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Cardoso y el nacimiento de Brasil

En todo el mundo, desde la Europa ex comunista hasta América Latina, desde los países socialdemócratas europeos hasta Egipto, el Estado movilizador y modernizador se ha agotado, ha sido colonizado por la nomenklatura, podrido por la corrupción o entorpecido por el corporativismo. Todos los países se ven así arrastrados por una gran limpieza liberal que libera la economía del control, de la tutela del Estado y de la clase política. Nada garantiza que esta revolución liberal permita siempre el saneamiento de la economía; muchas veces incrementa incluso drásticamente las desigualdades sociales y la marginación; pero los pocos países que quieren mantener el antiguo sistema están en peor situación que los demás: es el caso de Rumania, en Europa del Este, y de Brasil, en América Latina. Lo que se explica en este último caso por los grandes éxitos obtenidos durante mucho tiempo por el modelo nacionalista, bismarckiano en Brasil, de Getullo a Juscelino e incluso a Delfim. Pero, en Brasil como en otros lugares, el Estado modernizador y redistribuidor, tras haber sucumbido a la dictadura militar antipopulista, no ha podido recuperar nunca la fuerza que tuvo con el Gobierno de Kubitchek. Argentina, cuya situación social era mejor y la económica bastante peor que la de Brasil, ha esperado a estar en plena catástrofe para pasar de una economía de rentas a una economía de producción, como dice el ex secretario de Estado Ikonicoff. Y hasta los que valoran de manera negativa los métodos de Menem deben reconocer el éxito del plan Cavallo. Brasil debe a su vez tomar las grandes decisiones que se imponen a todos, romper con toda clase de proteccionismo y clientelismo y comprometerse activamente en una economía internacional en la que tiene grandes oportunidades de labrarse un amplio hueco, ya que es el único país de América Latina que dispone de agentes económicos modernos -a pesar del deterioro reciente de la patronal, de los sindicatos y de la Administración central-, de un fuerte potencial intelectual y técnico y de una vitalidad que suscita la admiración de todos. Brasil debe hacer una elección análoga a la que hizo Estados Unidos a principios de siglo, cuando el Partido Republicano, que representaba a la vez a los empresarios y a los sindicatos del Este, triunfó frente al Partido Demócrata, que representaba a los agricultores apoyados por el Estado. Cuando haya roto claramente con un proteccionismo y un clientelismo que han transformado el país en un mercado político desorientado y corrupto y han disparado la inflación, Brasil saltará a la primera fila de los países industrializados. Pocos países del mundo tienen tantas probabilidades de éxito. Pero ésta no es más que una de las caras de la realidad brasileña. La otra es que Brasil es el campeón del mundo de la desigualdad social y que ésta se ve constantemente agravada por una inflación que incrementa peligrosamente la distancia, ya inmensa, entre ricos y pobres. Una política puramente modernizadora, puramente liberal, es, por tanto, imposible en Brasil, y el apoyo concedido por la opinión pública a Lula puede acabar transformándose en fuerza de ruptura si Brasil abre sus puertas a los Chicago Boys. Por eso, hace unos años, Lula, fundador de sindicatos modernos en el ABC de Sâo Paulo y defensor del Brasil moderno, podía aparecer como el candidato más capaz de unir el doble objetivo de modernización económica y de transformación social. Pero, en el PT, el viejo Brasil se ha comido al joven. La CUT, sindicato industrial y negociador, se ha convertido básicamente en una fuerza de protección del sector público y semipúblico, y los temas comunitarios, de inspiración a menudo cristiana, desempeñan hoy un papel más paralizante que radical. La defensa de los intereses corporativistas y de los proteccionismos económicos y sociales es un objetivo tan carente de realismo y peligroso como un liberalismo a la polaca o a lo Berlusconi. A decir verdad, no hay más que una solución posible para Brasil: aceptar la apertura liberal y vincularla fuertemente a una política de reformas sociales de gran alcance. Esta solución única, necesaria, se personifica en Fernando Henrique Cardoso. Está cargada de tensiones, y está claro que el PFL o Globo, al apoyar a este candidato, lo que intentan es sobre todo apartar a Lula, e intentarán imponer al nuevo presidente una política puramente liberal. Pero los medios financieros saben que sus intereses no pueden ser protegidos más que si el país escapa al caos o a la violencia. Sus posibilidades de presión sobre Cardoso son y serán escasas, igual que es y será escasa la capacidad de iniciativa política de quienes representan a los viejos sectores protegidos por el Estado. Pero la fuerza principal del candidato propuesto por el PSDB es que muchos brasileños están convencidos hoy de la urgente necesidad de romper con un sistema exhausto y de la posibilidad que tiene su país de llevar a cabo una reestructuración sólida y duradera. Hay que añadir que, si Cardoso no sale elegido, Brasil corre el riesgo de sumirse en el caos y la violencia, porque las necesidades de la economía y las exigencias de la sociedad se volverán inmediatamente incompatibles.

Que Cardoso, el más respetado de los sociólogos latinoamericanos, demócrata que ha demostrado sus convicciones y su valentía durante la dictadura, político cuya integridad y dedicación al bien público están fuera de toda duda, se convertirá en el próximo presidente de Brasil es casi una evidencia. Pero no es sólo un nuevo presidente lo que Brasil necesita, sino un gran presidente, que haga que su país atraviese la zona de tempestades y que lo conduzca a tierras de prosperidad y justicia. Cardoso será ese gran presidente, es el único hombre de Estado de todo el continente latinoamericano capaz de asociar con fuerza estabilidad económica y lucha contra las desigualdades sociales. Lo que Bolivia, Chile, México o Argentina han conseguido en parte, Brasil, enfrentado a problemas económicos y sociales dramáticos, puede y debe hacerlo con una pasión mayor, movilizando su inteligencia y su valor. Por eso hay que acoger como una oportunidad excepcional para Brasil y para todo el mundo la llegada de Cardoso a la presidencia de Brasil.

es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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