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De Madrid al purgatorio

No sé por qué se ponen así en este periódico con lo de que en el Conservatorio las tubas se lían con los trombones, los violines con la vecina del segundo, que la ha dejado el novio, y el piano de la futura Alicia de Larrocha con la radio enloquecida del vecino de enfrente, que no soporta a los heroicos músicos y además les grita: "¡A ver si os calláis de una vez!".A mí en la escuela me enseñaron que noticia, lo que se dice noticia, es lo excepcional. ¿Y qué hay de excepcional en este Conservatorio no insonorizado? Yo vivo en una casa silenciosa, cierto, pero eso que parece obvio a mí me costó 25 años de robos en el metro, chantajes a mis compañeros de colegio, extorsiones a mis tíos, atracos a los ancianos del asilo de dos calles más abajo y otros hechos que no vienen a cuento.

Ahora vivo entre los ricos. Los muy ricos. Sin más ruido que el de los pájaros de mi jardín y los compactos de mi sistema cuadrofónico. Otros quisieron ser bomberos, astronautas, presidentes del Gobierno o conductores de televisión. Yo, que crecí en los años que llamaron "del desarrollo" (nunca sabré por qué: de aquellos polvos llegan estos Iodos) lo que desarrollé desde muy temprano fue una fobia por las televisiones de los vecinos, sus necesidades fisiológicas (las de los vecinos, de las televisiones), los concursos (de las televisiones, no de los vecinos), y siempre quise ser suizo.

Sí, ya sé que no se puede comparar suizo con astronauta, o con bombero, pero es que no tendría más de 10 años cuando me enviaron unas vacaciones a ver a mi tío Pepe, que entonces trabajaba de camarero en Lausanne. Allí descubrí el cielo. Bien mirado aquello fue una crueldad. La vieja y refinada crueldad de los señoritos de invitar a un mendigo a cenar a una mesa con mantel en Nochebuena y sólo en Nochebuena; todas las demás noches, buenas o malas, un par de curruscos de pan viejo en la puerta de servicio. Así nace el ateísmo, o al menos el rencor.

Lo del cielo lo digo no por Lausanne esencialmente, que dirían los metafísicos, sino porque allí descubrí el silencio. Un silencio un poco aburrido, cierto, un poco bancario y rico y jubilado y egoísta, pero lo más parecido al cielo que conocía hasta entonces. Aunque desde niño me habían dicho siempre que de Madrid al cielo, que es una cosa que dicen mucho los madrileños para sobrevivir en la especulación y en el atasco, a mí aquello nunca me pareció posible. En todo caso, de Madrid a Lausanne, que es donde no se escuchan las peleas de los vecinos, ni sus juergas de lencería, ni sus chapoteos en la bañera.

Ahora que soy rico y que todavía no me han llamado a declarar, sé que en realidad el cielo es un lugar muy grande que abarca las praderas de Kentucky, los verdes crepúsculos del Amazonas, los penthouses insonorizados de Park Avenue, las mansiones de Chelsea y las casas labriegas de la Toscana, pero no, desde luego, la inmensa mayor parte de los edificios realizados en Madrid desde vete a saber cuando, y que deberían ser homologados ipso facto como conservatorios de música; como mínimo conservatorios de música madrileña.

¿Y por qué no? ¿Acaso los médicos de esta ciudad no alzan la voz en sus consultorios para imponerse a la que anuncia pedidos en la hamburguesería vecina? ¿Quizá los notarios no tienen que extender sus evidencias por entre el fragor de los atascos? ¿Por ventura las madres no dan a luz abriéndose camino a través de las muchas radios que alcanzan los quirófanos? ¿No es cierto que los escultores tienen que dominarse para no cincelar a ritmo de rap? ¿Es mentira tal vez que las ardillas del Retiro se refugian aterradas en el centro, cerca del lago, preguntándose de dónde vendrá y qué significa ese rumor de selva? Sé que corren tiempos justicieros. Pronto vendrán a buscarme y mis vecinos, que también han asaltado y usucapiado para poder huir de los 100.000 conservatorios no insonorizados de Madrid, me espiarán a distancia y temblarán. Lo advierto: declararé que nada hubiese sucedido si en lugar de inventamos un atajo imaginario de Madrid al cielo nos hubiésemos dedicado a construirlo. De este Purgatorio somos todos responsables

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