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El ciclo sin fin de la venganza

Una historia repleta de odio, rivalidad y matanzas, en el origen del presente y salvaje estallido bélico

Alfonso Armada

Las matanzas que han vuelto a ensangrentar el pequeño Estado centroafricano de Ruanda, uno de los más densamente poblados del mundo, no son una marca de fábrica africana que pueda tranquilizar a los europeos. Si de competir en crueldad se tratara, Europa sería un rival muy dificil de batir: a su nivel de desarrollo y de cultura hay que agregar la chispa de las dos guerras mundiales, la aplicación de la tecnología al servicio de la muerte masiva de un pueblo (véase judíos a manos de los nazis) o las prácticas de limpieza étnica que los serbios han practicado durante dos años y siguen practicando contra los musulmanes en Bosnia-Herzegovina.Los pigmeos batwas fueron los primeros habitantes de Ruanda de que se tiene noticias, desplazados por la llegada masiva de hutus, un pueblo de origen bantú, en el año 1.000 después de Cristo. Posteriormente, los hutus serían dominados por los tutsis, a partir del siglo XV. Tanto en la vecina Burundi como en Ruanda, los tutsis aplicaron un sistema de poder similar al feudalismo europeo, con un señor que se servía de los campesinos para cultivar sus tierras, sin que eso reportara derechos a los trabajadores. Los tutsis (predominantemente ganaderos) se cuidaron muy pronto de mantener su dominio por la fuerza sobre los hutus (agricultores), el 85% de la pobláción.

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Ruanda es un país masivamente dedicado al cultivo. Tanto los hutus como los tutsis han sacrificado la capa vegetal de la tierra, de ahí los problemas de erosión y falta de combustible para la cocina y la calefacción, mientras los tutsis no han dejado de reclamar mayor espacio para su ganado a costa de los hutus.

Esa lucha por el control y el uso de la tierra ha provocado la secular rivalidad entre las dos etnias, y ha desencadenado numerosas hambrunas, en las que los hutus han llevado siempre la peor parte.

En 1889, los alemanas conquistaron el país, hasta que en 1916 se rindieron ante las fuerzas belgas en el curso de la I Guerra Mundial. La Liga de las Naciones otorgó a Bélgica un mandato sobre el entonces territorio de Ruanda-Urundi. Los belgas reforzaron las diferencias sociales y potenciaron a la minoría tutsis para mejor controlar el país: los tutsis obtuvieron todas las oportunidades educativas (bajo el monopolio de los misioneros católicos), configuraron la Administración y el Ejército, hasta que la discriminación de los hutus empezó a provocar desórdenes en 1957.

Tras la muerte del rey tutsi Mwami Matara III, en 1959, una familia tutsi quiso hacerse con todo el poder y, en un error de cálculo, eliminó a los líderes hutus. La rebelión de la maltratada mayoría desencadenó una matanza de 100.000 tutsis y la huida. masiva a los países limítrofes. Ante esa carnicería los belgas se vieron obligados a introducir reformas políticas y acabaron aceptando la independencia del país. En 1961, un referéndum abolió la monarquía e instauró la república. En 1962, Gregoire Kayibanda se convirtió en el primer presidente hutu.

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Insatisfechos con el nuevo estado de cosas, los tutsis exiliados comenzaron a realizar operaciones de guerrilla desde Uganda. El parque nacional de Virunga, que entrelaza las fronteras de Zaire, Uganda y Ruanda, servía de cobijo no sólo a los grandes gorilas sino también a los guerrilleros. Pero las acciones tutsis desencadenaron nuevos episodios de violencia. El ciclo volvió a repetirse: ataques de la guerrilla tutsi, matanzas de los hutus contra los tutsis como represalia, nuevas oleadas de exiliados tutsis camino de Burundi y Uganda. Asimismo, las matanzas de hutus en la vecina Burundi a manos de la minoría tutsi, que controla por completo el Ejército y la Administración, no hicieron sino favorecer los sentimientos antitutsi en Ruanda, lo que dio origen a nuevas matanzas en 1972.

Nuevos disturbios entre hutus y tutsis en Ruanda dieron excusa a Juvenal Habyarimana a derrocar a Kayibanda. Habyarimana. Habyarimana y su clan, el akazu, se ha mantenido en el país durante más de 20 años.

Pero desde 1990, un grupo guerrillero comenzó a poner en jaque a las tropas gubernamentales: el Frente Patriótico Ruandés (FPR), un movimiento formado en su mayor parte por tutsis, bien entrenado, disciplinado y armado que ha tenido en el presidente ugandés, Yoweri Musseveni, un aliado decisivo. No en vano, Musseveni se alzó con el poder en Kanipala gracias a los tutsis, que resultaron ser unos excelentes combatientes.

La dictadura de Habyarimana duró hasta hace 12 días. El 6 de abril, el avión en que regresaba de una cumbre en Tanzania sufrió un extraño accidente al tomar tierra en el aeropuerto de Kigali, la capital ruandesa. Habyarimana y su homólogo burundés, el también hutu Cyprien Ntaryamira, murieron en lo que concita todas las sospechas de asesinato. Desde entonces, el alto el fuego laboriosamente labrado por las Naciones Unidas el pasado mes de agosto entre la guerrilla y el Ejército ruandés saltó por los aires. La primera ministra, Agathe Uwilingiliyamana, y los 10 cascos azules belgas que pretendían protegerla, fueron asesinados el 7 de abril.

Radicales hutus, enardecidos por los sectores más intransigentes del Ejército y por la rama del clan de Habyarimana más reacio a compartir el poder, incitaron a los hutus a la venganza: las matanzas están sembrando el país, donde ya han muerto, en apenas 10 días, unas 30.000 personas, mientras las fuerzas del FPR parecen llevar la iniciativa. Pero les será difícil mantenerse en el poder -a pesar de proclamarse un movimiento multiétnico- en un país donde la mayoría del 85% de hutus que lo pueblan están en su contra.

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