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Música a la espera de la madrugada

La Semana Santa en Sevilla propone una especie de espectáculo total

La ópera, con Richard Wagner, buscó ser el espectáculo total y eligió para ello la vía más culta. Tal vez esa ambición, o ese enfoque, en la mezcla de palabra, teatro, canto y música, condicionó su propio desarrollo. Su círculo no se expandió más allá de un determinado límite.Una forma de espectáculo total es la Semana Santa sevillana En ella se funden movimiento, color, luz, escultura, música aromas y ritual en un contexto de participación masiva de una muchedumbre, la delirante bulla. La espontánea cultura ole la bulla es una manifestación popular que empieza ya en el lenguaje que utiliza.

De Wagner se ha interpretado en la Semana Santa sevillana en alguna ocasión la marcha fúnebre de El ocaso de los dioses como acompañamiento a un paso procesional, de la misma manera que se han tocado fragmentos de Otello de Verdi o la Marcha turca de Mozart. La única ópera incorporada al repertorio de la Semana Santa, a través de la adaptación de uno de sus pasajes como marcha, es Ione o El último día de Pompeya de Errico Petrella, estrenada sin demasiado éxito en la Scala de Milán en 1858.

Una lectura operística de la Semana Santa sevillana sería forzada, por mucho que se teorice sobre las coincidencias de barroquismos sabiamente desmesurados, o se trate de asimilar las arias con las saetas, las oberturas e intermedios con las marchas procesionales, y los momentos de reflexión con la emocionante música de capilla para oboe, clarinete y fagot, los pitos en terminología popular. Sí, en cualquier caso, hay una nexo profundo de enlace, el derivado de la magia del instante en una filosofía de la representación teatral. Todo es teatro, evidentemente, pero un teatro que se solapa con la vida, y en el que cobra especial fuerza el momento concreto donde salta la chispa de la creación artística.

Un aspecto esencial de la cultura sevillana es la manera con que se viven los pequeños intervalos de tiempo: un pase taurino, un sorbo de manzanilla, la pericia en levantar un paso de palio o en llevarlo, una saeta en mitad de la noche desde un balcón de la calle Feria, la Quinta Angustia caminando por una calle estrecha con un trío de viento-madera.

La manifestación musical acompaña este latido del tiempo. El fondo sonoro casi permanente viene de las bandas: de cornetas y tambores como los Armaos de la Macarena, o tradicionales como la Soria 9. Una selección de marchas debería incluir Amargura (1919) de Font de Anta, Estrella sublime (1925) o Pasan los campanilleros (1924) de Lopez Farfán, la citada Ione de Petrella, la Madrugá (1987) y Hermanos costaleros (1985) de Abel Moreno, algunas de ellas estrenadas en un Domingo de Ramos, como hoy. Varias de estas marchas se han adaptado para gran orquesta por Antón García Abril y se han grabado con la Filarmónica de Londres como fondo de un vídeo dirigido por Manuel Gutiérrez Aragón, y aparecido el año pasado, del que se han vendido decenas de miles de copias.

Stravinski exclamó el Miércoles Santo de 1921 en su recorrido por la Semana Santa sevillana: "Estoy escuchando lo que veo y estoy viendo lo que escucho". La fusión de los sentidos alcanza también las fronteras del silencio. Es la música de la noche en el susurro del caminar de La Mortaja o del Silencio o del Valle o Los Negritos, sólo alterada levemente por las dulces sonoridades fúnebres del XVIII, una vez más con oboe, clarinete y fagot de las cofradías más sobrias. Lo culto impone su presencia también en el Miserere de Eslava el sábado de pasión en la catedral, obra simbólica que ha llegado a ser cantanda por los mejores tenores de época como Gayarre, y en cuya composición recaía una gran tradición belcantista de la ciudad, cuando la ópera era cotidiana y hasta Rossini componía un Stabat Mater encargo desde Sevilla por el archidiácono Manuel Fernández Verela.

Se llena de emoción la noche sevillana con la saeta, una especie de toná de carácter religioso con origen popular y rural, derivada en su gran mayoría del martinete y la siguiriya. Su personalidad se nutre del cante jondo, de esencias moriscas y del sentir popular. Hombres y mujeres de voces desgarradas nos transmiten desde esquinas y balcones un llanto del escalofrío, utilizando muchos de ellos, aun sin saberlo, la técnica de la voz in maschera, la misma que usa Alfredo Kraus con tan evidente acierto en su actividad operística.

Escribió en 1916 Eugenio Noel a propósito de la Semana Santa en Sevilla que "vamos allá como se va a Bayreuth, a Roma, a Jerusalén, a la Meca, como peregrinos, sedientos de sinceridad". Hoy sigue ocurriendo tres cuartos de lo mismo. El baño de multitudes, movimiento contínuo ante sensaciones artísticas e intensas sabidas pero siempre sorprendentes, nos envuelve. Como la propia música de la Semana Santa: hechicera, hermosa, plena de sentimiento, esperanzada en el dolor, profundamente emotiva, a la espera de la madrugada.

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