Rutinas

Rutina. No hay nada más reaccionario que los mecanismos defensivos automáticos, aquellos que no provocan desgaste, que ahorran el esfuerzo del compromiso. Y ni siquiera son eficaces a medio plazo para evitarnos la catástrofe que tienden a ocultar en lo inmediato.José Luis B., presa de un desarreglo intestinal, aceptó de su asistenta un enorme pote de arroz blanco. Cometió el error de agradecérselo. Desde entonces, su perro come todas las semanas grandes platos de arroz, dosificados para no llamar la atención. José Luis tiene que limpiar el plato del perro para que no se note quién se lo ha comido. Y tiene que agradecer a la asistenta cada semana el servicio. Incluso, llega a comprar arroz para no tener que enfrentarse a ella. Su vida es ya una pesadilla de arroz blanco. Su aprecio por la servicial mujer ha dado paso a un odio solapado.
En Madrid, un juez que basó su imagen en la garantía de la lucha contra la corrupción, levanta el cadáver de un general y comenta a la familia que todo esto pasa porque hay corrupción. Ni siquiera busca ya la solidez argumental. Su mera presencia física, su rutina moral han de explicarlo todo: si él levanta un cadáver presentado por ETA, la culpa es de la corrupción.
En Kuwait condenan a 14 personas a muerte por haber intentado asesinar a George Bush. Son condenas del Tercer Mundo moral. Nos soliviantamos menos porque en este caso se trata de moros que matan moros (rutina de nombres, qué más da un kurdo que un iraquí).
Rilke despotricaba contra el sosiego. Pessoa decía encontrarlo en la casa, el lugar donde no se siente. La rutina es la muerte de la inteligencia, el placer como ausencia de dolor. El arroz blanco del perro de José Luis.
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