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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Memoria de claveles

SE CUMPLEN hoy 20 años de la revolución en Portugal que puso fin a lo que conocimos como el salazarismo (aunque Caetano encabezara al final el poder ejecutivo) y que inició la marcha hacia un régimen democrático. Fue el primer fogonazo de los cambios que iban a sacudir los cimientos de los sistemas dictatoriales que habían mantenido a la península Ibérica al margen de Europa y de la vida internacional.El cambio de poder en Lisboa se hizo por sorpresa, en un plazo de horas, y sin que los instrumentos del viejo régimen ofreciesen una verdadera resistencia. Explicar esa facilidad por el hecho de que se tratara de un "golpe militar" sería demasiado sencillo: en realidad, el sistema dictatorial estaba todo él desgastado y corrompido, y bastó el pronunciamiento de algunos mandos militares para derrocarlo. Y así coincidieron los dos factores fundamentales del cambio. El primero fue el entusiasmo popular por la acción militar contra la dictadura que fraguó el término de la revolución de los claveles. El otro fue la ausencia de fuerzas o instituciones dispuestas a defender por las armas al viejo régimen.

Lisboa se convirtió en ciudad de la libertad, atractiva de un modo especial para la oposición democrática española, que aún tenía que soportar la represión del régimen de Franco, que sólo empezó a descomponerse cuando la enfermedad puso fin a la vida del dictador. En Portugal no hubo ni transición ni consenso. Los nuevos Gobiernos representaban a las fuerzas antifascistas, encuadradas por jefes militares -el general Spínola primero y luego el general Costa Gomes- que representaban una rebelión militar generada sobre todo por los fracasos de la guerra colonial en Angola y en Guinea. Ello determinó que se incluyesen en la nueva Constitución medidas que luego hubieron de ser rectificadas para mantener a Portugal en el marco europeo: por un lado, los cambios colectivizantes en el campo económico; por otro, privilegios para los militares en el ejercicio del poder.

Por diferente que haya sido nuestro camino, ha habido entre Portugal y España un paralelismo fundamental en una cuestión decisiva para nuestro futuro: hemos entrado juntos en Europa. En gran parte gracias a ello, Portugal es hoy muy distinto del que era hace 20 años. El producto interior bruto casi se ha triplicado, el sueldo medio por trabajador se ha doblado, el consumo ha aumentado y el paro se mantiene en uno de los niveles más bajos de Europa. Esta situación económica, ligada al impulso de la empresa privada, está en la base de los cambios que se han producido en las fuerzas políticas. Si Mario Soares, presidente de la república, ha representado el socialismo tradicional y luego el abandono de sus principales postulados para adaptarse a una economía capitalista, los éxitos sucesivos de Cavaco Silva indican la creciente confianza de la sociedad portuguesa en los avances de una economía de mercado, que facilita el acercamiento a Europa.

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El tradicional y absurdo alejamiento que durante tanto tiempo caracterizó las relaciones entre España y Portugal pareció interrumpirse con la revolución de los claveles y la muerte de Franco, 20 meses después. Desde entonces ha habido ciertos esfuerzos por ambas partes para modernizar unas comunicaciones que siempre han estado en la cola de nuestras preocupaciones. Sin embargo, al cabo de 20 años del nuevo Portugal, no existen razones serias para decir que se ha producido un cambio sustancial en las relaciones hispano-portuguesas.

Las declaraciones retóricas que acompañan siempre las cumbres gubernamentales son de escasa utilidad. Probablemente, las novedades importantes en las relaciones entre los dos países aparecerán en el marco del complejo proceso de la unidad europea. En éste participan ambos Estados con un apoyo popular que permanece vivo a pesar de todos los obstáculos y que no parece que vaya a extinguirse. Dentro de Europa finalmente estas dos jóvenes democracias dejarán de darse la espalda como vino sucediendo casi desde la declaración de Tordesillas, que cumple este año su quinto centenario.

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