La derrota del moralismo
Ningún país occidental ha estado tan influido por el modelo soviético como Italia. Y la primera responsabilidad se remonta a Mussolini. El fascismo, anticapitalista en principio, había construido un sistema de control e intervención del Estado en la economía y de gestión pública de la asistencia social sin igual en las democracias occidentales. El modelo de partido y de relaciones con las instituciones que adoptaron los partidos antifascistas fue el mismo que el fascista. La continuidad de la cultura y de las figuras políticas entre ambos regímenes fue elevada, a pesar de la discontinuidad institucional. Igual que en un sistema del Este, los dos sujetos políticos fundamentales de la Italia posterior al fascismo fueron la Iglesia y el partido comunista (PCI), con papeles invertidos: la Iglesia, en el Gobierno, y el PCI, en la sociedad. El PCI había producido un grupo dirigente de alta calidad y pasó a dominar la cultura académica, periodística y militante.El sistema italiano estaba regido por un compromiso de todos los poderes políticos y sociales: era un sistema centralizado y dominado por las cúpulas política, burocrática, industrial, financiera y eclesiástica. Una democracia altamente "protegida". La crisis del Este restó credibilidad al sistema italiano dirigista y cupulista. Estalló un descontento masivo, cuya primera manifestación fue el surgimiento de la Liga Norte. Su éxito en las elecciones de 1992 hizo posible la acción de la magistratura milanesa contra el sistema Político.
Lo que se dedujo de la investigación de los magistrados de Milán fue que el sistema de dirección cupulista del país estaba basado en un intenso intercambio de dinero y poder, cuyos beneficiarios no eran sólo las empresas y los partidos, sino las personas adscritas a los mismos. El vicio público se convertía en culpa privada.
El sistema político estaba dirigido por los mensajes más elevados (el catolicismo político, el socialismo, el comunismo). El poder estaba, como en la Unión Soviética, dominado por una nomenklatura que abarcaba todos los sectores del poder político, económico y social. Los electores votaban por unos valores, y el resultado era el enriquecimiento de los poderosos. En las elecciones italianas de 1994 ha resultado derrotado el moralismo: la idea de que hay que votar por valores y no por intereses. El voto ético hacía de los valores el trono de la inmoralidad. La Iglesia, el socialismo y el comunismo expresaban la mentira: no había relación entre las palabras y los hechos. La moralidad de las palabras era la premisa de la inmoralidad de los hechos.Si el pueblo italiano fuera el pueblo de la dolce vita, intrínsecamente inmoral, fuerte en cuanto a estética y a imaginación religiosa, pero débil en cuanto a moral e incrédulo respecto a las normas (la leyenda blanca" de Italia), no habría ocurrido nada. Confiar el país a los jueces significaba provocar una crisis en la Administración del Estado, con graves consecuencias para la economía y la vida de los ciudadanos. Significaba entrar en lo desconocido. En último término, el sistema corrupto no era un sistema ineficaz: había llevado al país al quinto o sexto puesto entre las potencias industriales y había garantizado una vida tolerable. Los jueces de Milán, y sobre todo Antonio Di Pietro, un juez policía, no moralista, contaron con el apoyo del país. Pero los italianos han perdido la confianza en el moralismo. Berlusconi ha triunfado porque su imagen está asociada a la publicidad y no a la ideología. El país ha cambiado el modelo de referencia, ha querido que el proceso electoral no sea ya una elección de valores, sino de principios y, en Italia, de religiones. El país de la Iglesia Católica Romana no sólo se ha secularizado respecto al catolicismo político, sino también respecto a la moral socialista y comunista. No sólo se ha secularizado respecto a la tradición, sino también respecto a la modernidad: El voto por Berlusconi no nos dice nada sobre la forma en que gobernará Berlusconi, pero expresa el sentir del país. La izquierda ha resultado derrotada porque ha apostado todo por el moralismo: los ladrones eran los otros, la IzquIerda es inocente. No es cierto que sea así: el sistema comunista tiene en su interior el sistema empresarial, las cooperativas. En cierto modo, es un circuito cerrado. En las regiones rojas (Emilia, Toscana, Umbria), la magistratura no ha actuado contra la corrupción: y una de las conexiones transversales entre los poderes más conocida es la que existe entre los comunistas y la magistratura. Pero incluso si los poscomunistas y sus aliados hubieran vivido en otro lugar todos estos años, y fueran tan inocentes como los marcianos, habrían perdido igualmente. Han luchado en las elecciones en nombre de su "diversidad": esto es, una vez más, en términos morales. No se han dado cuenta de que la caída del muro de Berlín ha creado en los italianos una desconfianza hacia los que piden votos porque se consideran justos. Los poscomunistas no se han dado cuenta de la crisis cultural y espiritual italiana. Los italianos desconfían de los justos. Esto se ha visto con el Justo entre los Justos, Leoluca Orlando. Forza Italia ha obtenido casi todos los escaños en Sicilia, mientras que la Rete, el partido de Orlando, no ha logrado ninguno. Orlando creía vencer con la carta de la sospecha: sospecho incluso aunque no sepa, porque siempre puede haber algo de verdad en ello. La cosa funcionó al principio: pero el método ha acabado por despertar terror.
El catolicismo político, el socialismo, el comunismo, son palabras que gradualmente pierden sentido y no encuentran significado. Los aliados de Berlusconi deben su victoria a Berlusconi. Fini, el líder de la Alianza Nacional, ha obligado a su partido a abandonar cualquier referencia al fascismo y ha vencido por su propia fuerza. Bossi, el dirigente de la Liga Norte, utiliza aún el federalismo como ideología, y por ello ha perdido votos y pone en peligro su liderazgo en la Liga. Lo que queda de los democristianos no puede sino acabar en la órbita de Berlusconi. Civiltá Cattolica, la revista de los jesuitas que es el órgano extraoficial del Vaticano, ya ha comenzado, al escribir tras las elecciones que Berlusconi no es el demonio. Veremos a qué nivel llegará el presidente de Fininvest, hasta ahora no querido por el mundo eclesiástico, en opinión del Vaticano. Singular carrera de un "inmoralista".Gianni Baget Bozzo es eurodiputado por el Partido Socialista Italiano.
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