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Tribuna
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Instrumentos

Un total de 266 instrumentos de música comprados hace un lustro por el Ayuntamiento de Madrid para 21 distritos no tiene patrocinador que los ponga a sonar. Lo leo y parece un sueño. Aparte los recursos, que los hay, por adjudicación del contrato de compra por una millonada, que existan instrumentos en tal cantidad esperando a la sombra de nuestro municipio sin una parca mano que la emprenda a escalas, es un vil golpe contra el oído de los madrileños nativos y estables. Pues no es la música, bien del mortal, puerta del cielo y caja de sorpresas, culpable de tener tantos violines escondidos, ni del secuestro del placer de 20 barrios, de millones de oídos. ¿Se imaginan este par de semanas que van del Primero de Mayo a San Isidro, los 15 días de trasiego que se vienen encima, el uno actualizado con la movida obrera, preobrera y posobrera, y el dos de tradición premoderna, echar un cante el uno con un concierto de La Internacional en versión cabreada de los seis pianos de secano y las tres arpas vírgenes y abrir el dos con el famoso violonchelo tocando a Mozart, para que no digan que en Madrid se espanta al europeo, como aquel 2 de mayo en el que Larra salió de la mano de su padre, médico, camino de "la France" y del progreso? Otra cosa es que, a la primera, la montemos ante nuestro Murat particular.Pero, aun así, ¿por qué no decirlo con violines cuando el graderío pone el grito en el cielo? En fin, que un 2 de mayo con violines es tener la ciudad con atención de corro. Y el pueblo de Madrid, acostumbrado a salirse de su centro el Primero de Mayo y que reserva, de paso, otra ración y media para el siguiente, no se merece la tabarra de un Parlamento a punto de gallera,' que profiere en el aturdimiento inflacción con doble ce, pues ya perdido en flaccideces depresivas se contagia de consonantes, sino una buena clave de sol que nutra el ánimo por la calle de Alcalá hasta la plaza de Belmonte, si cabe. El dos de mayo no ha sido invento de Goya, sino de la, capacidad de enfurecerse de la Villa, un gentío que no se presta a ser rehén de lo injusto: una orquesta en medio de una plaza es la mejor manera de recomponer el mundo nuestro provinciano y sordo. Y si encerramos los violines a la sombra y sacamos al chalé de la sierra al narco de los zapatos blancos, es que las cosas se hacen al revés. Y en lo que al violín toca -el instrumento que se toma con la izquierda y se toca con la derecha, dice el tron-, siento que el municipio nos secuestre el son.

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