Del sueño a la pesadilla
Los colonos judíos de Gaza temen más los planes de su Gobierno que a la autonomía palestina
Alguien disparó repetidas veces el miércoles contra los invernaderos de tomates de Kfar Darom, un asentamiento judío del sector de Gush Katif, en el centro de la franja de Gaza. No hubo víctimas. Los soldados israelíes respondieron a la agresión, y las autoridades de Israel han pedido a la policía palestina que persiga a los culpables, porque los disparos procedían del territorio autónomo palestino."¿No tienen miedo de vivir en este clima de inseguridad?", preguntamos a Yael, de 22 años, madre de dos hijos pequeños, que se instaló en Kfar Darom con su familia hace cinco meses. Yael, de ojos negros, vivos, sonrientes, con la cabeza cubierta por un pañuelo, como todas las mujeres judías religiosas, y ataviada con un vestido de manga larga a pesar del sofocante calor, mira con asombro: "¿Miedo? El Eterno vela por nosotros. Estoy completamente tranquila". ¿Por qué dejó Jerusalén, donde nació, para venir a instalarse aquí, en Gush Katif, donde hay 4.000 judíos en total, rodeados por más de 800.000 palestinos? Yael responde con franqueza: "En Jerusalén vivía con mi suegra. Aquí nos han dado una caravana y dentro de dos meses nos trasladaremos a una casa de verdad, con un jardín. Dios está en todas partes". Pero, si Yael no teme (demasiado) a los terroristas, desconfía, y mucho, del Gobierno israelí. "Sólo Dios sabe lo que nos preparan Isaac Rabin y Simón Peres", el primer ministro y su ministro de Asuntos Exteriores.
Gush Katif engloba un total de 17 colonias judías, pero el sentimiento que predomina es el mismo en todas partes: el pesimismo, la convicción de que "este Gobierno" les ha abandonado y se dispone a venderles a los árabes, es decir, a evacuar Gush Katif. Han desaparecido el entusiasmo y la confianza que reinaban hace sólo un año.
La inscripción del edificio central de Neve Dekalim donde, tienen su sede el consejo municipal y otros servicios de este asentamiento todavía proclama: Consejo Regional de la Costa de Gaza. Pero todo el mundo sabe que es una ilusión. El sueño de ayer se ha convertido en pesadilla. La policía palestina patrulla la costa y el resto del territorio autónomo.
En Neve Dekalim, como en Kfar Darom o Gan Or, los pueblos vecinos, todos se preguntan qué ocurrirá mañana. Ya se nota la parálisis. En Neve Dekalim, filas enteras de casitas nuevas -construidas por Ariel Sharon cuando fue ministro de la Vivienda de Isaac Shamir- están vacías. Las calles, antaño coquetas, con jardincillos bien cuidados, están ahora abandonadas. El hotel Palm Beach está vacío, a pesar de la magnífica playa rodeada de palmeras y de la arena extremadamente fina, casi blanca. "El hotel se llena los fines de ser mana", asegura el portavoz de Neve Dekalim. Resulta dudoso, porque el restaurante del hotel está cerrado. La explicación: "Nos hemos visto obligados a cerrar porque el Tsahal (Ejército israelí) ha dejado de garantizar nuestra seguridad". Los 4.000 judíos de Gush Katif están ahora protegidos por 15.000 soldados. Más de tres soldados por habitante, niños incluidos.
"En casa se discute mucho", nos dice Ron, de 12 años. "¿De qué? ¿De política?", se le pregunta. "No, no de política. Papá, mamá y los amigos discuten de lo que nos espera". Para Ron, que dice no estar seguro de poder celebrar su barmitsvah (ceremonia de iniciación judía comparable a la comunión) en Neve Dekalim el año próximo, "la política" es otra cosa.
Para llegar a Gush Katif ya no se emplea la carretera que atravesaba la región de Gaza. Ahora es imposible. Ha llegado la autonomía. Por todas partes hay carteles: "¡Atención! Entra usted en el territorio bajo jurisdicción de la autonomía palestina". Es el Tsahal el que ha hecho poner esos carteles.
Valla electrificada
Ahora hay que dar un rodeo de unos treinta kilómetros para llegar a Gush Katif. Junto a la carretera, cada 200 o 300 metros hay un puesto militar de observación, instalado sobre una colina o terraplén, desde donde un soldado israelí situado tras una ametralladora sigue los movimientos de los vehículos. A lo largo del camino que separa las dunas de Neve Dekalim de las dunas palestinas hay una doble valla electrificada de alambre de espino para proteger el asentamiento judío.
La entrada de Neve Dekalim está protegida por dos soldados, reservistas. "¿Están contentos de haber salido de Gaza?", es la pregunta. "Vaya si lo estamos", responde uno de ellos, que lleva galones de sargento. "Mientras ellos estén ahí", interviene el segundo, un soldado raso, señalando con el dedo hacia el centro de Neve Dekalim, "no habremos salido realmente de Gaza".
En el camino de vuelta, nos cruzamos con un todoterreno militar, parado junto a la carretera. En la antena ondea la bandera naranja de las patrullas mixtas israelo-palestinas. Un militar israelí hace sus necesidades en medio del campo. A pocos metros de él, un policía palestino, con el fusil en bandolera, ve cómo reducimos la marcha, sonríe y nos hace un gesto amistoso con la mano.
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