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De camarada a señor

El presidente ruso visita Madrid tras un periodo de estancamiento en las relaciones entre ambos países

Casi desde el primer momento, el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, trató a Felipe González de "drug" (amigo) o de "tovarich" (camarada). Pero su sucesor, ahora jefe de Estado de Rusia, Borís Yeltsin, llama al presidente del Gobierno español "gospodin" (señor). La diferencia de trato ilustra la gran cordialidad de la primera relación frente al carácter educado y algo frío de la segunda. Yeltsin inicia hoy en Madrid su primera visita de Estado a España.Cuando, en octubre de 1991, Gorbachov se disponía a viajar por segunda vez a España, uno de sus más íntimos colaboradores, Andréi Gratchov, le preguntó quién entre los políticos extranjeros le resultaba más afín. "Contestó sin titubear: González", asegura Gratchov en su libro La historia verdadera delfin de la URSS.

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"Todo le agradaba en el jefe del Gobierno español", prosigue el ex portavoz del presidente de la URSS, "el temperamento, el espíritu abierto, la juventud, su inclinación hacia la reflexión abstracta, filosófica. Y, sobre todo, su apego al socialismo, que servía de coartada a la opción socialista' de Gorbachov". En vísperas de aquella visita a Madrid, Gorbachov estaba, pues, "muy excitado antes ' de reunirse con el hombre ( ... ) con el que podía hablar con más franqueza".

González y Gorbachov se conocieron en Moscú en 1985, pero el verdadero flechazo se produjo sólo cinco años después durante del primer viaje del jefe de Estado de la URSS a Madrid. El aprecio del torero soviético, como llamaba la muchedumbre a Gorbachov, por González ha quedado ilustrado por las revelaciones de Gratchov, amén de un rosario de declaraciones, públicas del propio jefe del Kremlin.

La simpatía del jefe del Gobierno español por su huésped soviético fue puesta de manifiesto en una serie de gestos, entre los que destacó la rapidez y la vehemencia, sólo comparable con la reacción de Margaret Thatcher, con la que en agosto de 1991 el Gobierno condenó la intentona golpista en la URSS antes de que fracasase. El Ejecutivo español tardó, sin embargo, entonces más de 48 horas en alabar la resistencia antigolpista de Yeltsin y en contactar con el Ministerio de Exteriores ruso.

No fue aquél el primer feo hecho a Yeltsin desde La Moncloa. Cuando era un mero diputado reformista pero con futuro político, en la primavera de 1990, Yeltsin viajó, por primera vez, a España para dar una conferencia en Córdoba y participar en un programa televisivo en Barcelona, donde aprovechó para operarse de una hernia fiscal. Mientras el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y dos consejeros esperaban ante la puerta de la habitación del hospital para interesarse por la salud del enfermo, el parlamentario solicitó una audiencia con González, pero su petición fue desestimada.

El presidente del Gobierno español le consideraba entonces como un turbulento diputado radical que minaba la autoridad de Gorbachov y rehusó recibirle, a pesar de que en otras capitales, como Washington o París, sí se le habían concedido entrevistas al más alto nivel. Hubo que esperar 16 meses más para que, en el marco de la segunda visita de González a Moscú, cuando Yeltsin era ya presidente de Rusia, se celebrase la reunión con el jefe de lo que era entonces una comunidad autónoma rusa de la URSS.De ese encuentro, Yeltsin y su huésped español sacaron conclusiones algo diferentes. El primero aseguró a la prensa el 9 de julio de 1991 que Rusia y España habían acordado mantener una relación directa, mientras el segundo matizaba que la cooperación con el Ejecutivo regional ruso se encauzaría a través del tratado de amistad y cooperación que él acababa de firmar con el presidente de la URSS. También se abstuvo González de invitar a Yeltsin a visitar España porque, desde un punto de vista estrictamente protocolario, no le correspondía hacer tal ofrecimiento.

La apuesta de González por Gorbachov era más personal que política. El dirigente español intuía ya en aquel mes de julio de 1991 que su anfitrión no permanecería mucho tiempo en el poder. Los procesos de transición "devoran a sus protagonistas", declaró en Moscú en un seminario sobre la transición, sin que estuviera claro si sólo se refería a Adolfo Suárez o también tenía en mente a su anfitrión. Tres meses más tarde, en Madrid, González le dijo a Gorbachov que probablemente estaba muy cerca del fin de su carrera política, aunque aún podía enderezar la situación.

Su entrega a Gorbachov sólo era comparable con sus recelos hacia Yeltsin, compartidos por el entonces presidente de EE UU, George Bush. Invitados por el Rey, ambos cenaron en La Zarzuela, junto con Gorbachov, el 29 de octubre de 1991. Los comensales hablaron largo y tendido de la versatilidad y de la demagogia del líder ruso, al que le faltaban sólo dos meses para acceder a la Jefatura del Estado.

Sus problemas internos, sus prioridades en política exterior y, probablemente, sus celos retroactivos por el apoyo incondicional de González a su rival Gorbachov incitaron a Yeltsin a diferir su primera visita oficial a España. Estuvo prevista para agosto de 1992, coincidiendo con los Juegos Olímpicos, pero quedó aplazada y el presidente ruso acabó teniendo mala conciencia. Sólo así se explica que el 9 de diciembre insistiese en reunirse con González en el palacio de Stuyvenberg, en Bruselas. Al tiempo que le apretaba la mano, Yeltsin *aseguró a su huésped que su prioridad era ir a España en breve, pero en el séquito oficial español sus palabras fueron interpretadas como mera cortesía. De ahí que cuando el 25 de febrero las autoridades rusas propusieron fechas para su visita, sus interlocutores españoles se llevaron una auténtica sorpresa. ¿Por qué Yeltsin ha decidido de sopetón viajar a España? Nadie entre los responsables de la política exterior española se atreve a dar una respuesta contundente.

La hipótesis más barajada es que desea "matar dos pájaros de un tiro": saldar su deuda con España e informarse sobre una transición española en la que puede inspirarse para llevar a Rusia a buen puerto. No en balde ha comparado su recién propuesto pacto de paz civil con los famosos pactos de La Moncloa. "Mirándonos en el espejo español, sospecho que no nos veremos", advierte, sin embargo, VIadímir Varnikov, en el diario gubernamental Izvestia, tras recordar las enormes diferencias entre la España de los setenta y la Rusia de los noventa.

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