Vasos comunicantes
Cuando hace poco utilicé el argumento retórico de la persecución inquisitorial de la que nos sentíamos objeto los filosocialistas, poco podía imaginar que mi delirio paranoide fuese a convertirse en realidad. Y sin embargo así ha sido: sin más motivo aparente que el de mi progubemamentalismo, el inquiridor Elorza me cuelga los sambenitos de históricamente indocumentado y cómplice del poder encubridor de la corrupción. Cuánto honor, para un gacetillero tan inerme como yo. Sin embargo, debo tranquilizar a tan autorizado historiador: niÍs metáforas no proceden de la ignorancia, pues algo aprendí sobre la persecución de los conversos ejercida por el casticismo español. Y mi propia interpretación del problema se contiene en un artículo sólo centrado- en esa cuestión, que se titulaba 1492: la expiación del mestizaje (publicado en Claves, número 26, octubre de 1992).Pero no parece preciso discutir las licencias poéticas. El inquiridor Elorza, para culpar al Gobierno (y con él a sus esbirros como yo) de único encubridor de la corrupción, llega a afirmar que "las sospechas y las preguntas surgen de la sociedad", cuya "actitud social mayoritaria ante la corrupción no parec9 inquisitorial, sino inquisitiva". Qué bonito si fuese verdad. Esta es la leyenda liberal: la de una sociedad civil incorrupta que toma la iniciativa de interpelar al poder para pedirle cuentas por el. mal uso que hace de la razón de Estado. Por desgracia no es así, al menos aquí y ahora. La denuncia de la corrupción no ha surgido por iniciativa de la sociedad civil, sino como resultado de una, deliberada estrategia de anónimos poderes que han filtrado fotocopias a la prensa amarilla para instrumentalizar una campaña mediática de manipulación de la opinión pública, interesadamente secundada por la oposición. Todo lo cual parece perfectamente legal.(salvo el dudoso origen de las fotocopias), pero no implica civismo liberal sino show mediático y videpolítica.
Otras voces más consecuentemente liberales han venido sosteniendo la misma leyenda: tras décadas de estatalismo y primacía de la política se estaría produciendo el retomo, de la sociedad civil, cada vez más capaz de fiscalizar y controlar al poder, asumiendo su propia iniciativa. Y muchos ideológos del PP tratan de vendemos la misma mercancía: la decadencia del poder socialista en Francia, Italia y España (y el ascenso correlativo de la alternativa conservadora partidaria del Estado mínimo), junto con la oleada de denuncias de la corrupción de la clase política que les acompañan, formarían parte del mismo movimiento pendular de flujo y reflujo que anunciaría el resurgimiento de la primacía de la sociedad civil
Este modelo cíclico (por el estilo del de Hirschinan entre, voz pública y salida privada) es, desde luego, formalmente pensable, pero no parece la mejor descripción posible de la realidad. Frente a la metáfora del flujo y reflujo (o del balancín en cuyos dos extremos se hallarían Estado y sociedad civil), el propio Hirschman propone (en su artículo sobre El fin de la RDA, traducido en el número 39 de Claves) la imagen de los vasos comunicantes: Estado y sociedad civil son dos esferas institucionales interconectadas entre sí que se comunican a través de su personal común, pues los ocupantes de las instituciones públicas y privadas son, de hecho, intercambiables. Por eso, cuando el Estado o la clase política están en su cénit, su altura de miras se contagia al civismo de la ciudadanía. Y, en cambio, cuando la clase política se degrada a izquierda y derecha, entonces su bajeza inunda la sociedad civil, anegando toda su cultura cívica (por utilizar la metáfora de Los ríos desbordados propuesta por Joaquín Leguina). Pero, ¿dónde empezó la infección originaria, predestinada a difundirse virulentamente por los vasos comunicantes: en la sociedad civil que pueblan los Conde y De la Concha, o en la clase política donde anida Filesa, Rubio y Roldán? Y ¿qué corrupción es más contaminante: la civil, que pervierte a nuestra ciudadanía, o la política, que está destruyendo nuestra vida pública?
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