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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra vez el miedo

Los ateos antiguos insistían en explicar cómo no existía Dios. Así, Camus, en esta pieza clave de lo que se ha llamado teatro del absurdo: está escrita en 1939 y no participa, por tanto, del desencanto de posguerra (sí de la española, perdida, que tanto conmovió a estos intelectuales, más a un francés argelino, uno de cuyos primeros escritos fue sobre la revolución de Asturias), sino de la incomprensión del mundo y su destino, que aparecía, efectivamente, absurdo.En este medio siglo, el absurdo cotidiano ha ganado tanto sobre un sentido de la lógica o del orden que ya es realmente absurdo, excéntrico o extravagante; el aguafiestas de la sociedad es el que no lo acepta y se suma. El juego reverberante de la obra, vista ahora una vez más, es éste de Camus, desesperado de no creer que inventa un Calígula, desesperado, a su vez, de no creer, pero con la ambición normal de ser Dios. Digo normal porque afecta a muchas personas que van subiendo los escalones del poder y siempre encuentran un más allá que no poseen. Y, sin embargo, la muerte sigue: el único poder real que han alcanzado es el de darla sin siquiera tener sensibilidad cuando contemplan el crimen; de esta forma, el poderoso representa una partecita del sistema de los dioses, del destino, que nunca será el absoluto. Y lo que reina es el miedo: el suyo, el que inspira, el que domina al mundo donde Camus veía a los grandes Calígula del momento tiranizar, matar, destruir (incluyo a Franco).

Calígula

De Albert Camus (1945), versión de J. Escué Porta, música incidental de Antón García Abril. Intérpretes: Luis Merlo, Pedro María Sánchez, María Jesús Sirvent, Jesús Cisneros, Andrés Resino, José Albiach, Miguel Mateo, Francisco Cambres. Vestuario y escenografía: Pedro Moreno. Director: José Tamayo. Teatro Bellas Artes, 21 de abril

Y vista hoy, repito, una vez más, se queda en lo efímero de esta época, sin dioses y sin sus más fieles imitadores, los filósofos: con una actualidad de frases sobre el poder o sobre el gobierno que roba; con un bello lenguaje -algo herido en lo formal por la traducción de Escuer, pero vivo en su fondo- y una capacidad teatral que Tamayo muestra una vez más según su estilo.

Él tuvo el mérito de traer esta obra a España y de montarla varias veces. Y tiene el de haber elegido al joven Luis Merlo para el papel, que alcanzó un éxito personal y muy grande en el estreno. No creo en mi memoria para nada; ni deseo hacer comparaciones con Rodero o con Imanol Arias, sus anteriores intérpretes, pero estoy seguro de que está al menos en su consonancia y en la manera española de hacerlo. Saliendo de esta injusticia del recuerdo de uno mismo, encuentro a Luis Merlo como excelente creador español y actual; y los clásicos diálogos de la obra de Calígula con Quereas y Escipión (aquí, excelentes, Pedro Mari Sánchez y Jesús Cisneros) mantienen su nivel intelectual, como con Helicón (Andrés Resino) y con Cesonia (María Jesús Sirvent): en todos ellos está la mano de Tamayo para elegir y ensayar.

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