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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Responde la azafata

Después de leer la carta de don Joaquín Merino, publicada en su periódico el día 12 de abril a propósito del artículo La princesa vikinga, tengo que decirle que tan sólo coincido parcialmente con una de sus rotundísimas afirmaciones; no soy una guasona impenitente, pero sí tengo el suficiente sentido del humor como para apreciar la gracia de tan ardorosa misiva. Admiro el espíritu viajero internacional del señor Merino, que, como si fuera el Capitán Tan, le ha llevado a viajar por todo lo largo y ancho de este mundo en una época en la que volar no era tan habitual como lo es hoy, y mucho menos en compañías internacionales. En su lista le faltan los tres aviones con los que yo me inicié y de los que hablo en el reportaje: el DC-3, el Super Constellation y el Convair. El Caravell, ese finísimo avión, como le llama, entró en servicio en 1962, pero sólo se utilizaba en vuelos europeos. En los trayectos nacionales, incluidos Canarias y Portugal, seguíamos volando en el DC-3, un avión que entró en servicio en 1936 y que se mantuvo casi hasta los setenta. Esta pequeña nave, al no tener aire acondicionado, nos obligaba a volar con las ventanillas de la cabina de mandos bajadas para combatir el calor.No soy centenaria, señor Merino, simplemente tuve la suerte de volar en una época anterior a la que usted habla en su carta. Cuando se implantó definitivamente el Caravell, yo llevaba tres años en Iberia, y la revolución cualitativa que se había producido en la compañía en ese tiempo atenuaba el concepto de aventura que tanto me atraía; se había introducido el cattering -por cierto, en nuestro caso nunca lo sirvió Maxim's-, multiplicado la plantilla de azafatas e impuesto el carrito de servicio. Yo prefería los malabarismos del servicio manual, y por eso afirmaba que "a mí me echó el carrito". No le hablo de la prehistoria, sino de los comienzos de una compañía aerea que, como todo lo incipiente, tenía mucho de improvisación, pero también de magia. Siento que usted no lo haya vivido, pero lo que más lamento es que no probara mis exquisitos huevos fritos en el Super Constellation, rumbo a, Cuba. Le puedo jurar que mis pasajeros no dejaban en el plato ni la puntilla.-

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