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Tribuna
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Tintín

Nunca estuvo en Madrid. Nunca se lo perdonaré. Me hice periodista por su culpa; varias generaciones crecimos bajo el síndrome Tintín. Creíamos que el periodismo era eso, una suerte de Caballería, algo así como una orden de andantes por el mundo. Tintinólogos que desde Madrid queríamos recorrer el Congo, partir en barco a la busca de los cigarros del Faraón, descubrir el secreto del Unicornio, fumar opio en el Loto Azul, pasear por Sildavia, aprender lo que es un stock de coke, escuchar a Rossini en la voz de la Castafiore, saludar a la manera tibetana o soñar con una botella de ron.Madrid no era muy emocionante, pero el mundo estaba dentro de los libros de Tintín. Y el periodismo era así, aventuras sobre camellos sedientos por las arenosas dunas del Sáhara, perseguir pícaros, acercamos a islas escarpadas, habitar en siniestros castillos, hacer expediciones lunares, conocer a soñadores sabios, a policías zopencos. Yo diría aún más, es mi opinión y yo la comparto con la sandez, es algo así como ajustar el paso a nuestras propias pisadas, andar por nuestras mismas huellas. Queríamos ser ese héroe pequeño, belga y maniqueo. Ese aventurero que siempre tenía claro dónde estaban el bien y el mal. Que nos empujaba al mundo acompañados de un perro prudente, talentoso, moralista, aunque un poco borrachín.

Pero crecimos y nunca volamos a Sidney. Y nos sentimos un tanto estafados cuando descubrimos que ni el mundo ni el periodismo tenían mucho que ver con Tintín. Y en vez de parecernos a Tintín terminamos pareciéndonos al Capitán Haddock, nos entregamos al tabaco y al whisky.

Nos hicimos, era fácil, irritables y mal hablados. Y nos sentimos muy cerca de su destino, de la paradoja de tener que vivir la aventura, el ajetreo de la existencia; cuando la imagen del placer está en el reposo, en el hombre en zapatillas, en un castillo como el de Moulinsard, pensando en mujeres hermosas y amansar nuestra parte brusca, colérica, criticona con una suave embriaguez a la hora del crepúsculo.

Acaba de publicarse una novela de un neoyorquino juguetón y divertido, Frederic Tuten, donde hace crecer a Tintín, le hace amar a las mujeres, beber, envejecer, llorar y ser, al fin, humano. Demasiado tarde. ¡Mil millones de naufragios! ¡Rayos y truenos!, ¡especie de bebe-sin-sed!, ¡filibustero!, llegas demasiado tarde, hace mucho aprendimos a beber whisky y a amar a las mujeres. Además, ¡truenos y rayos!, ¡queremos más al Capitán Haddock!

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