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La pesadilla

Enrique Gil Calvo

Temo que estamos cayendo todos en la histeria colectiva. Si se presta oídos a ciertas voces (no sólo de la oposición, sino de la prensa también), habrá que deducir que estamos atravesando la peor crisis de la reciente historia de España. Y las exageraciones son a veces tan histriónicas que bordean el ridículo. Lo cual tampoco tendría mayor importancia (pues estamos demasiado acostumbrados al extremismo de tantos profesionales de la hipérbole) de no ser porque resulta contagioso, amenazando con contaminar a toda la opinión pública. Y creo que nos conviene olvidar los melodramas folletinescos y recuperar la ecuanimidad, pues los árboles de la corrupción no nos dejan ver el bosque de los acontecimientos con suficiente claridad. Es decir, el estridente chirrido de la actualidad más inmediata nos está impidiendo reconsiderar los hechos con suficiente perspectiva histórica.Contemplados críticamente a la distancia, con frío desapasionamiento de entomólogo, los hechos actuales parecen otra cosa. Ante todo, si los comparamos con otros problemas nacionales de verdadera magnitud física (el desempleo juvenil o la destrucción del tejido industrial, por ejemplo), no hay auténticos daños reales (al margen de la estafa al erario público), por lo que la alarma podría parecer puramente subjetiva o imaginaria: un falso problema, destinado a distraer la atención de otras cuestiones más graves. Pero naturalmente no es eso todo, pues se trata de una crisis real: pero una crisis de opinión, de creencias, de confianza, y no una crisis de hechos materiales. Lo cual modifica sustancialmente la forma de enfrentarse a ella. Ante una crisis material, como pueda ser una catástrofe u otra emergencia fisica, hacen falta hombres de acción, capaces de intervenir decidida e inmediatamente en la realidad. Pero ante una crisis de confianza, que es como un globo hinchado hasta la pesadilla, no hay hombre de acción que pueda intervenir fisicamente, desinflando su imaginaria realidad: las pesadillas no tienen más escapatoria que el despertarse de ellas.

¿Cómo pilotar una crisis de confianza? Creo que el estilo adoptado por la oposición y ciertos líderes de opinión, que es el obstinarse a piñón fijo en pedir machaconamente que rueden todas las cabezas socialistas, empezando y terminando por la más alta, sin ninguna otra alternativa, está destinado a fracasar. Por el contrario, ante las crisis de confianza hay que ser mucho más sutil, pues la clave reside en la multiplicidad de respuestas posibles y en el don de la oportunidad: hay que saber esperar a que la crisis madure y, en el momento preciso, acertar con la mejor salida, que suele ser la menos costosa. ¿Y no es ésta la estrategia intuitivamente escogida por González: la de administrar cuidadosamente el suspense de si rodarán cabezas o no lo harán, de si él dimitirá o no dimitirá, jugando con las inciertas expectativas de la opinión pública y esperando que se desinfle la pesadilla?

Se ha comparado la crisis actual con la del final de la UCD. Y parece cierto que asistimos a la fase terminal del ciclo político socialista, cuando González y los suyos de ben someterse a juicio público y rendir cuentas. Pero en 1981 había una crisis real de gobernabilidad (simbolizada por el intento de golpe de Estado) que hoy no se da en absoluto, pues hoy sólo hay crisis de alarmismo y maledicencia. Sin duda se trata de una crisis positiva, pues las instituciones democráticas, para fortalecerse y arraigar, necesitan enfrentarse a experiencias cruciales como éstas. Pero para que esta crisis de inmadurez sea superada con éxito es preciso que nuestro civismo democrático salga fortalecido, y no debilitado, de ella. Lo cual depende tanto del poder socialista (de la honestidad con que rinda cuenta por todos sus errores y culpas) como de la oposición y la prensa (que no pueden seguir encalleciéndose en el resentimiento y la delación sumaria). En suma, el Titanic socialista está hundiéndose, pero su capitán no debe abandonar el barco hasta que todo el pasaje, y su tripulación con él, se hayan salvado moralmente, redimiendo sus penas: sólo en tonces tendrá derecho a dimitir o retirarse, aguardando a que la historia le absuelva.

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