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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desafío islámico

ESTADOS UNIDOS ha iniciado una evolución acusada de su política respecto a Argelia, manifestada en las declaraciones del subsecretario de Estado para Oriente Próximo, Mark Parris, y en una conferencia del consejero de Clinton para la seguridad nacional, Anthony Lake. Aunque centrada en la cuestión argelina, esta evolución puede alcanzar también a otros países árabes y expresar, en términos generales, la actitud de los países occidentales ante el fundamentalismo islámico.Esta evolución parte de dos premisas: primero, que en Argelia el presidente Zerual y su Gobierno están fracasando por completo tanto en su represión masiva para poner fin a los ataques armados del terrorismo fundamentalista como en sus esfuerzos por entablar una negociación con los sectores moderados del islamismo. La segunda premisa es la voluntad de EE UU de no repetir lo que fue su política intransigente con Irán.

Pero una cosa es justificar un cambio táctico y otra son algunas afirmaciones de Anthony Lake. Enfatizó en su conferencia que la renovación de las tradiciones del mundo islámico no tienen por qué entrar en conflicto con los principios democráticos. Es obvio que esa renovación puede hacerse de muchas maneras, pero el fundamentalismo que hoy se practica en Irán o Sudán ha llevado a suprimir la libertad de pensamiento y a someter a la mujer a condiciones de esclavitud. Si EE UU arroja un velo para disimular los aspectos antidemocráticos del fundamentalismo islámico, ello no puede ayudar a mantener como eje de política internacional la lucha por los derechos humanos, que ha sido una de, las banderas que Washington ha enarbolado.

En el caso concreto de Argelia, la nueva actitud de EE UU plantea un problema serio a los países mediterráneos. En Francia, esa nueva línea norteamericana ha sido recibida de manera muy crítica. Francia tiene enormes intereses en Argelia, está asociada al actual equipo gobernante y teme, en caso de triunfo islamista, un éxodo masivo que agravaría el ya complejo problema de la emigración magrebí en su territorio. España, a pesar de tener puntos comunes con los franceses, no está en la misma posición y goza sin duda de una mayor libertad para pensar y maniobrar en este problema.

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Dos aspectos merecen ser considerados: la posibilidad real de un triunfo islámico, en cuyo caso sería esencial que se produjese en las urnas Y no en medio de un caos de muertes y sangre. De ahí que nuestra diplomacia deba insistir sobre la conveniencia de elecciones en sus contactos con el. Gobierno argelino. Por otra parte, hace falta superar una visión apocalíptica de ese eventual triunfo islamista.

Sería un paso atrás, sobre todo en el caso argelino, en que los progresos del pluralismo político y cultural, y libertad de la mujer, han sido reales. Pero el mantenimiento de relaciones diplomáticas y económicas con Argelia seguiría siendo esencial para España, al margen del régimen interior de ese país. Tener en cuenta tal eventualidad no es incompatible con mantener buenas relaciones con el actual Gobierno y apoyar sus esfuerzos por abrir una negociación con el islamismo.

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