Su mejor maestro, un delfín
Un delfinario de Alicante ensaya con éxito terapias para que los niños autistas aprendan a comunicarse
Lanzar balones y aros a la piscina para que les sean devueltos , acariciar a los animales, hablar y jugar con ellos e intentar llegar al contacto físico en el agua son los ejercicios de una nueva terapia que se sigue en Alicante para el tratamiento de niños autistas con tres delfines adultos como protagonistas. María, de siete años, acudió algo nerviosa a su segunda sesión de delfiterapia, que persigue mejoras en su enfermedad. La reacción ha sido superior a la esperada: la niña se comunica con los animales y avanza en su capacidad de memoria.
Recordar el nombre de uno de los delfines ha supuesto un salto importante para esta niña. María es una autista "bastante evolucionada", según su psicóloga. Ahora, un grupo de expertos trabaja intensamente para que la niña avance en el campo de la comunicación, y la paciencia de los delfines ha demostrado ser "perfecta" para ayudar a per sonas con problemas de este tipo. El programa, en fase de experimentación, se desarrolla en el delfinario Octopus, de Alicante, e intenta trasladar a España revolucionarios sistemas de aprendizaje iniciados hace tres décadas en EE UU.
El experimento ha sido ideado por la pedagoga, terapeuta y logopeda madrileña Mercedes Fernández para ayudar a niños autistas e invidentes.
Decir 'Amada'
Antes de que la psicóloga Elida Luparia comenzara a tratar a María, la niña apenas articulaba una decena de palabras, que utilizaba fuera de contexto. Su parcial integración en la escuela de su pueblo, Novelda (Alicante), supuso ampliar su vocabulario hasta en medio centenar de palabras, y aunque todavía no puede construir frases, entiende casi todo. Uno de los nuevos vocablos es un nombre propio: Amada. Así se llama una delfina de 32 años y 225 kilos de peso. Amada comparte piscina y clases con Squeak, una hembra algo más joven (27 años y 170 kilos), y el macho Héctor, que nació hace 20 años y pesa 225 kilos. Que María reacciona no admite dudas. A pesar de la presencia de los periodistas, al aproximarse a la piscina, la niña experimentó un sorprendente cambio, soltó la mano de su madre, gritó Amada, se olvidó de la gente y empezó a lanzar balones a los animales.
La primera prueba de la sesión (memoria) quedó superada sin mayores dificultades. La segunda (relajación) sólo llegó cuando María superó su ansia de contacto con sus nuevos amigos, que se turnaban para devolverle los objetos que ella lanzaba sin contemplaciones, porque cuando se acabaron balones y aros no dudó en tirar al agua sus gafas y hasta una silla. Los pacientes delfines tardaron en reaccionar, pero finalmente depositaron al borde de su piscina los lentes y el mueble.
Antonia Hernández e Indalecio Navarro, sus padres, asisten y participan en la nueva terapia, que se realiza una vez al mes. "La experiencia es buena", dicen, "aunque quizá sea demasiado pronto para hablar de resultados".
"Mediante el contacto con los animales", explica Mercedes Fernández, se amplía la capacidad de reacción del niño autista, que se contagia de la afectividad y energía de los delfines".
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