Propuestas para defenderse del éxito
Miguel Mihura conocía las perniciosas consecuencias públicas del éxito, y por eso acudía cojeando al Café Gijón cada vez que triunfaba en el teatro.-¿Y por qué cojea usted, don Miguel?, le preguntaba.
-Porque así me perdonan que me vaya bien con el teatro, mientras me vaya mal con la salud.
Está en la génesis de la actual crisis de los valores y de las ideologías en la sociedad contemporánea: tanto tienes, tanto vales. El éxito, además, persigue como un arma helada y de doble filo a los creadores de la cultura: si no venden, no existen. Es dificil convivir con el éxito, dice el diseñador Javier Mariscal: "Se valora más la cantidad que la calidad. Al introducir el éxito como un valor en la cultura, ésta acaba siendo un valor de cambio económico, y pasa a un segundo plano el debate filosófico y la apreciación crítica".
¿Y cómo defenderse del éxito? Almudena Grandes, que tuvo un éxito instantáneo con, su Las edades de Lulú, ve dos peligros, uno interior y otro exterior: "El éxito da más inseguridad de lo que se piensa: yo me zambullí en un éxito enorme y no estaba preparada; pasó a tener importancia hasta cómo cruzaba las piernas en público. Yo creo que para defenderse del éxito habría que comportarse como si éste no existiera, aunque te digan que eres una falsa modesta: yo prefiero esto, que ir de reina por la vida".
En realidad, el éxito es la muerte. Lo dice el filósofo Emilio Lledó acudiendo a la etimología latina de esa palabra ni buena ni mala, neutra, que es exitus: una palabra vacía que al unirse a vitae (vida) significa exactamente eso: muerte. Su colega Eugenio Trías se va a la etimología inglesa para decir lo mismo: "En inglés exit es salida y la o restante es la nada: salida hacia la nada". ¿Y por qué ha tenido tanto prestigio el dichoso éxito en los últimos tiempos? Trías: "Porque se ha trasladado lo que es válido en el juego al terreno de la experiencia vital, y así si no tienes éxito, y muy tangible, eres un fracasado. Ése ha sido el tenor de los años ochenta, la década prodigiosa, a cuyo final todos asistimos ahora perplejos: el éxito comercial ha sido el único nivel por el que se ha medido la cultura".
Y no es nada el éxito. Lo dice así Eduardo Mendoza: "Cuando tenga éxito lo pongo a tu disposición, porque no sirve sino para que entres en un restaurante y te den una mesa sin haber avisado. En cuanto a los escritores, lo que parece es que el que tiene éxito está destinado a tener más éxito y aquel que estima que su techo es la venta de 20.000 ejemplares de un libro suyo se ve impelido a intentar romper ese límite para conseguir más éxito, y así el éxito deja de serlo para convertirse en un error".
El éxito ha sido perseguido por "los profesionales del exceso", como dice Mario Benedetti en su elegía al corredor Ayrton Senna, y la velocidad con que se ha buscado ha afectado a mucha gente que ahora ve su ausencia, o su disminución, como la señal oscura del fracaso. El éxito se ha asociado al dinero, y éste ha laminado los criterios de la calidad para dejarlo todo como un solar. Sócrates, dice Lledó, previno estos tiempos, cuando se despedía de Fedro: "... que todo el dinero que tenga sea el que pueda llevar y transportar un hombre sensato". Y Platón también lo dijo al hablar de "los mendigos y hambrientos de bienes personales que van a la política creyendo que es de ahí de donde han de sacar la riqueza".
El éxito no es nada, o más bien es la nada, dice Lledó. "Habría que cultivar, frente a la moral del éxito, la cultura de la pobreza, la que te permita, desde la austeridad y desde una relativa escasez, rodearte de amigos y no de amiguetes, amigoides o amigantes".
A lo mejor esa nueva moral acaba teniendo éxito.
Babelia
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