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A Hillary no le va la mantilla

Antonio Caño

Es difícil imaginar a alguien a quien le siente peor la mantilla negra que a Hillary Clinton. Pero, dispuesta a cumplir resignadamente su papel de primera dama, la esposa del presidente norteamericano, ferviente defensora del aborto y devota practicante de la fe bautista, se cubrió respetuosamente la cabeza ante el jefe de la Iglesia católica.Pese al conflicto que para Hillary, vieja activista de la causa del feminismo, debía suponer encontrarse en la sede de una religión que prohibe la ordenación de las mujeres, tanto ella como su marido parecían disfrutar del momento y de los regalos ofrecidos por la Santa Sede, un mosaico del Coliseum y un medallón conmemorativo de los 15 años de papado de Juan Pablo II. La que estaba verdaderamente radiante era la madre de la primera dama, Dorothy Rodham, que se sumó a este viaje "para ayudar a su hija", según un portavoz de la Casa Blanca (¡Problema sobre uso de fondos públicos a la vista!).

Bill y Hillary encontraron en Roma algunos compatriotas que rezan por ellos. Bart Smíth, un seminarista de Washington, reconoció que no se imagina a Clinton, con tantos conflictos amorosos a sus espaldas, siguiendo el modelo de vida que exige el sacerdocio.

Hillary, como en los demás viajes oficiales al extranjero, quiso mantenerse en segundo plano. Dio un paseo por Piazza Navona y se reunió con un grupo de escolares que le contaron cómo son sus estudios aquí y le preguntaron cómo le va a Chelsea con los exámenes finales.

Clinton cubrió por la mañaría su habitual sesión de jogging, aunque la visión de la que disfrutó al asomarse al mirador de la Plaza de España en pantalón corto y camiseta era muy distinta a la de los alrededores del Capitolio de Washington, por más que la cúpula del Vaticano le evocara imágenes de casa.

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