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El regreso de Solzhenitsin

Esperar que Solzhenitsin, este potente cohete que ha cobrado una velocidad verdaderamente cósmica, cambie su dirección bajo la influencia de algunos meteoritos, vulgares y acéfalos, comunistas o fascistas, es simplemente ingenuo. Nunca Solzhenitsin se pondrá bajo ningún estandarte. Y creo que nadie conseguirá hacer de él su estandarte. El, como nadie, camina solo.¿Qué ocurrirá? Ocurrirá lo que siempre ocurre con él: una esperada sorpresa (*). Y cuando esto ocurra, de nuevo nos sorprenderemos, pero al mismo tiempo reconoceremos que sólo así debía actuar. Pero hay algo que se puede prever con bastante exactitud. Ahora, en Rusia, a pocos les interesa la literatura y en general las cosas de nivel superior. Vemos una vulgar polémica-comercio: ¿con quién estará Solzhenitsin, a favor de quién está? Bueno, imagínese a SoIzhenitsin que vota por Ziugánov o Zhirinovski. Es lo mismo que imaginarse a Goethe o Schiller votando por Schiklgruber. Absurdo, por supuesto.

¿Con quién regresa Solzhenitsin? Releamos una de sus últimas obras, Cómo debemos organizar Rusia. Recordemos aunque más no sea estas palabras: "Veo con preocupación que la autoconciencia rusa que se despierta es incapaz, en gran medida, de liberarse de la mentalidad imperial. ( ... ) No tenemos fuerzas para los suburbios, ni económicas ni espirituales. No tenemos fuerzas para el imperio. Ahora hay que elegir: o el imperio que nos mata o la salvación espiritual y física de nuestro pueblo. Debemos dejar de repetir como loros: 'Nos enorgullecemos de que somos rusos, nos enorgullecemos de nuestra inabarcable patria, nos enorgullecemos, nos enorgullecemos...'. O: 'El ya creado nominal status de un poder presidencial fuerte nos será útil por largos años'. Por supuesto que esto no le gusta a más de alguno".

El 10 de julio del año antepasado estuve en casa de Solzhenitsin en Vermont, y allí anoté estas palabras suyas: "Pobre del país en el que la palabra democracia se ha convertido en injuriosa. Pero también se perderá el país en el que la palabra patriotismo se ha convertido en insulto". Su credo consiste en la unidad de estos conceptos. Recordemos también la declaración de SoIzhenitsin en relación a los acontecimientos de octubre de 1993: su incondicional apoyo a Yeltsin, su instantánea reacción política contra el comunismo-fascismo. En respuesta, inmediatamente se lanzó una jauría de cuzcos del semanario Den-Zavtra.

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Posiblemente el modelo ideal de salvación de Rusia se encuentre en alguna parte entre las dos tendencias que se plasmaron en nuestra historia en dos de nuestros genios: el occidentalista Sájarov y el eslavófilo Solzhenitsin. Su polémica, a veces apasionada, pero siempre noble, muestra una tendencia hacia el acercamiento. Confío e incluso sueño con que el acercamiento de estas tendencias -que a veces se separan en el infinito o chocan frontalmente- determine el futuro.

Creo que el retorno será difícil para el mismo Solzhenitsin. Recordemos cómo Dostoievski gemía en el extranjero: "Leo cada día los periódicos rusos. Sin ellos no puedo vivir, muero". Sokhenitsin -yo mismo lo vi- leía todos los días decenas de periódicos y revistas nuestros y estaba al tanto de los más pequeños asuntos rusos. Pero seguramente tenía razón Dostoievski cuando exclamaba: "¡Me hace falta la Rusia viva!". Tendrá que superar también otras dificultades. La juventud de Rusia prácticamente no lo conoce. Es la gente de nuestra generación (nacida en 1930, más-menos 20 años) la que por las noches, escondida, leía sus novelas y el Archipiélago Gulag, pasando de mano en mano las paginas copiadas a máquina. ¿Y quiénes leían en realidad, cuántos eran? No más de 100.000 personas en toda la hoy desaparecida Unión Soviética.

Y ahora uno puede ver en todas partes los libros de SoIzhenitsin: en las librerías, en las bibliotecas, en los quioscos, en los puestos del metro. Pero la juventud, en general, no lee libros gruesos. Y a Solzhenitsin lo conocen ante todo de oídas. Mientras tanto, hay que hablar primordialmente con la juventud. El primero de los escritores rusos del siglo pasado que se dirigió a la juventud fue Dostoievski. Solzhenitsin me dijo: "Comprende, y sé que no hay nada más importante que los adolescentes, los jóvenes, las escuelas". Y acto seguido, mirando con angustia los 10 tomos de su última epopeya, la Rueda roja, exclamó: "¡Pero quién va a leer esto! Quizá dentro de unos treinta años...".

Le dije que estaba de acuerdo con él. ¡Cómo esperábamos que con la salida de Réquiem, de Ajátova; de Los días malditos, de Bunin; del mismo Archipiélago Gulag, todo cambiaría! Nada cambió. Era una equivocación idealista y dulce de la intelligentsia. Son muy pocos los que hoy leen y llegan hasta el final del Archipiélago Gulág, que debe convertirse para el ruso en un libro para siempre. Un ruso no puede lanzarse a la vida sin este libro, es peligroso. En realidad, hay (los obras importantísimas para un intelectual ruso: Los demonios, de Dostoievski, y Archipiélago Gulag, de Solzhenitsin. La primera es una advertencia del infierno que se abre ante nosotros. Se encuentra a la entrada del inflerno. Archipiélago Gulag se encuentra a la salida del infierno, es como un inventario de lo que hicieron con nosotros. Y lo terrible consiste en que estábamos advertidos Tengan en cuenta que ningún país, salvo el nuestro, había sido advertido de esta manera sobre los demonios. Nadie fue advertido así, con la anticipación con que lo fuimos nosotros. Y, sin embargo, caímos en este abismo. Se necesitó Archipiélago Gulag para comprender Los demonios. Los demonios, por sí mismos, resultaron incomprensibles. En el Evangelio se dice que Jesús nos habla con parábolas porque directamente no entendemos. Dostoievski escribió una parábola, y Solzhenitsin dijo: "No comprendieron la parábola, bueno, aquí tienen el Archipiélago Gulag".

Dostoievski y Solzhenitsin también tienen otra cosa en común. Ambos comenzaron muy a la izquierda. El primero fue socialista, y el segundo defendía las ideas de Lenin incluso ya después de ser arrestado, en el KGB, en la plaza de Lubianka. Ambos genios anduvieron este difícil camino. Superaron sus utopías, que eran no sólo y no tanto sociopolíticas cuanto espirituales, y llegaron a la conclusión de que cualquier reestructuración mecánica de la sociedad después de la cual se promete un ignoto resurgimiento multilateral, incluido el material, es imposible. Dicen: "Primero alimenta y sólo después exige espiritualidad". Pero sin espiritualidad tampoco habrá alimentación. El convencimiento de que es absurdo afirmar que la existencia (el medio) determina la mentalidad, o viceversa, es común a ambos. Lo primario es la conciencia, la religión, es decir, el vínculo. Hemos olvidado que religión viene de religare (volver a ligar), es decir, que es lo que une al hombre con la humanidad, con todas las generaciones y pueblos, es el vínculo pasado, presente y futuro, independientemente de cómo le llamemos: misterio, Dios, providencia.

Hay otra cosa que une a Solzhenitsin con Dostoievski. Es la comprensión sobre en qué consiste la responsabilidad de Rusia. Dicen que la Rusia providencial debe cumplir su misión histórica. Pero la responsabilidad de Rusia es ante todo la responsabilidad por sí misma y por su pueblo. "No tenemos fuerzas para el imperio ...". Solzhenitsin continúa la idea del historiador ruso del siglo pasado Kliuchevski, que dijo: "Nos pierden las vastas extensiones, porque ellas nos consumen el tiempo. Para colonizar las extensiones en continua ampliación hay que lanzar fuerzas a esos lugares. Y entonces no alcanzan para lo interior". Se puede discutir con Solzhenitsin sobre detalles. Pero en lo principal tiene razón. Quizá sea la única figura que todavía es capaz de reconciliar a Rusia.

Lo esperamos con alegría e inquietud. Por supuesto, sería espléndido que tuviera 50 y no 75 años. Pero cuando lo vi era una persona de increíble fuerza espiritual, físicamente templado, disciplinado, un hombre que despide energía. Un gran objetivo da fuerzas. Las fuerzas no se agotan, sino que aumentan.

es escritor.*Ya tenernos la primera: llega hoy, viernes 27, a Vladivostok para seguir camino a Moscú en tren, es decir, para recorrer de inmediato toda Rusia.

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