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El nulo aislamiento en el nuevo conservatorio convierte las clases de música en un desconcierto

Antonio Jiménez Barca

En la planta cuarta, un alumno de piano ataca una sonata en una cabina individual. El sonido de su instrumento se mezcla con el violín de la cabina de la derecha, el clarinete de la izquierda e, incluso, las penetrantes escalas ascendentes y descendentes de la aprendiz de soprano que ensaya en la planta segunda. Esto pasa en el nuevo conservatorio que el Ministerio de Educación abrió en enero en la calle del Palmípedo, 3. El centro, que tras cinco meses de obras se instaló en un colegio, carece de insonorización. Los profesores se lamentan: "Esto parece una olla de grillos".

Basta subir por las escaleras o internarse en los pasillos del edificio, en donde estudian 600 alumnos, para escuchar un alboroto descomunal. Un ruido desagradable, muy parecido a la chirriante afinación previa que cualquier orquesta produce antes de empezar un concierto. La confusión de sonidos se nota en las clases, en las cabinas de ensayo, en los despachos. Así desde las nueve de la mañana a las ocho de la tarde.Las quejas de estudiantes, profesores y padres [muchos alumnos son de corta edad] empezaron en cuanto se iniciaron las clases, en enero. El director provincial de Educación, Adolfo Navarro, se comprometió por escrito a solucionar el problema: "Las pruebas de insonorización se realizarán antes de las vacaciones de Semana Santa", prometió. "Pero aquí no ha venido nadie", contaba el miércoles la jefa de estudios del centro, Rocío Samper.

Un portavoz del ministerio indicó ayer: "No ha ido nadie porque estimamos correctos los informes del centro. En verano empezaremos a arreglar la insonorización".

Uno de los profesores es Miguel Borrego, quien, a pesar del desconcierto que se cuela a través de las paredes, intenta enseñar violín a un chaval de 10 años. "Hoy no hay mucho jaleo", cuenta. "Sólo se oyen un clarinete, un piano, un poquito las violas...".

En la planta segunda se imparten las clases de canto, que se expanden por todo el conservatorio. Dos profesores de esta especialidad y una alumna paran el ensayo para explicar un segundo problema: "No es sólo que se escuche todo", cuenta un profesor, "es que las paredes no absorben el sonido, y hay un eco espantoso, la audición se deforma y no sabemos si las notas están bien dadas o no; es absurdo", prosigue.

Por lo del ruido, los alumnos de percusión ensayan en la planta sótano. Ni aun así. "Durante un concierto que se ofreció en el auditorio [situado en la planta baja] se escuchaban los tambores", cuenta Antonio García, estudiante de plano.

El centro de Palmípedo es uno de los tres que se abrieron en enero para descongestionar la escuela de Atocha, heredera del antiguo conservatorio, situado en el teatro Real.

Respuesta vecinal al estruendo

El conservatorio de la calle del Palmípedo, 3, ni está insonorizado ni tiene aire acondicionado. La unión de estas circunstancias resulta especialmente molesta para los vecinos en los días calurosos.La pasada semana, cuando el termómetro empezó a ensayar el verano, se abrieron las ventanas en las clases y el estruendo musical penetró en el inmueble, situado a sólo 20 metros del conservatorio.

"Ya han venido a protestar por el ruido que les llega, y yo les entiendo", cuenta Rocío Samper, jefa de estudios del centro. "No es nada agradable, por supuesto, escuchar todo el día los ensayos de alguien que todavía no sabe mucho y que no hace otra cosa que repetir y repetir", dice. "Pero qué le vamos a hacer; tenemos que seguir trabajando".

Los profesores y los alumnos mantienen una relación peculiar con la vecindad, sobre todo los que enseñan o aprenden canto. "A veces nos gritan improperios del tipo de la ver si os calláis de una vez", cuenta un profesor.

Aunque en las relaciones entre la vecindad y los aprendices de música no siempre es así: "Esta semana hubo uno que me aplaudió y todo", comenta orgullosa una alumna.

Entre los vecinos ha surgido uno especialmente peleón o contestatario que en el contraataque ha encontrado la mejor manera de alejar la machacona insistencia de los instrumentos.

"Por lo visto está bastante cabreado", cuenta Miguel Borrego, profesor de violín, "y por las tardes pone la radio a todo trapo", añade el docente.

"Así que a las violas, pianos y saxofones de los compañeros que oímos todo el tiempo hay que sumar ahora la música moderna", concluye, un tanto resignado.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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