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Almería

Jorge M. Reverte

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Dicen las crónicas que ha muerto de un infarto un asesino que se llamaba Castillo Quero, y que a su funeral acudió de uniforme un gobernador militar. El militar fue por razones de amistad, no representaba a nadie más que a sí mismo. O sea, que el uniforme se lo dejó puesto por rutina. No sabemos si fue o no en coche oficial, lo que supondría una utilización indebida de fondos públicos.Pero lo que hace ese señor es casi lo de menos. Sin embargo, no está de más recordar aquel crimen para el que no hay adjetivos, porque parece haber una notable confusión. Los periodistas tenemos bastante culpa. Dicen los cronicones que Castillo Quero mandó torturar y asesinar a unos jóvenes porque los confundió con etarras.

¿El crimen de Castillo Quero fue, entonces, confundirlos? ¿Si hubieran sido etarras sería menos crimen torturar y asesinar a unos chavales?

Nos podemos confundir mucho. El crimen es el mismo en cualquiera de los casos. Castillo Quero torturó y asesinó a unos jóvenes. El horror que sentimos los demás por este crimen, de manera especial, es porque nos ponemos en el lugar de las víctimas: los jóvenes no sabían de qué se les acusaba. Podemos incluso imaginar que llegaron a gritar que ellos no eran de ETA. Eso es lo que resulta espeluznante: conducir a la víctima a la condición más baja de quien no rechaza ya los hechos, sino su implicación en los mismos. Unos etarras habrían sufrido el mismo dolor físico, el mismo terror, pero habrían tenido la certeza de su situación.

Desde el punto de vista de Castillo Quero el crimen es el mismo en uno u otro caso. El general que acudió a su funeral vestido de uniforme disfrazaba su incapacidad para entenderlo todo porque, seguramente, piensa que Castillo Quero se equivocó de víctimas. Y eso le puede pasar a cualquiera.

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