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LAS VENTAS

El toro que pintó Daniel Perea

El quinto toro era el que pintó Daniel Perea en aquellas láminas bellísimas de La Lidia. No hizo más que plantar la pezuña en la arena y ya lo reconocían los licenciados en Tauromaquia: " ¡El toro de Perea, el toro de Perea!", decían, señalándolo; y el toro, un cárdeno de apabullante arboladura que había dado más de 600 kilos en la romana, recorrió el redondel en todas direcciones, varias de ellas al hilo de las tablas, saludando a la afición.Alejandro Silveti, a quien correspondió aquel ejemplar de museo, azacaneó lo que pudo en distintos terrenos para fijarlo - y al conseguirlo en los puros medios, le enjaretó unas verónicas recias, y luego refrendó su valentía ciñiéndole gaoneras, entre ofés y ovaciones.

Maza / Silvera, Silveti, Delgado

Toros de Conde de la Maza, de gran trapío excepto 4% mansos. Emilio Silvera: dos pinchazos bajos, media baja, rueda de peones y tres descabellos (silencio); estocada corta descaradamente baja (protestas cuando saluda por su cuenta). Alejandro Silveti: pinchazo bajo y estocada corta delantera atravesada (algunos pitos); pinchazo bajísimo, media atravesada, pinchazo, media atravesada -aviso con retraso- y cinco descabellos (pitos). Paco Delgado, que confirmó la alternativa: estocada (aplausos y salida al tercio); estocada corta atravesada (escasa petición y vuelta). Plaza de Las Ventas, 19 de junio. Media entrada.

Muchas veces se ha preguntado la afición conspicua cómo sería el toreo con los toros que pintó Daniel Perea más de un siglo atrás. El cárdeno sin ir más lejos: un ejemplar cornalón espeluznantemente astifino; largo como el tren; hondo y badanudo; bamboleante la papada cuando trotaba marcándose un braceo jacarandoso. "Toreo de piernas se hacía", asegura la mesa de edad, formada por los tres ancianitos coetáneos del Bomba que aún nos quedan. Toreo de piernas, consistente en doblar y castigar; ganar terreno y resolver el bronco derrote del toro en su rebullir indómito, macheteándolo de pitón a pitón.

La afición veterana todavía no senecta (aunque todo se andará, y a ver quién llega) pasó horas de su infancia y juventud contemplando en La Lidia las enjundiosas láminas de Daniel Perea, la instantánea de curiosos lances que en aquella edad de bronce del toreo eran frecuentes, los torazos de trapío con sus luminosas capas y sus sobrecogedores corpachones y trataba de imaginar cómo se les podría dominar y dar muerte. Y he aquí que apareció ese toro llegado de la noche de los tiempos, y tampoco tuvo respuesta, pues fue Alejandro Silveti y le hizo el toreo moderno. Lo citó desde los medios con la muleta en la derecha, aguantó firme su arrancada, le cambió el viaje por la espalda, y aún no repuestos del susto el público, el toro, el torero, la madre del Rey que presenciaba la corrida desde el palco, volvía a ejecutar el cambio, sin enmendar ni un milímetro el asiento de sus zapatillas toreras.

Ve ese alarde Daniel Perea y lo pinta también, dejándolo inmortalizado hasta la consumación de los siglos. Pero el toro tenía cierta nobleza, humillaba, y la aficion contemporánea, que está curada de espantos y ha presenciado mucho toreo de gusto y arte excelso, pretendía que Silveti toreara al torazo de La Lidia igual que Aparicio al Alcurrucén en la tarde memorable, vamos al decir. No se produjo el milagro, naturalmente, pues aparte las diferencias de personalidad y circunstancias, Silveti unas veces embarcaba largo, otras perdía el temple, se sucedieron los enganchones en el transcurso de la entrecortada faena y mató fatal.

La corrida entera, salvo un cuarto toro escurrido e inválido, tuvo trapío. Así el primero, un colorao, manso, noble en las primeras tandas de redondos que le instrumentó Paco Delgado con hondura y ligazón, acobardado después, hasta el punto de que se acostó dos veces junto al estribo. Perdió la oportunidad Paco Delgado de torearlo al natural, y con ello alcanzar el triunfo, porque al echarse la muleta a la izquierda ya el toro estaba más a huir que a embestir.

El segundo, un hermoso salpicao botinero, sacó casta y Emilio Silvera lo dobló bravamente ganándole terreno hacia los medios, donde alivió la bronquedad del toro pasándolo fuera de cacho en animosas series de redondos y una de naturales sin convicción. Intentó desquitarse con el escurridillo y le dio un exceso de derechazos. El tercero, muy serio, exhibió su mansedumbre y bronquedad en todos los tercios y Silveti hubo de aliñarlo.

Paco Delgado volvió a mostrar su buena escuela frente al sexto, en una valiente faena sobre la derecha, y pues mató a la primera, parte del público pidió la oreja. Es lo que se lleva ahora: pedir la oreja. Mucha gente, si no dan orejas, considera que tampoco hubo fiesta, y se va frustrada. Los aficionados conspicuos, por el contrario, lo perdonan todo con tal de que salga el toro. Y si es un cárdeno imponente comalón y astifino escapado de las láminas de La Lidia, ya tiene consolidada su afición para los restos.

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