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Los recuerdos de otros

Antonio Muñoz Molina

Conozco a un hombre que se acuerda de Marilyn Monroe: no la efigie en blanco y negro o en vibrante tecnicolor del cine ni el fantasma deslumbrado de las fotografías y los documentales, sino la mujer verdadera que existió y respiró, la que amaneció muerta y despeinada en una cama a los 36 años. Este hombre, un español hijo del exilio, educado en Estados Unidos, combatiente antifascista en la II Guerra Mundial, entró una tarde en un bar de Nueva York, una tarde lluviosa y fría de un invierno de los años cincuenta, y cuando se acomodó en la barra y pidió una copa estaba tan aterido que no miró a su alrededor. Encorvado en el taburete, sin quitarse el abrigo, se echaba el aliento en las manos, y sólo después del primer trago y de unos minutos en el calor confortable y la penumbra del bar acomodó confiadamente los codos en la barra y miró en torno suyo. Era temprano, aunque ya anochecía, y había pocos clientes en el local. A este español que llevaba la mayor parte de su vida en América le llamó enseguida la atención una mujer rubia y sola que bebía ensimismadamente junto a él. Tardó sin embargo en reconocerla, en asociar los rasgos cercanos de la realidad con los resplandores del cine, el pelo espléndido y teñido, la nariz y los pómulos como un testimonio intocado de la adolescencia, la boca roja y carnal que ahora dejaba un rastro de carmín en un vaso que él podía haber tocado extendiendo sólo un poco la mano, igual que podría tocar o rozar a Marilyn Monroe antes de que pagara su copa y se marchara: nadie más que él parecía reconocerla, y eso le daba, mirándola de soslayo, girando levemente la cabeza para verla mejor mientras alzaba su copa, el sentimiento de que en su presencia había una mezcla de normalidad y de prodigio, el milagro de una aparición que sólo él veía, y que no iba a durar más de unos segundos.Gracias a la casualidad de aquella tarde de hace unos cuarenta años este español guarda en su memoria personal lo que ningún otro de sus compatriotas puede poseer, un recuerdo verídico de esa mujer que ha acabado formando parte de la nostalgia de cualquiera, de una industria universal de la memoria que sistemáticamente va abasteciendo de recuerdos o de simulacros de recuerdos a los lectores de periódicos, a los espectadores del cine y de la televisión. Henry James habla de un personaje al que sus padres, no pudiendo darle un porvenir, le regalan un pasado. A nosotros, los españoles de ahora, el porvenir nos da tanto miedo o nos importa tan poco como el pasado, lo mismo el público que el personal, así que procedemos diariamente a practicarnos injertos de memoria falsa, a extirparnos con una cirugía sin dolor el pasado mediocre o vergonzoso o vulgar para sustituirlo por otros pasados más brillantes, o al menos más a la moda.

El año pasado se llevó mucho injertarse recuerdos de mayo del 68 en París, dado que era el XXV aniversario, y no había tiburón o camastrón gubernamental que no se concediera una grata dosis de nostalgia a cuenta de los impulsos revolucionarios de la juventud, que en el fondo seguían llevándose en el corazón, etcétera. También nos acordamos todos mucho del asesinato del presidente Kennedy: la industria de la memoria ha alcanzado en ese aspecto tal perfección que cualquiera recuerda, aunque no hubiera nacido entonces, o dedicara sus ocios a apedrear cabras, el momento en que la televisión norteamericana interrumpió sus emisiones para dar la noticia. Que entonces, en España, casi no hubiera televisores es un dato de la discutible realidad que puede ser tachado en beneficio de una verosimilitud superior: ¿hay alguien que pueda aceptar que en los sesenta no estuviéramos gobernados por John F. Kennedy, sino por un general calvo, corto de talla y un poco barrigón?, ¿hay alguien que no prefiera la lobotomía mínima de abolir ese recuerdo?

A Paul Preston lo asombra el modo en que la figura de Franco ha desaparecido del presente y de la conciencia española. Paul Preston se dedica a una disciplina, la Historia, hacia la que este régimen de ahora siente la misma animadversión que hacia la Literatura o la Filosofía. La enseñanza de la Historia, como la de la Literatura o la Filosofía, pueden ser suprimidas en los planes de estudio, pero la tarea quirúrgica no queda completa si no se suprime la historia en sí, el vano ayer, y se la sustituye por el supermercado de la memoria industrial. La fábrica de sueños se dedica con igual ahínco a la fabricación de recuerdos: hace unas semanas yo asistí, con incredulidad, hasta con algo de remordimiento por no conmoverme yo también, a la inundación de nostalgias de la viuda de Kennedy y de Onassis, que resultó ser de pronto uno de los mitos y de los mejores recuerdos de la Juventud de todos nosotros, un sueño de libertad sexual y de pret-à-porter, diosa alegórica de los celebrados sesenta y primera dama del mundo: aquí, que uno recuerde, la primera dama era entonces doña Carmen Polo de Franco, una señora flaca y más bien fea con collares de varias vueltas y trajes negros y velos de misa de domingo. No hay modo de llegar a ninguna parte con un pasado así.

Parte del verano la dedicaremos a acordarnos del festival de Woodstock. Ahora, esta semana de principios de junio, nos estamos acordando mucho de cuando los aliados invadimos Normandía y derrotamos a Hitler con un Ejército en el que tenían los papeles estelares algunos de los actores más célebres y más heroicos de Hollywood, según recuerda Terenci Moix, en cuya memoria enciclopédica y devoradora abarca desde el Egipto de las pirámides y el de Cleopatra y Richard Burton hasta el día exacto en que murió Marilyn Monroe. Con un poco de empeño, y con el beneplácito (le las autoridades, no tardaremos mucho en recordar que, después de invadir Normandía y derrotar a Hitler, los aliados no quisieron dejar una dictadura fascista en Europa y derribaron también al general Franco, librándonos así de treinta y tantos años de impresentables recuerdos. Por mi parte, yo ya casi me acuerdo de una tarde en la que entré en un bar, muerto de frío, y vi a una rubia que bebía sola en la barra, y me sonó su cara...

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