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Mayo de carnaval

Enrique Gil Calvo

Reconozcámoslo' de una vez por todas: la comedia de Mayo del 68 no fue más que una mascarada de carnaval. El carácter de ritual puramente escenográfico de representación de pape.les ante la galería era transparente:. se sabía que se estaba haciendo comedia, que había que dramatizar, escandalosamente para épater le bourgeois, y que todo valía con tal de llamar la atención de la prensa, las cámaras audiovisuales y las estupefactas familias. De hecho, si el fascismo y el nazismo inventaron la política de la radio en los años treinta, Mayo del 68, al dramatizar ante, las cámaras el primer carnaval de la. aldea global, inventó la- videopolítica que hoy impera.De ahí la voluntad escandalosa y transgresora de los rituales que se escenificaban, pues se trataba de celebrar la subversión del vigente orden institucional. Y ello exigía representar a la manera carnavalesca la inversión de todos los, papeles, mediante la adopción de máscaras rituales que figuradamente los transgredían. Pero, como en el carnaval, la transgresión sólo fue ritual y simbólica, es decir, inofensiva y ficticia: pasó sin dejar rastro ni modificar el vigente orden social al que fingía desobedecer.

Todo carnaval es un ritual conservador del orden, a modo de vacuna que inmuniza contra desórdenes mayores, pteparando al paciente pueblo para que acepte de buen grado las represiones de la cuaresma. Pues bien, eso fue Mayo del 68: el sucedáneo de transgresión que, ante la inminente cuaresma laboral, actuó de vacuna contra toda tentación revolucionaria..

Y es lógico que fuese así, dada la coyuntura cíclica en que se produjo. Tras toda una larga etapa de crecimiento económico y pleno empleo juvenil, Mayo del 68 supuso el rito de paso hacia la nueva cuaresma láboral de duro recorte salarial y creciente desempleo juvenil que habría, de instalarse a partir de, ahí. Por eso al igual que sucede con los carnavales (protagonizados por jóvenes, obligados ritualmente a desobedecer antes de pasar a someterse como adultos al orden institucional vigente), también Mayo del 68 representó la paradójica domesticación de toda una generación presuntamente rebelde que, tras celebrar durante un mes la mascarada de su revolución ficticia, corrió a integrarse como adulta en todas las instituciones, asumiendo de hecho la responsabilidad de gestionar y conservar intacto el orden capitalista.

En efecto, la generación europea que hoy ocupa el poder es la de Mayo del 68, que fue verbalmente revolucionaria en su juventud, pero que luego, tras integrarse como adulta se ha hecho conservadora del orden. Y, encima, esta generación pretende alardear de su pasado utopismo juvenil, creyéndose con derecho a dar lecciones de civismo y compromiso político a los incrédulos jóvenes actuales. ¿Qué es esto: desfachatez, hipocresla o cinismo? ¿Hay q ue reconocer, como hoy sostienen muchos jóvenes, que lo del 68 fue no sólo un fracaso completo, sino, lo que es peor, una impostora superchería?

Sin embargo, esta tesis del fracaso es todavía demasiado comprensiva o esperanzadora, pues, aunque alienta sentimientos de queja y frustración por las ilusiones traicionadas, también permite una traducción romántica, como es la derivada de la ambición esteticista que anima a los defensores de las buenas y bellas causas perdidas: la utopía de Mayo sería preciosa precisamente porque nunca pudo llegar a triunfar. Pues bien, contra esta versión edulcorada cabe proponer una visión más escéptica que, frente a la tesis del fracaso, acepte la hipótesis del éxito perverso (aunque sea como efecto secundario, subproducto colateral o consecuencia necesariamente lirriprevista). ¿Y si Mayo hubiera sido un carnaval no sólo simbólico, sino también real por sus consecuencias? Hagamos el ejercicio de considerar los, hechos como si el programa máximo del 68 se hubiera realizado: ¿acaso no puede imaginarse que los jóvenes actuales han terminado sin querer por hacer realidad los ideales de Mayo?

El movimiento estudiantil y contracultural de los sesenta rechazaba la enseñanza formal como canal meritocrático y efitista de integración ocupacional. Pues bien, hoy, en efectó, se ha masificado tanto la enseñanza superior y el acceso a la cultura formal que estos mecanismos han dejado de ser cauces meritocráticos de ascenso e integración social, perdiendo su anterior función selectiva: la cultura y la universidad ya no proporcionan una posición desde la que juzgar y evaluar la realidad social, pues sólo son redundantes recreos gratuitos con los que entretienen su ocio los jóvenes adultos, cívicamente menores de edad.. La consecuencia es que los jóvenes. actuales están mucho más escolarizados, pero eso no los ha hecho más ilustres, sino más lúcidos. Son escépticos y racionalistas en vez de ilusos o crédulos, y su calculador oportunismo les mueve a ser realistas y pedir lo imposible, pues de hecho, lo consiguen: rechazan el alienante trabajo porque pueden permitirse el lujo de vivir sin trabajar, como perfectos parásitos racionales (free riders) mantenidos a costa de la familia, que reivindican su derecho personal a. recibir todo a cambio de nada.

¿Puede concebirse mayor realización material de los ideales de, Mayo? De hecho, hoy los jóvenes ya sólo hacen el amor, y no la guerra. Se entregan a la promiscuidad genital considerando el sexo como un juego de niños sin consecuencias, completamente desvinculado de todo compromiso interpersonal y sin ninguna responsabilidad familiar. Y por lo que hace a su peculiar civismo, no parecen dispuestos a prestarse a ninguna obligación sin que medien claras contrapartidas inmediatas, y aun eso con displicente tacañería, pues se creen con derecho a ser desertores con soldada: reivindicando su sueldo gratuito como hijos de familia y participando sólo en lo que les venga en gana.

¿Cómo ha podido degenerar así el libertario ideal educativo asumido desde Mayo? Sin duda, no es responsabilidad de los jóvenes actuales, sino de sus padres: de aquellos protagonistas del 68 que lo llevaron a la práctica. Es aquí donde más debe discutirse la tesis delfracaso; pues si bien, desde luego, los sesentayocheros, al integrarse socialmente como adultos, no hicieron la revolución, sino que se dedicaron lucrativamente a conservar el orden vigente, lo cierto es que no por ello dejaron de obedecer en cierta medida al designio oculto de Mayo.

En efecto, de acuerdo al legado de la Ilustración, lo propio del movimiento contracultural de los sesenta fue el identificar las instituciones (el poder, el Estado, la religión, el derecho, la familia, la Academia, etcétera) con la causa misma de todos los males. Y, por tanto, su programa emancipatorio y liberador pasó por tratar de apoderarse de todas esas institúciones con el fin declarado de subvertirlas, e intentando al menos instrumentarlas, si es que no podían ser destruidas. Pues bien, eso fue lo que sucedió: la rebelión subversiva contra las instituciones fracaso, pero no por ello se detuvo la voluntad de instrumentarlas. una vez ocupadas y parasitadas. El resultado, fracasada la subversión, ha sido la perversión institucional: los sesentayocheros, instrunientalinente infiltrados en unas instituciones en las que no creían, se han dedicado sistemáticamente a expropiarlas y saquearlas, reexplotándolas en su propio interés.

Es el síndrome de Craxi, que ha extendido por doquier la corrupción generalizada. La generación entera de Mayo del 68, como para ser fiel a su transgresor origen camavalesco, se ha dedicado a pervertir y corromper (con la coartada de querer transgredirlas y subvertirlas) todas las instituciones políticas, económicas y familiares que ha ido colonizando: los partidos políticos, las empresas públicas y privadas, hasta sus propias familias.

Pues, en efecto, la peor corrupción -generada por los camavaleros del 68 ha sido la practicada con su propia descendencia, a la. que sobornan con permisividad corruptora para no tener que asumir ninguna responsabilidad educativa: y los hijos de Mayo del 68 sólo heredan de sus padres el ejemplo de la corrupción, dejándose sobornar sin excesivas protestas. Pero ¿quiénes son más corruptos, los jóvenes actuales que se dejan sobornar por sus mayores o los ex jóvenes transgresores del 68, que saquean todas las instituciones mientras fingen que las sirven y respetan?

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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