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Ellos y nosotros

El 17 de marzo, Patxo Unzueta escribía en EL PAÍS: "Para quienes saben de sobra que nunca podrán ya ocupar cargos públicos de primer plano, la diferencia entre dirigir el partido del Gobierno o el primero de la oposición no es substancial. Para ellos la perspectiva de una derrota electoral es vista como la ocasión de recuperar influencia social".Creo que estas palabras no podían ser más pertinentes, ni más clarividentes a la luz de lo que ha ocurrido este fin de semana en el Congreso celebrado en Granada. Pero creo que se quedó corto y que debería haber ido mucho más lejos.

Pues el problema para quienes no pueden ocupar cargos públicos no es el de optar entre dirigir un partido de gobierno o uno de oposición. Es que en ningún caso pueden dirigir un partido de gobierno. Quien la sociedad no considera que está legitimado para dirigir el gobierno, tampoco puede dirigir el partido de gobierno.

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Para ellos, por tanto, no existe tal dilema. Para ellos la única alternativa real es o mantenerse en una posición subordinada en un partido de gobierno o dirigir un partido de oposición. Si el partido es de gobierno, tendrá que ser dirigido por otros. Es una peculiar versión de la dialéctica entre ellos y nosotros, popularizada recientemente en otro contexto por Xabier Arzalluz, la que está detrás del conflicto que atenaza al PSOE desde febrero de 1990. O ellos dirigen un partido de gobierno, o nosotros dirigimos un partido de oposición. Estos son los términos en que la cuestión está acabando por plantearse.

Y como siempre que una cuestión se plantea en esos términos su solución resulta muy difícil. Hay muy pocos casos en la Historia de reconocimiento espontáneo de la pérdida de legitimidad social. Y, sin embargo, esto es lo único que puede conducir a una solución sin ruptura de la crisis socialista. Si el sector del partido que a partir de febrero de 1990 perdió el reconocimiento de la sociedad española para dirigir un partido de gobierno no acepta que esto es así, no habrá forma de llegar a un compromiso que permita mantener la unidad del PSOE.

Pues una cosa tiene que quedar clara: hay un terreno en el que el compromiso no es posible. La pretensión avanzada en Granada de que unos ocupen el Gobierno y otros la dirección del partido era posible antes de febrero de 1990. Desde entonces ya no lo es. Ese modelo funcionó mientras no se produjo la crisis de legitimidad que afectó al núcleo de dirección del PSOE. Por eso, la última campaña electoral, la del 6-J, hubo que hacerla de manera completamente distinta a como se habían hecho las anteriores.

En el 33º Congreso Federal pareció que se había conseguido la cuadratura del círculo, que se había alcanzado una integración hegemonizada por quienes realmente pueden dirigir un partido de gobierno. El congreso de los socialistas andaluces ha puesto de manifiesto que fue una apariencia engañosa. El compromiso alcanzado en Madrid fue un simple repliegue táctico para librar la batalla en mejores condiciones.

Y en este sentido conviene recordar que en Andalucía hay elecciones a la vista, como las hubo en Galicia el otoño pasado, donde se ensayó la operación qué ahora se pretende repetir. "La perspectiva de la derrota como ocasión de recuperar influencia social" parece que está a la vuelta de la esquina.

Creo que la dirección del PSOE debería de no llamarse a engaño y tomar nota ya de cómo está el patio. El juego en Granada no ha sido limpio y nada hace prever que lo vaya a ser en el futuro.

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