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¿Adonde va Argelia?

Tahar Ben Jelloun

La primavera estuvo a punto de no lucir en Argelia. Menos mal que miles de mujeres sin velo ni armas se manifestaron el martes por Argel y Orán para expresar con determinación y valentía su voluntad de impedir que su país se hunda en la guerra civil. Quisieron que la primavera del cielo fuera también la de los hombres.Una mujer, bella y ardiente, manifestó con todas sus fuerzas ante las cámaras de televisión su odio al terrorismo y a la represión. Dijo: "Lo grito claramente, a los islamistas, al Gobierno: ¡no tendréis a Argelia! ¡Argelia no caerá en vuestras manos! ¡Argelia será libre y democrática!". Otra mujer, de más edad, repetía levantando los puños cerrados: "¡No tenemos miedo! ¡No tenemos miedo!". Algunas pancartas denunciaban el terrorismo, otras decían: "Alto a las matanzas".La Argelia de las mujeres es bonita. Devuelve la esperanza, porque rechaza la inevitabilidad del ciclo terrorismo-represión. También se manifestaron hombres. Pero se oían sobre todo la voz de las mujeres. De todas formas, son ellas las que hacen moverse a la sociedad magrebí.

¿Qué es una guerra civil? ¿A partir de qué momento se pasa de una violencia cotidiana a una guerra fratricida? Cuando los hombres que pertenecen al mismo pueblo, a la misma nación, se matan entre sí. El fantasma de una guerra civil a la libanesa se cierne sobre Argelia. La palabra todavía no se ha pronunciado. Sin embargo, hombres armados, civiles, asesinan a otros hombres, civiles, pero desarmados. ¿Por qué? Por el terror. Se mata a inocentes para crear miedo y para desestabilizar el Estado. Se mata a personajes simbólicos para decir que el Estado ya no puede garantizar la seguridad de los ciudadanos. Se mata a intelectuales, a periodistas, a creadores, es decir, a todos los que suponen el vínculo entre dos mundos, entre los extremos, a todos los que no dan la espalda a Occidente, a los que tienen la mala suerte de mirar por la ventana, de comunicarse con el resto del mundo, un mundo maldito por militantes en busca de identidad, en busca de referencias culturales y psicológicas. Se mata a mediadores, a moderados, a los que creen en la virtud y la necesidad del diálogo entre los pueblos y las culturas. Se mata a la inteligencia capaz de dudar y de burlarse, capaz de rechazar el fanatismo y la estrechez de miras.

¿En qué puede hacer avanzar la causa de los islamistas la muerte de un escritor, un poeta o un dramaturgo? ¿Para qué les sirve? Probablemente, para transmitir sus mensajes a través de los medios de comunicación del mundo entero. El Gobierno está cada vez más a la defensiva. No tiene la iniciativa sobre el terreno. Responde a los ataques, detiene a algunos militantes, mata a otros, pero el proceso de represión y el contraataque no bastan para calmar los ánimos y parar el ciclo de la violencia.

Los periódicos francófonos son, cada vez más, un objetivo. El lunes 21 fue atacado L'Hebdo Liberé: dos muertos y tres heridos graves. El grupo terrorista tenía la intención de matar al director del periódico, Abderrahman Mahmudi. Éste estaba ausente. Asistía al funeral de otro periodista, Djamal Benzahu, asesinado el sábado cerca de su domicilio en Bab el Ued. Otro semanario, Argel Républicain, fue objeto de una tentativa de incendio. Para protestar por el ensañamiento de los islamistas con ellos, los periodistas publicaron una página en blanco y harán una huelga la semana próxima. Una página en blanco para expresar la cólera y la impotencia, la tristeza y el luto. Porque es una profesión siniestra: unos 20 periodistas han sido asesinados en el último año.

¿Adónde va Argelia? Es la pregunta que todo el mundo se hace, en primer lugar los argelinos. Si el Gobierno inicia un diálogo con los representantes del ex Frente Islámico de Salvación (FIS), los islamistas extremistas y los radicales del Ejército reaccionarán. "Eso podría poner en peligro la unidad del Ejército", ha escrito el diario francófono El Watan. ¿Qué hacer, pues, y quién puede hacer algo para salvar a este pueblo de la deriva mortífera y absurda? ¿Europa? Si hay un país que es el menos indicado para intervenir en esta crisis es precisamente Francia. Hay demasiadas heridas, demasiados recuerdos tristes en común. Pero Francia está preocupada y sigue con atención lo que ocurre en su antigua colonia. El martes 22 de marzo, durante la apertura de los trabajos de la décima sesión del Alto Consejo de la Francofonía, François Mitterrand rindió homenaje al poeta Nurredin Aba, miembro argelino de dicho organismo, y expresó su simpatía hacia las familias de las víctimas. Pero eso no es oficial. Habló como ser humano, conmovido por la situación de este poeta amenazado por los islamistas. Los otros países del Magreb que forman parte de la Unión del Magreb Arabe (UMA) podrían hacer algo, emplear sus buenos oficios para resolver esta crisis cada vez más mortífera. Desgraciadamente, su última reunión, que debería haber tenido lugar en Túnez, ha sido aplazada, precisamente por de la situación argelina. ¿Para qué sirve esta unión -constituida en febrero de 1989- si no logra acabar los combates fratricidas?

Hay que decir que la elección de Ben Alí a la presidencia de Túnez con el 99,80% de los votos -un plebiscito comparable al del sirio Hafez el Asad o al del egipcio Mubarak- hace perder toda esperanza de credibilidad de cualquier ayuda que pudieran proponer los vecinos.

Tal vez los observadores occidentales y magrebíes ya no se hagan ilusiones sobre el desenlace de la crisis argelina y esperen de un momento a otro ver en Argelia una república islámica. Se dice incluso que los estadounidenses se preparan para esa posibilidad y que a los franceses no les extrañaría que el general Liamin Zerual, jefe del Estado, fracasara en su política para restablecer el orden en el país. La misma posibilidad existe en Egipto. Si uno de los dos países cae en manos de los extremistas islamistas, todo el mundo árabe temblará y estará bajo la amenaza de grave desestabilización.

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