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Complicidades

Rara vez se da el término medio. Cuando pintores o escritores se han acercado o se acercan al mundo de la música la mirada es de admiración o de indiferencia. Elías Canetti ha manifestado de una forma ejemplar en sus memorias y aforismos la originalidad y hondura de su pensamiento. El juego de ojos, tercer tomo de sus recuerdos, transcurre entre 1931 y 1937 en la Viena de Broch, Musil, Alma Mahler y Alban Berg. En sus páginas aparece una toma de posición respecto a la música. "Yo no entendía mucho de música", afirma el escritor. "No me habia ocupado nunca de la teoría. Me gustaba oír música, desde luego, pero no me correspondía a mí emitir un juicio. Me impresionaban cosas muy diferentes, Satie y Stravinski, Bartok y Berg".En El suplicio de las moscas, libro de aforismos recientemente aparecido, Canetti continúa con las alusiones musicales, pero el tono reflexivo es mucho más enigmático. "Cuando el ser humano se siente muy dichoso no soporta ninguna música ajena". ¿Qué vivencias sonoras y vitales le han llevado a este razonamiento?La portada de El suplicio de las moscas es un fragmento de un misterioso y bello cuadro de Georges de La Tour (1593-1652): una vela con llama alargada reflejada en un espejo, y flanqueada en primer plano por una calavera y un collar de perlas. Pertenece a La Madeleine pénitente del Metropolitan de Nueva York. Que la imagen introductoria de un ramillete de pensamientos de Canetti proceda de un pintor como La Tour es demasiado sugerente para pasarlo alegremente por alto:

En el Museo del Prado están expuestos hasta primeros de agosto seis cuadros de músicos pintados por Georges de La Tour: ciegos ambulantes con zanfonas, zonfonías o zanfoñas, y una riña entre músicos. Son inquietantes. El impacto que causan es enorme. Hasta tal punto que es difícil desprenderse del magnetismo de esos rostros intensos envueltos de incógnitas e interiormente poderosos. Matisse opinaba que La Tour y Rembrandt eran los retratistas más geniales y auténticos. La expresión de los músicos de La Tour, su sobriedad, su duro humanismo, son turbadores.Además reflejan, con un extraño tino, la relación entre alegoría, realidad y hasta cierta teatralidad de la pintura francesa de comienzos del siglo XVIL Si Watteau llegó a encarnar a la perfección en sus pinturas las tendencias musicales que emergían a principios del XVIII, en los músicos de La Tour encontramos inquietudes existenciales muy propias de su tiempo, tanto desde el apunte cotidiano como desde reflejos de tragedias íntimas. No son seres dichosos, evidentemente, pero, volviendo a Canetti, seguramente les resultaría difícil también soportar músicas ajenas.

En el mismo Prado hay otros cuadros sobre aspectos musicales de pintores contemporáneos de Georges de La Tour. Contemplarlos ayuda a situarnos en el entorno cultural de la época. Los Tres músicos ambulantes de Jacob Jordaens, de trazo tan aparentemente ligero y plano como sorprendentemente moderno, contrasta en realización y espíritu con la altivez y seguridad del músico pintado por Anton van Dyck, donde la iluminación resalta tanto el rostro como la mano izquierda. De la escuela napolitana procede el magnífico Concierto de Aniello Falcone, situado en el último rincón del museo, y en el que cantores e instrumentistas se funden en una armonía de serenidad, equilibrio y tonos cálidos.

Las conexiones entre música y pintores, como las de música y escritores, suelen producir una excitación y un gozo especiales a los amantes de la cultura. Es un juego de relaciones, a veces iluminador en el conocimiento de la Historia, a veces lúdicamente intrascendente. Pero nunca están de más. Sobre todo si, desde la alegoría o el aforismo, desde la fuerza plástica o la lucidez intelectual, desprenden el sello de verdad y desnudez que poseen Georges de La Tour y Elías Canetti en sus complicidades musicales.

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