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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Réquiem

Por segunda vez en la temporada nos hallamos en un escenario roto y polvoriento, donde el teatro se muere. La obra anterior fue El nacional, de Boadella, y sólo se pueden comparar en ese sentido, que quizá sea ya el de un réquiem. Como la escena joven procura ser siempre alegórica y suscitar las inquietudes del qué será en el espectador -que suele tener bastante con sus dudas personales, familiares y laborales-, puede ocurrir que el escenario sea sólo la memoria por la que se divaga en busca de identidad (cito el programa), o las ánimas errantes en un panteón donde la intrahistoria es un caos inmutable (programa).No se deben leer los programas, y menos antes de la representación: desorientan siempre, o descubren que el autor se ha equivocado, puesto que lo que se ve, y es lo único real, no parece corresponder al ensueño. Antes se decía que el teatro no podía tener más explicación, por sus autores, que la obra en sí. Ahora disminuye también la fe y se buscan las escrituras, ensayos o confesiones, para acompañar la desgana del espectador en interpretar.

Perdonen la tristeza

Por el grupo La Zaranda. Interpretación de Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Paco Sánchez. Dramaturgia: Manolo Romero. Escenografía: Paco de la Belén. Pinturas de María Águeda (1904). Dirección: Paco de la Zaranda. Teatro Alfil. Madrid, 23 de marzo.

Lo que se ve: un escenario desvencijado, unos grandes baúles de cómico, podridos, unos retratos de idos a los que se da nombre de verdaderos actores (Casimiro Ortas), un primer actor que llega, más bien borracho, "a liarla" donde ya no hay ni compañía ni público; sólo una tramoya de ángeles pintados que, junto a una juba -¿de Tenorio?-, serán lo último que salude a los espectadores de verdad (en el supuesto de que aquellos cuantos fuéramos de verdad y que hubiera quórum para hablar de público) en un teatro, el Alfil, que se deshace.

La razón perdida

Los tres actores (dos tramoyistas y un actor) están en ese estado impreciso de explicar en la vanguardia que oscila entre la embriaguez, la agonía, el robotismo y la falta de identidad; el torpor de sus movimientos, la pesadez de sus frases insistentemente repetidas (como en un minimal), revelan debilidad mental y física. Lo que cuentan es que lo que ha sido ya nunca más será, que ya todo ha acabado, que no hay ni siquiera una sombra de esperanza. Algo aparece de la elegía de Hamlet a la calavera de Yorick, que también se ha usado en este tiempo como una despedida al teatro -aquello que tuvo grandes momentos de esplendor, que fue una gloria-; y unas flores para Ofelia, muerta, la razón perdida. Hay músicas: de chirigota de Cádiz, o de paso de Semana Santa -con movimientos de costaleros en los actores, que llevan en andas baúles, o cadáveres de actores- Evocaciones del Teatro de la Muerte de Cracovia (Kantor, que fue su primer inspirador); y de la tumba.Está bien hecho. Dura poco menos de una hora-, sin lo cual la cantilena de andaluces atacados de debilidad mental o de fino, la lentitud de los movimientos, se harían insoportables. Dicen bien, hablan bien, dentro de este gran proceso de creación paralela. El director tiene hallazgos: busca bien su imaginería, sus metáforas sin necesidad de insistir demasiado; apela a la cultura teatral; y este acto de tragicomedia se ve mucho mejor que otras obras que llegan a más ilustres escenarios y con actores de más genial cartel.

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