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Una de tantas

Victorino / Esplá, Rodríguez, Higares

Toros de Victorino Martín, cuatro terciados, flojos, encastados; 5º y 6º con trapío, mansos. Luis Francisco Esplá: estocada corta caída y descabello (palmas); bajonazo escandaloso (silencio). Miguel Rodríguez: estocada trasera descaradamente baja, rueda de'peones, bajonazo descarado- -aviso- y dobla el toro (silencio); pinchazo y estocada (ovación y salida al tercio). Oscar Higalres: estocada (oreja); estocada, rueda insistente de peones -aviso- y dobla el toro (petición y vuelta). Plaza de Las Ventas, 11 de junio. Lleno.

Llegó la corrida de los victorinos, la plaza llena hasta la bandera de un público ilusionado con volver a ver aquellos toros de trapío, poder y casta que hicieron famosa la ganadería, connvirtiéndola en bandera e insignia de los más puros valores de la fiesta, y resultó ser una de tantas. No fue mala, ni buena tampoco; no tuvo trapío ni dejó de tenerlo; no destacó por su bravura ni por su mansedumbre. Salen estos mismos toros con el hierro de don Huidobro Salmerón, deán y padre, y acusan a la empresa de haberse ahorrado una pasta, comprando género tan soso.No todo tuvo la condición de soso, sin embargo, porque casta no le faltó a la corrida, y fue esperanzador comprobar que todos los toros conservaban una de las características exclusivas de la casa: humillaban arando con sus hocicos la arena. Humillaban los buenos y los malos, los grandes y los chicos, los bravos y los mansos. Ni uno solo de los seis tiró una mala cornada; ni se batió a la defensiva, pues incluso aquel que durante las banderillas se plantó farruco cerca del toril en posición de aquí te espero, llegado el tercio de muerte embistió nobletón.

El problema único se cifraba en que los toreros se atrevieran a torearlos y supiesen hacerlo. Fue el caso de Oscar Higares, que se atrevió y supo, y estuvo a punto de salir por la puerta grande. Los merecimientos de tal supuesta salida se discutían al Final y en tanto unos acusaban al presidente de habérsela robado por no otorgarle una segunda oreja, otros consideraban que la puerta grande habría sido premio excesivo. Es lo que sucede cuando un galardón de tanto fuste, que debería ser excepcional, consecuencia de una auténtica explosión de entusiasmo, depende de un simple operación matemática: una oreja más una oreja, igual a puerta grande

Lo cierto es que óscar Higares toreó, en ocasiones muy bien. Su primer toro era uno de aquellos que araban la arena con gran nobleza, pero no bastaba con pegarle pases. Había que torearlo hondo y seguro. Y así lo hizo Óscar Higares: embraguetándose, mandando en todo el recorrido del muletazo largo, ligando las suertes. De tal corte instrumentó numerosas tandas por la derecha, mientras con la izquierda y al natural careció de temple y colocación.

A este torero, por lo que parece, le van más las derechas que las izquierdas. De manera que volvió a la mano buena, cuajó tres redondos soberanos ligados al de pecho y mató de un estoconazo volcándose sobre el morrillo. Del embroque salió el diestro con el chaleco destrozado por el pitón del toro, que tiró un gañafón al sentirse herido por el hoyo de las agujas. Se revivió allí la emotiva estampa que las crónicas de los tiempos históricos del toreo relataban, admiradas y estremecidas, cuando el toro salía de la suerte suprema muerto sin puntilla, con un girón de seda y alamares prendido en el asta.

Al sexto lo toreó óscar Higares con menos ajuste, perjudicado de consuno por su falta de temple, por el ventarrón y por la mansedumbre del toro, que tardeaba al cite escarbando. Volvió a matar decidido, y quizá mereció una oreja, mas la salida por la puerta grande que este trofeo conllevaba habría supuesto una exageración.

Los que no supieron o no se atrevieron... La fama de los victorinos debió influir en el instinto de conservación de Esplá y Miguel Rodríguez, y optaron por no complicarse la existencia. Esplá banderilleó y muleteó con pie ligero, dejando sin torear un primer toro manejable y un cuarto de encastada nobleza, aunque a este le dió muchos naturales precipitados. Rodríguez estuvo aseado con un toro escarbón y no se centró con otro manso que llegó boyante a la muleta. En realidad no había motivos para tantas reservas. Los victorinos ya no se comen a nadie y los puede matar cualquiera. O sea, que están de oferta.

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