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El filme 'La reina Margot' devuelve al cine el sentido del peligro

El director Patrice Chérau y la guionista Danièle Thompson hacen una complejísima creación trágica colectiva

ENVIADO ESPECIAL El cine francés reciente -con excepciones que caben en una mano- oscila entre impotentes películas de autor tonto y películas tontas hechas por listos sin pretensión de autoría. La reina Margot, que ayer arrancó la primera ovación de este año en La Croisette, rompe esta pobre alternativa y ofrece una sólida y complejísima obra de creación colectiva.

En La reina Margot, el guión de Danièle Thompson es una perfecta composición coral con diálogos de gran riqueza y fuerza; la puesta en escena de Patrice Chérau es un alarde de ritmo febril y de austero rigor trágico; y la interpretación es un engarce sin fisuras entre una veintena de rostros que absorben la luz de la estrella Isabelle Adjani y la convierten en una más del conjunto, lo que es el signo del gran cine.Es una obra extraordinariamente ambiciosa y dificilísima de construir y más aún de mantener en pie sin caer en el ridículo. Pero se mantiene en pie con nobleza. No se perciben desfallecimientos en sus dos horas y media largas de duración. Comienza -en clave de tragedia romántica, pues procede del desmelenado novelón de Alejandro Dumas, un folletín tremendista donde los haya- en la cresta de la ola, y sigue creciendo en intensidad hasta el alivio del respiro final. No da tregua al espectador: el matemático engarce recíproco de sus muchos elementos no lo permiten. Es un chorro de elocuencia visual y dramática del que uno no quiere perderse ni una imagen, ni una palabra.

Acontecimiento negro

Relata uno de los acontecimientos más negros de la historia de Francia, cuya sombra se agita en el subsuelo de la historia de este país hasta el estallido de la revolución dos siglos más tarde.

Los espantosos sucesos que condujeron y que se derivan de la noche del 23 al 24 de agosto de 1572, la todavía impenetrable Noche de San Bartolomé, en la que alrededor de 10.000 hugonotes o protestantes franceses -que se habían concentrado en París para celebrar la fiesta del matrimonio de su jefe, el rey Enrique de Navarra, con Margarita de Valois, conocida por la reinaMargot, hija de la siniestra Catalina de Médicis- fueron pasados a cuchillo, en una salvaje orgía de sangre, por las fanáticas milicias burguesas católicas que estaban a las órdenes del duque de Anjou. Casi estamos, como se ve, ante un intento de representar lo irrepresentable. Y sin embargo, sobre la pantalla, la representación de este imposible se hace creíble, verosímil.

Chérau nos da una clave de esta proeza: "Porque se trata de un relato histórico, intenté no apartar en ningún momento la atención del espectador de lo esencial: las relaciones de fuerza, los lazos de dominio, el ejercicio de la violencia en la Historia".

Ritmo del relato

Eso es lo que hace posible el inconcebible ritmo del relato: nunca perdemos de vista la imagen del poder en estado de absoluta crispación, allí donde la política se convierte en una pesadilla y el tiempo de la realidad se interioriza y se hace sueño, tiempo onírico, que es la traducción que de Shakespeare hicieron los grandes dramaturgos románticos, sobre todo alemanes. Y no hay que olvidar que, tanto o más que de Dumas, el guión de la película se alimenta de la obra de Heinrich Mann La novela de Enrique IV, y de la tragedia de Christopher Marlowe, un coetáneo de Shakespeare, La matanza de París.

Gran día ayer en La Croisette. Y un síntoma de que el cine francés conserva energía suficiente para ennoblecer la mediocre etapa por la que está pasando.

La ley de la escena

No hubiera sido posible sacar adelante una película de esta dificultad sin una sólida formación teatral. Chéreau es uno de los grandes del teatro europeo actual y uno de los herederos de la ingente obra escénica de Roger Planchon; Danièle Thompson, dialoguista excepcionalmente dotada, no tiene experiencia dramatúrgica, pero en el guión estuvo orientada por Chérau.Daniel Auteil, Vincent Pérez, Dominique Blanc, Pascal Greggory, Thomas Kretschmann y Jean-Claude Brialy son expertísimos comediantes que arrastran maravillosamente dirigidos por Chérau, a Jean Hugues Anglade, Isabelle Adjani, Virna Lisi, Miguel Bosé y Claudio Amendola, que no proceden del teatro, pero que se han dejado tragar por la vorágine de una interpretación colectiva en permanente estado de trance.

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