinto político.
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