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Cometas y profetas

El pueblo madrileño siempre se ha mostrado especialmente sensible frente a ciertos fenómenos estelares capaces de alterar el que se supone orden magistral de la bóveda celeste. El madrileño se siente más próximo al firmamento que los habitantes de otras latitudes, quizás por las estrellas de su escudo y por la desmedida y castiza presunción de que existe una línea directa y particular que lleva "De Madrid al cielo" sin mediación de artefacto o vehículo alguno.Ramón Gómez de la Serna relató magistralmente en La Nardo, castiza y picante novela de ambiente madrileño, las perturbaciones que produjo entre los habitantes de esta villa el roce, que se suponía funesto y apocalíptico para el planeta Tierra, de la ígnea cola del cometa Halley en 1910. Luego la cosa se quedó en nada, para decepción de profetas de café, astrólogos de tertulia y científicos de gabinete, que habían apostado por lo peor, aun a sabiendas que de cumplirse sus más sombrías predicciones no quedaría nadie vivo para felicitarles por su acierto.

Los astrónomos, que suelen ser gente sensata y con pocas veleidades catastrofistas, se curan en salud últimamente y reconocen, muy a su pesar, que los cuerpos celestes tienen sus manias, y muchas veces se niegan a ajustarse a los complicados y laboriosos cálculos minuciosamente elaborados por los profesionales de la astrofísica para marcar su trayectoria.

El único efecto detectable a simple vista del encontronazo del cometa Shoemaker-Levy contra la colosal masa de Júpiter se resume por ahora en la efímera popularidad de la que gozan estos días en los mentideros televisivos algunos científicos, especialistas en la materia y en la antimateria, que hacen lo que pueden para mostrarse ante la cámaras inteligibles, sonrientes y tranquilizadores, quizás con la secreta esperanza de hacerse con un espacio estelar en la programación.

Volviendo a la órbita madrileña, en los días previos a la colisión, la cometología ha desplazado como tema de conversación a los asuntos, clásicos de estas. fechas: Induráin, las vacaciones y el calor. Cometólogos aficionados hay que no dudan en relacionar la altas temperaturas con el paso del Shoemaker-Levy y

aluden a esotéricas conjuras interplanetarias, malévolas conjunciones astrales, monsergas de Nostradamus o pamplinas de supuestos videntes.Las opiniones más comunes de los madrileños se polarizan entre el escepticismo irónico y la credulidad irreductible. Pero hasta los más escépticos albergan muchas veces en su fuero interno el deseo incontrolable de ser testigos de un prodigio, de una fisura en el previsible guión redactado por los cietíficos. En los umbrales del bimilenario de la autodenominada civilización cristiana y occidental, cualquier signo del cielo da pie a toda clase de cabalísticas coartadas, y hasta los más conspicuos paladines de la racionalidad pueden caer en la tentación de transitar por los pantanosos ámbitos de los "misterios sin resolver" y de los "grandes enigmas de la humanidad". La fiebre del cometa podría explicar, por ejemplo, la inesperada pasión de Joaquín Leguina por los arcanos de la egiptología. El presidente, en funciones o de columnista de Cambio 16, aventuraba, en bífida y demoledora crónica, una original hipótesis que relaciona los misteriosos sucesos que acaecen última mente en la Casa de la Villa con la fatídica maldición de Tutankamón. Según la fascinante tesis del profesor Leguina, la maldición faraónica habría penetrado en las dependencias municipales a través de un mueble del ajuar fúnebre del joven y malogrado monarca egipcio, mueble que, tras incontables peripecias, habría ido a parar al despacho que reserva a sus alcaldes el Ayuntamiento madrileño. Ese mueble, maldito como todos los objetos sustraídos de aquella cripta mortuoria, sería nada menos que el trono del vengativo Tutankamón, restaurado y reconvertido en el sillón so bre el que aposenta ahora sus muñidas nalgas Álvarez del Manzano. En su columna, Leguina describe al detalle los síntomas de la pavorosa enfermedad mental que aflige a los usuarios del sillón maldito y les hace come ter toda clase de disparates. Según el articulista, la irreversible plaga faraónicalia caído con todo su peso sobre el primer edil madrileño anulando su juicio. Tal vez no sea una teoría tan descabellada. Sólo la debilidad mental producida por tan terrible virus podría justificar el lapsus garrafal que cometió Álvarez del Manzano, en pleno derby dialéctico entre el Ayuntamiento y la Comunidad, cuando comparó a Leguina con Berlusconi para descalificarle, sin reparar que el jefe del Gobierno italiano es símbolo de éxito político y de eficacia electoral, precisamente el modelo que tratan de imitar y fabricar a escala nacional sus compañeros del Partido. Popular, sus colegas empresarios de la CEOE y, según parece, ciertos cuadros del partido socialista, quizás menos aficionados a la egiptología y a la ideología que Joaquín Leguina.

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