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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por la paz

LA FIRMA solemne en Bruselas, por el ministro Andréi Kózirev, de la adhesión rusa a la Asociación por la Paz pone fin a un largo periodo de dudas que se abrió con el hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición de estructuras como el Pacto de Varsovia, que Moscú había montado para encuadrar a sus satélites. El deseo de éstos, una vez libres, era ingresar en la OTAN, pero ésta no estaba dispuesta a admitirles de inmediato y, por su parte, Moscú presentó fuertes objeciones a unas medidas que la aislarían. De esa encrucijada salió el invento de la Asociación para la Paz, una ampliación de la OTAN cuyos miembros podrán cooperar en el plano militar (maniobras, proyectos) con la OTAN, pero sin una garantía formal de seguridad en caso de agresión.Aceptado como mal menor por los ex miembros del Pacto de Varsovia, Rusia optó por ingresar también en la Asociación para la Paz, pero con unas condiciones especiales que, además de reconocer su papel de gran potencia, le diesen entrada para intervenir en las principales decisiones. El tira y afloja sobre este punto se ha desarrollado desde el viaje del general Grachov a Bruselas hasta hoy.

Se ha desembocado en una solución coja, que se refleja incluso en el distinto nombre que tiene el texto firmado por Kózirev en su versión rusa (protocolo) e inglesa (sumario de conclusiones). Ello indica el deseo ruso de dar al ingreso (ante su opinión pública) un carácter especial, ligándolo a la promesa de la OTAN de mantener un diálogo permanente con Rusia. Compromiso que no existe formalmente, aunque se permite a Rusia hacer alarde de un estatuto diferente.

Este arreglo es lógico. No cabe negar a Rusia que es una gran potencia, y es obvio que el diálogo y cooperación con ella son fundamentales en los problemas de seguridad europea. En ese orden, la presencia de Borís Yeltsin en Corfú, para reunirse con los líderes de la Unión Europea y para firmar un acuerdo de cooperación de ésta con Rusia, es otro paso positivo. Si bien ese acuerdo no contiene compromisos trascendentales, debe abrir vías de colaboración útiles para todos y facilitar a Rusia intercambios y experiencias que la ayuden en su política de reforma, frenada hoy por fuertes oposiciones internas.

El programa diplomático de Yeltsin tendrá otra etapa, quizá la más importante, en la cumbre de los siete grandes en Nápoles. La práctica está convirtiendo en costumbre esa presencia de Rusia en esas reuniones de los países industrial izados más importantes del mundo. Al lado del aspecto positivo de esta participación directa del presidente de Rusia en esos foros internacionales, no es posible olvidar sus posibles derivaciones negativas, en un momento en que Yeltsin está reforzando sus métodos autoritarios de gobierno.

Su reciente decreto sobre medidas "contra la criminalidad" otorga a la policía unos poderes que la colocan por encima de las normas constitucionales más esenciales. Los sectores democráticos, que han apoyado a Yeltsin en épocas anteriores, protestan contra un decreto que devulve a la policía poderes que sólo tuvo en épocas negras. Por ello cabe lamentar que Yeltsin pueda utilizar la buena acogida que recibe en el mundo para reforzar unas tendencias de política interna que le alejan de la democracia.

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