Cultura tradicional y delirios
En Sevilla han aumentado este año las Cruces de Mayo, y al Rocío han acudido más romeros procedentes de Córdoba que nunca. Los últimos tiempos parecen marcar un creciente apoyo popular a las manifestaciones culturales de la Andalucía tradicional, apoyo que, dicho sea de paso, siempre ha gozado de buena salud. Algunos intelectuales justifican el retorno por la teoría de la desesperación: la necesidad de integrarse, en momentos de crisis, en algo que remite a una cultura real en la que todo está claro. El caso del Rocío es contundente. Se trataría de formar parte de un grupo que se reúne en torno. a algo. Como elementos amalgamadores, el polvo, el agua, la devoción, los cantos. La seguridad de que todo va a ocurrir como está previsto, como ha sucedido siempre, con un claro principio y un nítido final.En el otro extremo estaría la cultura inflada e impuesta desde las instituciones: globos que estallan, sobre todo en Se villa, la ciudad que, gracias a la euforia de la Expo, más boca a boca cultural recibió en los tiempos de bonanza. Sería ésta una actividad cultural proclive al desengaño, pues se alimenta del más puro ombliguismo sin tener en cuenta los pelitos de adentro, que son, a fin de cuentas, la única realidad del ombligo: el público real, cuánto hay y cuánto no, por qué se moviliza y por qué no. Por qué la falta de espectadores ha conducido a que'el magnífico ciclo Música de las Naciones haya reunido en sus últimas actuaciones sólo a la mitad del aforo de La Maestranza. Por qué los conciertos de jazz del tea tro Central apenas llaman la atención, pasado el jolgorio en que había que ir a todo porque todos eran estupendos. Por qué, para el último espectáculo de Nuria Espert, hubo que llamar a amigos y conocidos por, teléfono, para paliar la ausencia de voluntarios.
"Yo no creo que naya una vuelta atrás en la cultura popular", dice Alberto Marina, director técnico de artes plásticas de la Fundación Luis Cernuda, de Sevilla, "porque nunca ha habido un abandono. Lo que sí creo, en cambio, es que la actitud folclórico-conservadora tiene bastantes fisuras. Lo veo en la facultad de Bellas Artes, donde, aún sin compartir las nuevas actitudes, se cuenta con ella. La escuela es un reducto, no ya de artistas, ni siquiera de artesanos, sino de rocieros y cofrades que, por una especie de relación con personas fundamentales de la sociedad en cierta época, llegaron a catedráticos siendo literales ignorantes, de faltas de ortografía en las papeletas. Pero incluso esta gente está protagonizando un aggiornamiento, muy torpe, pero real". "El boom de la cultura ha estado vinculado a un ámbito muy artificial, y forzado por las instituciones. Por ejemplo, la promoción excesiva de artistas plásticos que, con 21 años, vendían cuadros por dos millones de pesetas, pero eso no sólo ocurría en Sevillla. Ahora estamos en el reflujo de esa era, que coincide con el reflujo económico. Pero yo creo que se va a asentar, porque el punto de partida era el surgimiento de una generacion, formada por gente que, en su mayoría, son valores estables". Se siguen cometiendo errores: estando la mayor parte de las salas de exposiciones de Sevilla desocupadas, se insiste en crear el Centro de Arte Andaluz, lo cual es una loable idea, pero situándolo en un nuevo territorio macro, el cuartel de La Maestranza, con un costo de 8 o 10.000 millones de pesetas.
Lejos de este delirio de grandezas se producen políticas culturales sensatas, que enlazan la difusión de cultura con el intento de cambiar los hábitos de los ciudadanos. La gestión del Ayuntamiento de Córdoba parece ideal, en este sentido, con un Gran Teatro que viene funcionando continuadamente con una programación escénica pareja a la de ciudades como Bilbao o Barcelona, y una utilización de lo cultural como recurso de la ciudad, lo que incluye una Orquesta Ciudad de Córdoba de la que se aprovechan hasta las orejas: orquesta de foso en empresas líricas -Don Pasquale y Orfeo y Eurídice-, producciones propias -realizan giras-, la temporada de conciertos, un proyecto didáctico y las giras que la orquesta realiza regularmente, bajo la batuta siempre, de un músico excepcional, el cubano Leo Brouwer, virtuoso y compositor de guitarra y autor de la música del aplaudido filme Como agua para chocolate.
Córdoba ha encandilado a este músico, capaz de entusiasmarse tanto con la música como con el proyecto educativo y cultural, y de tocar lo mismo en el Gran Teatro que en plazas públicas o en iglesias.
Juan Carlos Hens, concejal de cultura del Ayuntamiento de Córdoba, de Izquierda Unida, afirma que la tendencia de su gestión es que "los cordobeses accedan a los grandes elementos culturales de música, teatro y exposiciones, y lo hagan modificando sus hábitos culturales. ¿Qué podemos hacer para que esos hábitos se amplíen, desarrollen y modifiquen? El antiombliguismo. Lo de Sevilla es un error a medio y largo plazo. Primero, no se desarrolla culturalmente una sociedad planificando una serie de acontecimientos populares, sino realizando programas de continuidad, pasando a estar dentro del consumo cultural, del ciudadano". Por el Gran Teatro han pasado, en el 93, 140.000 espectadores, de los cuales 18.000 son habituales. Estamos hablando de un ciudad interior, pequeña, de 300.000 habitantes; una ciudad que parte de un listón muy bajo y en donde la lectura, como en toda Andalucía, es más bien una costumbre poco frecuentada.
"Pero piensa en lo que teníamos hace 10 años, como dé la noche al día". Lo más difícil, dice, es estimular la creación, que la gente ponga en marcha sus propios proyectos. "El peso de las instituciones, sobre todo del Ayuntamiento, que es lo más fuerte, es demasiado grande. La sociedad civil apenas genera actividad cultural. Sería muy necesario transferir recursos que en este momento están en las instituciones, para que sean gestionados por los propios creadores, en la confianza de que de ahí surjan productos nuevos, valores nuevos, ideas nuevas". Entre tanto, Hens -descendiente de aquellos alemanes que el emperador Carlos V trajo para repoblar Andalucía- pone en práctica la mayor obsesión de su departamento, "que es que no haya una actividad cultural en la ciudad que no lleve pegado un programa educativo". Afirma que eso está funcionando muy bien: "El año pasado metimos a 50.000 nenes en el teatro. Y estamos involucrando a las asociaciones de barrio, de jóvenes, de mujeres, los centros cívicos: todo lo que en Córdoba funciona muy bien. Si conseguimos mantener este programa durante 15 o 20 años más, quedará para siempre".
Más allá de la política cultural de gestos y gestas, cuyo éxito se mide por la superficie que el acontecimiento merece en los periódicos, y de la tentación de promocionar las ciudades mediante el turismo cultural, parecería que el sentido común dicta normas que no tienen que acabar forzosamente en fiasco, por difícil que sea la implantación de nuevos parámetros para el disfrute del arte menos ancestral.
Entre la melopea rociera, por otra parte perfectamente comprensible y respetable, y el tener que ir por narices al teatro de La Maestranza de Sevilla a tragarse un concierto por que está de moda, existe la posibilidad de cultivar poco a poco el espíritu, al tiempo que se fomenta la educación sin perder las esencias.
MAÑANA
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