Gaya
Si una tarde de invierno un viajero (ahora que ha regresado el invierno) se encuentra en Murcia sin un destino superior, puede encontrar en Murcia consuelo por lo menos a un mal. Allí, en una plaza, en una casa antigua renovada, está la obra viva de un artista que es, entre los vivos, para mí el más inmenso de los nuestros, el más intrépido. Y el menos escuchado.Remediamos en estos días, con la tardanza propia de la mala salud artística española, el lapsus freudiano de haber vivido tanto de espaldas a los cuadros de un extraordinario pintor inglés de 72 años. La Bienal de Venecia coronó el verano pasado a la escultora Louise Bourgeois (de 83), y el huidizo Balthus ya ha cumplido los 86. Son los grandes intempestivos, que han cruzado el siglo sin perder la figura. Cerca, en un tiempo algo menor, y al otro lado, en la orilla abstracta, hay otros viejos a su altura: Anthony Caro, Tápies, Ryman. ¿Y Gaya?Ramón Gaya tiene 83 años y su nombre no será nuevo para los especialistas, para algunos artistas, para bastantes murcianos. Pero ¿hemos aprendido y disfrutado lo suficiente de este glorioso superviviente de las mejores batallas políticas y artísticas, ciertos de cuyos cuadros cuelgan en el museo de Murcia que lleva su nombre y cuyos libros agudos, provocativos, son aún documentos secretos del anaquel de los happy few? Es verdad que en el 89 se le hizo, a trasmano, una antológica (donde yo, en mi propia tardanza, le descubrí de lleno), pero viendo ahora las justísimas muestras de pleitesía con Lucien Freud, siervo confeso de Velázquez, me acuerdo del pájaro solitario de Gaya. Se fue y volvió del exilio, está aquí aunque no se le nota, y nunca ha dejado de pintar tenazmente el aire de las cosas objetivas con la luz", son palabras suyas, "tierna, igualatoria, del día velazqueño".
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