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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuitas de Clinton

LA PRESIDENCIA de Bill Clinton pasa por mal momento: sus índices de popularidad son bajos, y, con vistas a las elecciones para el Congreso, en noviembre, la opinión predominante es que los demócratas sufrirán pérdidas sustanciales. Los adversarios del presidente se crecen. Los sectores más conservadores del Partido Republicano han intensificado su ofensiva contra él y escarban con ahínco en su biografía en busca de instrumentos de descrédito.Esto no tendría mayor importancia si el clima en la Casa Blanca no hubiera sufrido un visible deterioro en los últimos meses. Cada vez está más generalizada la impresión de que Clinton dedica tiempo excesivo a cuestiones de detalle y no estudia a fondo los problemas esenciales. En Washington, y en las capitales de los aliados de Estados Unidos, se percibe con inquietud que Clinton sigue sin conseguir conceptos claros de gobierno en la gestión interna y, sobre todo, en la política exterior.

Para reconducir la situación, el presidente anunció la pasada semana una serie de cambios en el equipo que le rodea. El principal es el nombramiento de Leon Panetta -persona de larga experiencia en la Administración, incluso en sus etapas republicanas- como jefe de su equipo en la Casa Blanca. Había consenso en Washington sobre la necesidad de estos cambios. Sin embargo, en el terreno de la política exterior, un nombramiento ha sido más discutido: David Gergen será el consejero a la vez del presidente y del secretario de Estado, una especie de mediador para dar coherencia a la política exterior. El argumento empleado para designar para el cargo a esta persona, poco ducha en temas internacionales, ha sido la "necesidad de un comunicador".

Muchos están de acuerdo con The New York Times cuando dice que "los problemas con la política exterior de la Administración no son tanto de presentación como de sustancia". De ahí la desconfianza ante las aportaciones que Gergen pueda hacer para colocar a la debida altura la política exterior de EE UU, tranquilizar a los aliados y poner fin a esos cambios de rumbo continuos que parecen fruto de la permanente improvisación. Las inseguridades acumuladas explican que se cuestione ya abiertamente la permanencia de Christopher como jefe del Departamento de Estado.

Clintón asumió el cargo con una clara vocación hacia la política interna y escaso interés por la exterior. Respondía así a un clima general en la sociedad norteamericana. Pero resulta alarmante que las posiciones de EE UU en cuestiones candentes pasen del blanco al negro. Washington fomentó el levantamiento del embargo de armas a Bosnia para luego hacer todo tipo de maniobras a fin de impedir que el Senado se uniera a la Cámara de Representantes en un voto en este sentido. En Haití, los anuncios de una intervención militar a la antigua, sin acuerdo de la ONU, alternan con afirmaciones, en sentido contrario. En Somalia, el desembarco a bombo y platillo fue seguido de una retirada que dejó a la ONU en pésimas condiciones. En el caso de Corea del Norte no parece haber tampoco una línea política, sino meras reacciones a los anuncios y medidas de Kim II Sung.

En la actual situación internacional, sólo EE UU reúne las condiciones para ser calificado como una superpotencia. Pero ésta -con la excepción quizá del caso de Oriente Próximo- da la sensación de no saber qué hacer para asumir su papel en esta nueva situación internacional, más libre, pero también mucho más insegura que la de la guerra fría. Sin un equipo sólido y experto en política exterior, la Administración de Clinton parece sometida a unos vaivenes y cambios de humor que son peligrosos para EE UU y para sus aliados. Para cambiar esta situación no parece que el nombramiento de Gergen sea suficiente.

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