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¡Espartaco, a La Moncloa!

Esto de la corrupción en la vida pública no se aguanta más: para sustituir a tanto chapucero hace falta savia nueva, hombres de demostrada valentía que cojan el toro de la vida social por los cuernos y tumben la putrefacción con estocadas hasta la bola. ¿Y si se formara una nueva hornada de líderes surgidos de entre... los toreros? ¡Jesulín para concejal! ¡Enrique Ponce a la Generalitat Valenciana! ¡Espartaco para presidente de Gobierno!Siempre ha habido una estrecha relación entre política y toreo. En un ensayo de inusitada franqueza, el ex presiente colombiano Guillermo León Valencia señaló cómo matador y candidato luchan por la aprobación del público. Igual que un vulgar desplante puede desatar el delirio en la plaza, "la repetición de un lugar común en el discurso o una agresión personal cruel consagra a un orador mediocre como insigne parlamentario".

Hoy en día algunas crónicas parlamentarias se siguen formulando en términos taurinos -con políticos que hacen un quite a un compañero en apuros o realizan un demagógico brindis al sol- y las últimas frenéticas semanas han dado lugar a varias caricaturas político-taurinas en la prensa. Es parte de una larga tradición. En una ocasión el dictador Primo de Rivera se enfadó mucho con un artículo de César Jalón Clarito (a la sazón crítico taurino, y que, con la segunda república llegaría a ser ministro), quien le había acusado de derechista. "La política es como el toreo", observó el mandamás. "¿Qué importa si se torea con la izquierda o la derecha, con tal de torear bien?". A lo cual el periodista contestó: "Señor, cuando se torea con la derecha, la muleta esconde una espada".

Hace unos años cuando la transición en España, el periodista gallego Francisco Cerecedo publicó una brillante serie de artículos en los que describió las carreras de los políticos del día en términos taurinos. Hasta les asignó apodos: Fraga era El Niño del Referéndum, Tierno Galván se llamaba El Estudiante, Adolfo Suárez salía a torear como El posturas de la Moncloa, y el actual inquilino de ese edificio se anunciaba Morenito de Bonn. Coletudos de maneras menos democráticas eran Blas Piñar (Bombita) y Carlos Arias, alias Carnicerito de Málaga por sus actividades represivas en esa ciudad durante la guerra civil. Muchos toreros han tomado parte activa en la política. La feroz competición en el ruedo a principios de la centuria pasada entre El Sombrerero y Juan León se basó en sus preferencias ideológicas: El Sombrerero fue absolutista -apoyaba a Fernando VII-, mientras que León, un liberal, abogaba por la constitución democrática de 1812. Durante una corrida en Sevilla en 1824 cada uno se vistió del color de su grupo -blanco y negro, respectivamente- y fueron apoyados por otros matadores. Incluso se ha dicho, aunque nos parece insólito, que algunos toreros se negaban a hacer un quite a un matador enemigo.

Esta propuesta se respalda por la tradición. Otro liberal, el matador Roque Miranda, "fue elegido sargento de la Milicia Nacional de Caballería de Madrid, y dejó el toreo por considerar que no era compatible con su cargo", según un historiador. A finales del siglo pasado, Frascuelo se declaraba monárquico y hasta fue oficial de milicianos, a las órdenes de su amigo el Duque de Sexto. En Sevilla a principios de este siglo -y cuando aún seguían en activo- el matador Minuto fue candidato en las elecciones municipales (de la mano de un tal Rodríguez de la Borbolla) y el banderillero José Hernández Americano desempeñaba una incesante labor a favor de los ideales republicanos.

Seguramente el -ejemplo más llamativo es el de Luis Mazzantini, figura del toreo desde 1884 hasta su retirada en 1905. Don Luis, como le llamaban los demás toreros, no sólo tenía estudios y había viajado -hablaba español, italiano y francés-, sino que vestía frac, asistía a la ópera y se interesaba por las artes. Es natural que, una vez retirado, se dedicase a la política. Fue concejal y teniente alcalde de Madrid, miembro de la Diputación Provincial, y gobernador civil de Guadalajara y Ávila, cargos todos que desempeñó con la gran energía de quien en el ruedo había sido un férreo director de lidia. Es más: sus enemigos políticos se aprovecharon de su intransigencia para forzar su relevo en los últimos dos cargos, y Mazzantini observaría que la política era bastante más difícil que la lidia. Ahora bien: que los diestros de hoy no se desanimen por esto. Piensen más en el alto ideal del servicio público, escenario en el que mañana podrán reverdecer los laureles ganados sobre el albero.

Obviamente no todos van a tener aptitudes. Así que durante esta feria de San Isidro los aficionados debemos estar más atentos que nunca a la lidia. ¿Esa forma decidida de castigar por bajo la retorcida embestida de un traicionero enemigo, puede ser presagio de una actitud intransigente contra la corrupción durante una brillante carrera política? En cambio, ¿esa cobarde manera de echarse fuera a la hora de la verdad delatará hipocresía en el momento de bajar al redondel del hemiciclo? ¿Hasta puede tener algún significado político la prevalencia actual del toreo con la mano derecha?

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