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Aquí vale todo

Garrido / Mendes, Cepeda, JesulínToros de Diego Garrido (2º, sobrero en sustitución de uno cojo), muy desiguales, varios sin trapío, 1º y 3º chicos impresentables, mansos; 3º, con casta.

Víctor Mendes: pinchazo hondo delantero y tres descabellos (silencio); media atravesada, sueda de peones y dos descabnellos (silencio). Fernando Cepeda: dos pinchazos bajos y bajonazo escandaloso; rebasó 2 minutos el tiempo, sin que hubiera aviso (ovación y salida al tercio); dos pinchazos (silencio). Jesulín de Ubrique: estocada caída tendida, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos); estocada (petición y vuelta).

Plaza de la Maestranza, 13 de abril. Quinta corrida de feria. Cerca del lleno.

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JOAQUÍN VIDAL

A ver si pasa ese sarampión de triunfalismo que ha infestado las plazas de toros, porque las corridas se están poniendo inaguantables. Aquí vale todo y esto es un soberano aburrimiento. Desde que el ministro aquel se empeñó en meter en el Boletín Oficial del Estado ese disparate que llaman reglamento, todo vale en la fiesta, y así pueden salir por los chiqueros toros de trapío o la cabra saltarina; toros bravos o vacas lecheras. Todo puede salir, que da igual, pues ni hay torería en las cuadrillas, ni la autoridad pone coto al desbarajuste, ni el público se entera, y si se entera, le da lo mismo, porque está en el tendido para aplaudir..

Está el público en el tendido para aplaudir o para aburrirse de muerte. Esta segunda opción es la preferida en la Maestranza, donde han convertido en rito sacro sus ponderados silencios, y de esta manera cualquiera puede echarse una siestecita sin sobresaltos. A no ser que alguien le de algún motivo para aplaudir, naturalmente. Por ejemplo, Fernando Cepeda ayer.

Cepeda se puso a pegar derechazos y, verlos, la plaza los aclamó, puesta en pié. Cómo los daba, ese ya es distinto asunto que tampoco importó a nadie.

No era preciso aplicar derechazómetros para advertir que, salvo tres o cuatro redondos de excelente corte, los daba con el pico, la pierna contraria escondida atrás, conduciendo la muletaza hacia los espacios lejanos; y, en lugar de ligar en el sentido que la tauromaquia dicta, encadenaba los pases, al estilo corro la patata y olé. Seis minutos, seis, después de iniciada la faena derechacista, se echó la muleta a la izquierda y no logró templar, ni mandar, ni ligar una larga tanda de naturales, lo cual no impidió que el público los jaleara todos, uno a uno y por su orden. Con el quinto, en cambio, descastado y mulo, nada pudo hacer el fino diestro sevillano.

Entró en turno Jesulín de Ubrique, muletero de una cabrilla loca, que sería loca, y cabrilla -sí-, pero le trajo por la calle de la amargura. Incapaz de someter sus codiciosas embestidas, procuró pisarla los terrenos con el fin de ahogar la embestida y empalmar pases, mas a la cabrilla locuela no se la ahogaba tan fácilmente; la cabrilla locuela, al observar el cerco, se arrancó con una bravura que debió venirle de los ancestros, y entonces el ahogado fue Jesulín. El torero es pundonoroso y valiente, sin embargo, se peleó ceñido con el sexto, que acometía violento y lo mató decidido.

Víctor Mendes, banderillero valiente y seguro, se justificó con la muleta pegando derechazos malos. Hizo bien, pues, si valía todo, no iban a ser sus derechazos la excepción. Valían hasta las ventoleras del presidente, que devolvió al corral uno de los toros menos cojos de la corrida; perdonó las banderillas negras a un manso declarado; perdonó asimismo un aviso a Cepeda y después de haber estado la tarde entera proclamando su incompetencia, fue y se puso estricto con los areneros, señalando una boñiga olvidada en medio del redondel. Para entonces eran las ocho y media y sólo habían salido cuatro toros. O sea, que tres insoportables horas duró la corrida. Total, para ná.

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