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El maldito destisno

Manuel Rivas

La ciudad atlántica era un escenario de realismo mágico. Engalanada de blanquiazul desde la Marina hasta los confines camIpesinos, daba la impresión de que iba a flotar en el aire de un momento,a otro. Hacia Riazor, bajaban columnas populares de los barrios con bufandas en guirnalda y flamear de banderas. Y atravesaban la urbe las tribus juveniles y mohicanas con los colores tatuados en la cara. Era el as pecto inequívoco de una muchedumbre en levedad que siente rozar la utopía con los dedos. Yo mismo le vi el rostro a la utopía en el escaparate de la histórica pastelería La Gran Antilla, toda la memoria dulce de generaciones de coruñeses, repleto de tartas blancas y azules. El templo de los chocolates, del merengue, de los cabellos de ángel, ofrecía estavez un aroma inédito que excitaba los sentidos. Era el olor de eso que llaman gloria.Se habían tomado medidas contra el diablo. Riazor estaba sembrado de ajos. El estadio era el centro telepático de la galleguidad universal. Había peñas deportivistas de Londres, de Suiza, de Venezuela, de New Jersey... La llegada de la representación de 270 comunidades gallegas en el exterior fue saludada con una ovación que pareció curar todos los sufrimientos del éxodo emigrante. En preferencia destacaba una pancarta firmada por el Centro Gallego de ... ¡México! Y en el mar de banderas gallegas de la curva mágica, que es como han rebautizado las gradas de general, ondeaban en manos gallegas ikurriñas traídas de Trincherte, enseñas brasileñas traídas de Salvador de Bahía y estandartes cruciformes de la diáspora en el Reino Unido. La aldea global danzaba al son de las gaitas. Cuando soltaron el primer balón parecía que era una metáfora del planeta la que botaba en el césped del Riazor.Terrible dilema

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Pero el cielo tenía los colores turbulentos de un óleo de Turner. Daba la impresión de que en las alturas se estaba dilucidando un terrible dilema. Llovía en general, mientras lucía el sol en preferencia. Ahora soplaba el Norte, luego rachas del Sureste. Pasaban rebaños desbocados de nubes. Por momentos, brillaba el arco iris. Y la lucha en el campo era un reflejo de la encarnizada disputa que se libraba en las más altas instancias del destino. En la gran partida, no había lugar para los inocentes. El marcador estuvo oculto pero el tiempo, se sabía, avanzaba implacable. Miles de ojos, corazones y gargantas empujaban el balón hacia la meta de González, y la pasión de las almas era mayor cada vez que corrían como reguero de pólvora los goles del Barça.

, Y llegó el penalti a Nando. Yo vi a hombres curtidos ponerse de rodillas y alzar las manos en plegaria. La utopía estaba a unos metros, dependía de la puntera de una bota. Aquel silencio que se hizo era el de siglos de espera. Toda la memoria de un pueblo concentrada en la trayectoria de una bola de cuero. Y no entró. El máldito destino se había salido otra vez con la suya. Y los cohetes que estallaron en la noche coruñesa sonaban a disparos de rabia contra el cielo.

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